Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad,
allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén
derribado, y sus puertas quemadas a fuego. Cuando oí estas palabras me senté y
lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los
cielos.
Nehemías 1:3-4.
Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos
prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque
vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén.
Nehemías 2:20.
Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de
generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos,
restaurador de calzadas para habitar.
Isaías 58:12.
Todos queremos lo mejor para nuestras
vidas: las mejores amistades, el mejor colegio, la mejor familia y la mejor
iglesia. Sin embargo Dios escoge lo peor: lo vil, lo necio y lo menospreciado
del mundo, y lo escoge con el solo propósito de restaurarlo de volver a
edificarlo, porque Yahweh es el gran reconstructor, el levantador de los
caídos, la única esperanza de los “casos perdidos”.
Cuando Jesús se enteró de que Lázaro estaba
enfermo, no se apresuró a ayudarle sino que esperó hasta que empeore y
finalmente muera; fue entonces cuando les propuso a sus discípulos ir a Judea
porque Lázaro había muerto. Jesús no se movió por un Lázaro enfermo, ni grave; Él
se movió por un Lázaro que ya no tenía remedio para que todos sepan que Jesús
era la resurrección y la vida, para que todos se enteren que cuando alguien
pone una piedra sobre la tumba deben quitarla porque allí está Jesús el hijo de
Dios, el Dios de los imposibles. Cuando
todos dicen se arruinó, se terminó, ha muerto, Jesús dice: yo lo reconstruyo,
yo lo resucito.
Si nuestro Padre es así, nosotros también
debemos serlo. Si él reconstruye lo
caído, nosotros también los hacemos, por eso en nuestras asambleas son
bienvenidos los casos perdidos; si los demás no los quieren, nosotros los
queremos, si los demás los han desechado, nosotros gustosos los tomamos.
Pero esta reconstrucción de las vidas
empieza con un corazón dolido por los caídos, por los destruidos. Nehemías se estremeció, ayuno y lloró; no
dejaba de orar, lo hacía día y noche.
Él tenía un gemido continuo en su corazón por Jerusalén, clamaba en lo profundo
de su ser por el levantamiento de su pueblo, el dolor lo embargaba, el
quebranto por amor a los suyos no lo dejaba ni siquiera dormir tranquilo.
¿Somos así nosotros? ¿Nos afecta cuando un
justo cae o cuando una congregación de desmorona? O simplemente levantamos los
hombros con indiferencia, o peor aún, nos alegramos secretamente porque
“aquellos pecadores merecían el juicio de Dios”. Ciertamente Caín, Coré y Balaam atacan a la
iglesia de Jesús (Judas 1:11), pero entre estos tres, Caín es el peor; quienes
se mueven en ese espíritu ignoran que quien odia a su hermano es homicida, que
quien le dice fatuo es digno del infierno, quien le dice necio merece el juicio
(Mateo 5:21,22), cuánto más el que disfruta de una caída o el que se cree
profeta y se atribuye aquella desgracia como una confirmación de su supuesto
don espiritual. Qué tristes son nuestras
miles de denominaciones con millares de jefes independientes cada una de ellas
con sus propios estatutos y dogmas, en guerra declarada contra la denominación
de al lado. Qué lamentable es oír a los
grandes líderes disertando acerca de por qué no debe irse de esta congregación
que es santa, justa y verdadera, a la del frente, que es pecadora, libertina y
con falsa doctrina. Qué pena es esta
iglesia evangélica en donde los jueces y verdugos son “pecadores no
descubiertos” los cuales se envilecen y derraman toda su maldad sobre los
“pecadores descubiertos”.
Clamemos por no acabar siendo como
aquellos, porque ninguno estamos exentos de volvernos implacables, sepultando
nuestro amor fraternal en una fosa profunda y cubriéndolo con una gigantesca
cantidad de normas humanas, pseudo espirituales. Clamemos para que el Dios Altísimo mantenga
nuestro corazón ardiente por amor a nuestros hermanos, sobre todo por aquellos
que están mal, por los que se han apartado, por los que han pecado. Y luego de este clamor, tomemos nuestras
armas espirituales, y levantémonos, ¡vamos a reconstruir nuestra Yerushalaim,
vamos a levantar los muros, vamos a reparar las puertas, porque Yahweh está con
nosotros!
Tal vez la gente no nos conozca como la mejor
congregación pero nos conformaremos si nos llaman “reparadores de portillos” o
“restauradores de calzadas” ¡Qué privilegio meter la mano en la inmundicia de
una alcantarilla abierta, para rescatar el anillo que se nos había caído! ¡Qué
sensación tan hermosa es palpar aquel aro metálico en medio de la bazofia y
sacarlo, ver su brillo y limpiarlo para luego volverlo a colocar en donde
pertenece, en el cofre del tesoro o en el anular de la persona amada! Somos restauradores y buscamos alcantarillas
en donde se han caído Joyas, las cuales serán restauradas en las manos del
Salvador.
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