JUNTOS OTRA VEZ



Durante los últimos años he visto muchas parejas que se han sobrepuesto a sus enormes problemas matrimoniales; ellos ahora tienen hogares firmes y la mayoría están al servicio del Señor, pues de alguna manera sienten que hay una deuda que pagar y lo hacen ayudando a otros justamente en aquello que Dios les ayudó a ellos.

He observado también que estas parejas tienen algunas características similares y comportamientos parecidos, los cuales se manifestaron sobre todo cuando estaban enfrentando los días más oscuros de sus vidas; en este mensaje quiero referirme a estas peculiares características.

PERDONADORES NO CORRESPONDIDOS
No esperan que el otro pida perdón para perdonarle.

–– Pídeme perdón y te perdono… ¡reconoce tus faltas! ––
Esta suele ser la exclamación más “madura” que se escucha en un pleito matrimonial en curso. Quien la pronuncia está segura o seguro de que es la persona más justa y comprensiva del mundo; quiere perdonar, pero “eso no significa que sea una persona tonta”; así que quiere perdonar, siempre y cuando su pareja reconozca todos sus errores (y más aún si se atribuye alguno que no haya sido su error).   Hermanas y hermanos, esta es una gran equivocación.

¡El perdón es algo unilateral!  Dios nos dio vida cuando aún estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1).   Cuando la Palabra dice que nos perdonemos los unos a los otros, se refiere a quienes ya están en el Señor y han sido liberados de sus cadenas de odio y resentimiento.  En cambio, cuando solo uno de los cónyuges ha recibido esta liberación y está en el Señor, le corresponde a él tomar la iniciativa; el más libre debe dar el primer paso y perdonar, aunque el otro no lo haya pedido, aunque no lo merezca y aunque ni siquiera desee ser perdonado.

–– ¿Por qué hacerlo? Si él no quiere mi perdón, simplemente no se lo doy ––  Esta expresión presupone que el único beneficiado del perdón es el otro cónyuge y si no lo merece, no se le da… y punto. Pero esto es inexacto en el mejor de los casos; en la práctica es realmente errado.  El más beneficiado de perdonar es quien otorga el perdón, antes que quien lo recibe.  Mientras no perdone, la amargura le carcome y el rencor crece.  El escritor de los hebreos dice en su carta universal:

Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.  Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.
Hebreos 12:14-15.

En este verso, la palabra “amargura” viene del vocablo griego “pikria” que significa: veneno.   Así es que la persona amargada está envenenada y el único antídoto contra este veneno es el perdón.  No el perdón recibido sino el otorgado.  Decida perdonar para que usted se sane.   Por otro lado, el amargado amarga a otros, es decir no solo hay un envenenado sino que está envenenando a todos.  El escritor a los Hebreos dice que serán muchos contaminados; ¡la gente que se está contaminando y esto es ya una epidemia!  Decida perdonar para detenerla.   Perdone, sánese y sane a los demás… perdone.

–– ¿Cómo puedo perdonarle si mi cónyuge ni siquiera quiere hablar conmigo? ––El perdón no requiere que su pareja le oiga; hágalo en privado ante la presencia de Dios.  Dígale algo así como:
–– Padre, en el nombre de Jesús yo he decidido perdonar a mi pareja y desde hoy, no voy a hablar mal de él o de ella.  Desde hoy, cada vez que lo recuerde voy a bendecirlo, voy a bendecirla, amén ––

En este punto nos topamos con la gran disyuntiva en dónde muchos tropiezan: ¿Cómo puedo perdonar si yo siento odio?  La respuesta es: ¡perdonando sin hacer caso de su odio!   No se requiere haber sido sanado para perdonar, es el perdón el que le sana, y ese perdón que le sana no es una sensación que usted tenga o un buen sentimiento que eventualmente va a llegar a su corazón; el perdón nace en su voluntad y es su decisión.   Nadie “siente perdonar”, más bien “decidimos” perdonar; eso es todo.

Ahora bien, aunque el perdón es una decisión que ocurre en un segundo y lo otorgo en  otro, su fruto se lo obtiene solo cuando se le da el seguimiento correcto.  Su “perdón” es un paciente en terapia intensiva al cual hay que asistirle con el siguiente tratamiento:

1.    Ore continuamente bendiciendo a la persona a quien ha perdonado; tan pronto la imagen de esa persona le venga a la mente, usted pronuncie una bendición hacía ella.
2.    Niéguese a rememorar el problema o el conflicto que enfrentó con esta persona.  Recuerde que usted tiene espíritu de poder, amor y dominio propio (2Timoteo 1:7), es decir que usted puede dominarse y ningún pensamiento o recuerdo tiene por qué anclarse en su mente y obligarla a pensar en él, tampoco puede someterle a recordar cosas hirientes; usted decide no pensar en eso y lo logrará porque tiene espíritu de dominio propio.
3.    Llene su mente de la Palabra de Dios todos los días; no solamente la lea, sino memorice, al menos un verso diario.   Cuando lo haga usted se va a dar cuenta que tiene mucha fuerza para rechazar los pensamientos obsesivos e insanos y sobre todo va a ver cumplida esta promesa en su vida:

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Yahweh está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.
Salmos 1:1-4.

Ciertamente no podemos evitar que nos hieran, que nos traicionen o que nos defrauden, pero por sobre todo eso, el perdón es una de las más gratas experiencias de la vida, no solo por el beneficio que me da, sino por el fruto que produce a mí alrededor.



COMPROMETIDOS CON EL EVANGELIO
Ven en la Palabra del Señor la única y última salida a sus problemas.

La mayoría de las parejas que han logrado restaurar su relación no son necesariamente religiosas, pero si con un fuerte compromiso con las verdades del evangelio.   En un inicio y durante el tiempo de la crisis, este compromiso con Dios, suele manifestarse solamente en uno de los cónyuges (con  frecuencia, más en las mujeres que en los hombres), pero cuando insisten y buscan a su Señor con denuedo, acaban abarcando no solo a su pareja sino también a los hijos, ya que todos han sufrido el drama de los problemas matrimoniales y están lo suficientemente heridos como para refugiarse en el sanador.  

Entonces la restauración de un matrimonio empieza con un hombre o una mujer que se consagra y termina con toda la familia postrada ante el altar.   Pero esta consagración es algo más que el concepto, es una dedicación a Dios continua, persistente y en algunos casos, hasta obsesiva.  Le buscan todos los días, en las madrugadas antes de levantarse, las noches al momento de acostarse, durante el día separan momentos para aislarse a orar, leen la Palabra de Dios, escuchan música cristiana y se asocian con creyentes fuertes en la fe. 

Hace varios años conocí a la esposa de un supervisor de la empresa eléctrica; ella trataba de enderezar su matrimonio que había entrado en una crisis aparentemente sin retorno, usando desde escenas de celos, hasta terapia psicológica y ya en el último tiempo incluso se dedicó a visitar brujos y agoreros.   Ella, en medio de su ignorancia acerca de las cosas espirituales estaba resuelta a salvar su matrimonio que estaba a punto de sucumbir ante el alcoholismo, el engaño y la violencia.   Después de tres años de lucha, ella conoció al Señor Jesús y empezó con una tenaz campaña de oración.   Clamaba a Dios todas las madrugadas con lágrimas, a las cuatro de la mañana ya estaba de rodillas y no se levantaba de su altar de clamor hasta las seis.   Decidió ayunar los viernes pidiendo la salvación de su hogar y asistía fielmente a dos reuniones semanales en su congregación.   A los seis meses de esta rutina, su esposo, a quien yo aún no conocía, de alguno manera averiguó donde yo vivía y me visitó en mi casa no sin antes haberse tomado media botella de whisky; cuando yo abrí la puerta, él me preguntó, con ese tonito soñoliento y sabrosón que tiene los borrachos,  si yo era el pastor, le dije que sí y, para mi sorpresa, empezó a llorar y me pidió que ore por él.   Yo no tenía ni idea de quién era y mucho menos me imaginaba que era el hombre por quien estábamos orando en la congregación.

Su esposa se enteró de esto y me invitó para que comparta la palabra en su casa las noches de los jueves.  Así lo hice durante cuatro meses; les enseñaba la Palabra de Dios unos treinta minutos y luego cenábamos juntos.   A veces estaba su esposo y otras veces no, pero poco a poco se hizo más frecuente su presencia.  Les bauticé a él y a su familia en 1995 y desde esa fecha hasta hoy no me he enterado de más problemas en su vida excepto las dificultades cotidianas que todos tenemos.  

Hoy él es un pastor cristiano, jubilado ya, e invierte su tiempo en consejería a parejas, tratando de alguna manera de devolver el favor que Dios le hizo al salvar su hogar del divorcio y a él del alcoholismo.


NO VAN EN BUSCA DE LA FELICIDAD
Se encuentra con ella mientras van en busca de sus metas.

La felicidad no es un objetivo sino una consecuencia.   Todas las parejas que han logrado vencer sus crisis y hoy están juntos, han logrado proponerse una meta común; esta meta es en unos casos, de carácter espiritual, sirviendo en sus iglesias; en otros casos de tipo altruista, ayudando a personas en necesidad, e inclusive de tipo empresarial, sacando adelante sus negocios.   Pero en todos los casos estas parejas han encontrado algo para hacer juntos, algo que les apasiona a los dos, algo que les conviene a los dos y por lo cual vale la pena luchar.   Una vez que estos matrimonios encontraron “la misión en su vida”; descubren una profunda felicidad, aún en los sacrificios que tengan que hacer con tal de lograr sus metas y triunfar en sus retos;  cada meta lograda es para ellos una alegría enorme, cada triunfo es una ocasión de festejo.   Ellos se han dado cuenta de que la felicidad es aquello que ocurre entre los sacrificios y las metas logradas.

Había una enfermera en uno de los mejores hospitales de Quito, cuya meta era ser feliz en su hogar y a pesar de todos sus esfuerzos fracasó.  En su gran infelicidad cambió de meta y se dedicó a hacerle a su esposo la vida tan infeliz como la de ella; en eso si tuvo éxito.   Ambos, conscientes de su amargura y frustración hallaron una meta juntos al tener que estar continuamente en el hospital, cuidando a la hermana menor de él que tenía leucemia.  Por algunas complicaciones esta jovencita de apenas trece años, no podía levantarse, ni atenderse, ni siquiera podía comer sola.  La meta de ambos fue cuidar de ella, tratando de hacerla tan feliz como fuera posible, hasta que fallezca.    Fue durante ese tiempo que su situación cambió.   A pesar que tenían que turnarse en las madrugadas, durmiendo poco, comiendo al apuro, gastando el dinero de ellos y de sus hijos, no obstante empezaron a dejar de gritarse y de ofenderse; comenzaron a hablar acerca de la hermanita enferma y en las pocas madrugadas que pasaban juntos hablaban, conversaban y se consolaban mutuamente.   Él se conmovía de la dedicación de ella hacia una joven que no era de su sangre, dedicación que ni siquiera su propia familia le daba a su hermanita.   Una de aquellas pocas madrugadas que amanecieron en su casa, hicieron el amor; la primera vez en meses.   Para ambos fue satisfactorio, relajante, fantástico.   Se re encontraron y decidieron seguir en esa misma dirección.  

En agosto del 2007 la jovencita falleció y ellos, en vez de sumirse en la subsecuente depresión, empezaron un ministerio de visitación a los enfermos.   Con la ayuda del pastor y unos pocos jóvenes más de la iglesia, fueron aprendiendo a aconsejar y a dar consuelo, sobre todo a los más graves, a quienes iban a fallecer.   Esa es su tarea hasta el día de hoy y su hogar está en victoria.   Aún su hija de 15 años se ha involucrado en la misión de sus padres.   Para ellos la noche del viernes es sagrada; pasan en los hospitales desde las seis hasta las diez u once de la noche aconsejando, consolando, ayudando.   Su hogar está a salvo, tiene una meta en común y mientras la perseguían encontraron su felicidad.


COMPARTEN LA PRESENCIA SILENCIOSA
Ya que no pueden hablar sin pelear, optaron por acompañarse en silencio.

–– ¿Qué pretende hacer con esa ley del hielo absurda que le ha aplicado a él? –– le pregunté a una esposa que le había cortado la palabra a su cónyuge hace casi un mes.   Ella dijo con toda tranquilidad:
–– Le estoy demostrando que le amo ––  Al ver que me quede sin palabras ante semejante afirmación ella añadió:
–– Pastor, él sabe que no le soporto, que estoy molesta y enojada, pero a pesar de eso, el me ve siempre allí, en donde me necesita… él sabe que no le he dejado ni le dejaré ––

No voy a decir que esta actitud es loable, tal vez ni siquiera recomendable, pero en las parejas que han vencido, suele ser un rasgo común.   Se han resignado a no hablar pero no han renunciado a estar en donde deben estar (la redundancia es a propósito).   A continuación quisiera compartirles cuánto habla la Biblia acerca de guardar silencio y de que muchas, muchas veces hermanos, es preferible callar:

Aún el necio cuando calla, es contado por sabio: El que cierra sus labios es entendido.
Proverbios 17:28.

Los labios del necio traen contienda; y su boca los azotes llama.  La boca del necio es quebrantamiento para sí,  y sus labios son lazos para su alma.
Proverbios 18:6-7.

No hables a oídos del necio, porque menospreciará la prudencia de tus razones.
Proverbios 29:3.

Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, para que no seas tú también como él. Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión.
Proverbios 26:4-5.

¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que de él.
Proverbios 29:20.

Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio.
Eclesiastés 5:3.

Las palabras de la boca del sabio son gracia; más los labios del necio causan su propia ruina.
Eclesiastés 10:12.

El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño. Apártese del mal, y haga el bien busque la paz, y sígala.  
1 Pedro 3:10-11.

Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.  Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. 
Santiago 3:2-6.

Por todo esto, hermano, hermana, la mayoría de las veces es mejor callar, pero en su silencio puede también mostrar respeto, cariño y consideración estando donde debe estar.   Siempre es mejor la presencia silenciosa que la altilocuencia.   En una ocasión Abraham Lincoln dijo:
–– Mejor es callar y que sospechen de tu poca sabiduría, antes que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello ––  

Yo prefiero callar y estar allí en mi lugar, antes que tener que salir corriendo por haber dado rienda suelta a mis palabras, a mis reclamos y reproches, demostrando a todos mi gran necedad.


RENUNCIAN A TRATAR DE QUE EL OTRO CAMBIE
Solo se pueden cambiar a sí mismos; al otro lo cambiará Dios, si así le place.

La incertidumbre mata.  Es desesperante la espera tratando de que el otro cambie, las voces de desánimo se multiplican en el interior del hombre o la mujer que viven a la expectativa de ver cambios en el otro.  Quisieran al menos percibir un pequeño cambio de actitud en su cónyuge y muchas veces lo que se manifiesta es un endurecimiento; esto les confunde pero no hay razón para eso.  Cuando Moisés fue de parte de Dios ante Faraón para ordenarle que deje ir libre a Israel, creyó que se iba a ablandar y dejar ir libre al pueblo de Dios, pero en lugar de eso ocurrió algo terrible, lo que nunca antes había pasado, ni en lo peor de su esclavitud: Faraón ahora quería la misma cuota de ladrillos fabricados por los esclavos pero quitándoles la materia prima (Éxodo 5:7-8).   La esclavitud se agudizó, el dolor también, al punto de que el pueblo quiso apedrear a Moisés porque no los había liberado como ellos esperaban.   Pero la historia demuestra que los israelitas estaban equivocados y que, a pesar de que se agudizó la esclavitud, eso era nada más que el preludio de su liberación.

Si usted se ampara en el Señor, su hogar se salva o se salva; no hay opción porque Dios no sabe perder.   A la final usted va a ver su matrimonio triunfante y a su cónyuge libre de ataduras.  Pero para lograrlo es imprescindible que entendamos los métodos de Dios.  Mientras Moisés esperaba ver la liberación inmediata se frustró e inclusive dudó de su llamado, pero cuando puso su atención simplemente en obedecer y dejar que Dios se encargue de liberarlos, la libertad llegó.

Por más que luche en contra de su cónyuge, por más que lo corrija, que lo recrimine, que le haga escenas dramáticas con llanto y sollozos, aunque amenace con suicidarse o desaparecer, haga lo que haga para tratar de cambiarlo, todo será inútil, no lo logrará; pero si usted se acerca al Señor para que Él le cambie a usted antes que a su cónyuge, Dios lo hará.  

Su hogar se salva o se salva, no hay opción, pero usted trabaje en su propio cambio,  ocúpese de usted y de nadie más, confiando en que Dios hará lo que deba para lograr que el otro también cambie.   Las parejas que vencieron tomaron esta decisión a tiempo; usted puede tomarla hoy: ahora mismo decida dejar de ayudarle a Dios, resígnese amar a su cónyuge tal como él o ella es y siga adelante cambiando usted.   Su meta ya no es que otro cambie sino cambiar usted; esto va a acabar con la incertidumbre y la angustia.   Cambiar usted mismo, ese es su objetivo; cambiar usted misma, ese es su objetivo.   El cambio del otro no es asunto suyo.

En una conferencia matrimonial conocí a la versión ecuatoriana de Leonardo Di Caprio y  Shakira.  Una pareja joven, con dos años de matrimonio, tan bien parecidos que estuve tentado a pedirles que me concedan el honor de tomarme una foto con ellos.   En esos días ellos ya estaban en trámites de divorcio pero fueron a mi charla para quedar bien con la madre de ella que les rogó su asistencia.   Sus problemas empezaron desde el día que se casaron, cuando ella empezó con la infausta tarea de cambiarle a él, por consejo de su padre.   Él le había dicho:
–– Trata de que el “gorila” cambie, para que no te avergüence ante la familia ––   La joven lo tomó como la misión de su matrimonio. Él, como no podía ser de otra manera, hizo lo mismo y se lanzó a la batalla de lograr que ella sea la que cambie y deje de tratar de cambiarle a él.   A los dos años, ninguno había cambiado y ya ni siquiera dormían juntos.  Se amaban todavía pero las heridas habían sido muy profundas por lo cual decidieron separarse definitivamente.   Después de una conversación con su abuela, la joven versión de Shakira, empezó a leer la biblia y una noche en medio de su soledad rompió en llanto; llamó por teléfono a la anciana que le había guiado a los pies de Jesús y le dijo:
–– Abuela… ¿Qué puedo hacer para cambiarlo? ––  A lo que ella contestó:
–– Esa no es la pregunta correcta… más bien deberías preguntar: ¿Qué puedo hacer para cambiar? ––

No fue fácil para ella.   Se había criado con todos los lujos posibles, le habían concedido todos los caprichos que se le ocurrían; ella no sabía el concepto de sacrificio o negación pues le habían entrenado para salirse con la suya.   Pero Dios es bueno y le enseñó.   Su restauración duró casi nueve meses.  En la navidad de 2009, se reunieron las familias y también ellos asistieron.   Se sentaron juntos a la mesa y al dar gracias por los alimento se tomaron las manos todos.  Él no pudo resistir las lágrimas y luego de la breve oración de acción de gracias, cuando ya todos habían terminado de orar, él aún sostenía la mano de su esposa.  Sin haber conversado ni una palabra ella se dio cuenta de que algo había cambiado en él; tal vez era su mirada o la delicadeza de su trato, pero algo le había ocurrido.  Retomaron su relación y ella le retó a que le conquiste nuevamente.  La última vez que los vi me invitaron a comer en su casa; allí estaban juntos y, a mi manera de ver, más unidos que antes.

Su hogar se salva o se salva, Dios no sabe perder.  Cambie usted y deje de tratar de cambiar a otros.


En este artículo se transcriben las deducciones del autor basadas en casi tres décadas de ver la obra del Señor en familias que a pesar de sus grandes problemas, hoy se encuentran juntas como prueba irrefutable de su victoria.

Departamento de Comunicación
CENTRO CRISTIANO FAMILIAR MONTE SION


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