INTRODUCCIÓN
LOS DISCÍPULOS Y EL MENSAJE QUE LOS DISCIPULA
Lo
primero que el Salvador hizo cuando inició su ministerio fue reclutar a setenta
hombres, de los cuales seleccionó a doce, con quienes vivió y a los cuales
instruyó durante tres años y medio, es decir, los discipuló; este era el centro
de su plan estratégico para ganar una humanidad para Dios.
Ya
que nosotros somos los seguidores del discipulador Jesús; ¿No deberíamos
también discipular? ¿No deberíamos emular las pisadas del maestro? Es asombroso
que siendo el discipulado algo tan evidente a través de los evangelios, en
nuestras congregaciones cristianas le demos una mínima importancia; pasamos los
días, meses y años, en cultos, reuniones de evangelismo y asambleas,
organizando seminarios y toda clase de actividades para ministrar e instruir al
mayor número de personas posible, siempre con la mirada en la multitud, y pocas
veces o casi nunca nos dedicamos a discipular a la manada pequeña, a la cual el Padre ofreció darles el Reino (Lucas 12:32 RVR).
Estamos
saturados de lo “mega” y nos olvidamos de lo “micro”, porque nos han vendido la
imagen de que lo grande y numeroso es sinónimo de éxito y que lo pequeño que
incluye a pocos, es algo así como un fracaso o por lo menos una vergüenza. Sin embargo nuestro Señor trabajó con doce,
solo con doce; los demás eran quienes daban forma al escenario necesario para
que esos doce aprendan, para que esos doce sean instruidos.
Jesús
se alejaba de las multitudes y se acercaba a sus discípulos; nosotros
deberíamos hacer lo mismo. En el nuevo testamento, la palabra “discípulos” se
repite 246 veces, “hermanos” 172 veces, “discípulo” (en singular) 26 veces,
“creyentes” 10 veces, y “cristianos”, 1 vez; este énfasis de los escritores
sagrados nos muestra a quien iba dirigido todo el esfuerzo ministerial de
aquella iglesia del primer siglo que hizo temblar imperios.
La
intención del Señor Jesús al discipular, era entrenar a sus doce para que hagan
la obra de Dios. Jesús predicaba a las
multitudes, aun sabiendo que esa misma multitud le entregaría a la muerte, pero
lo hacía para que sus discípulos
aprendan cómo hacerlo, para que ellos aprendan a predicar aún a quienes les
iban a matar. Jesús sanó enfermos y
echó fuera demonios, aun sabiendo que muchos de esos sanados y liberados no le
seguirían, pero lo hizo para que sus discípulos
aprendan a sanar enfermos y a echar fuera demonios en su nombre. Todo lo que Jesús hacía, sus milagros, sus
sermones y enseñanzas, todo era parte de un gran plan de discipulado cuyo único
propósito era lograr que estos discípulos crean
en él (Juan 2:11 RVR) y así poder
adiestrarlos para la obra del
ministerio (Efesios 4:12 RVR). A
Jesús le seguían multitudes, pero él ponía toda su atención en sus doce; el
gran público nunca le desvió de su propósito; a nuestro salvador le seguían
muchos, pero Él seguía a pocos, porque sabía que la única manera de ganar
realmente a esos “muchos” era ocupándose de sus “pocos”.
Si
nosotros tuviéramos el mismo énfasis y camináramos conforme a esta norma, no
sufriríamos por llenar la iglesia ni nos afanaríamos en un sinfín de
actividades religiosas tendientes a captar nuevos miembros para nuestra
congregación; solamente nos dedicaríamos a nuestra “manada pequeña”, a nuestros
discípulos y el Padre se encargaría de abrirnos puertas para predicar a
multitudes, hacer prodigios, expulsar demonios y sanar enfermos, todo esto con
el propósito de que nuestros discípulos, nuestra “manada pequeña” crea y aprenda.
Amados
hermanos, cuando lleguen sus días de crecimiento y el ministerio empiece a
expandirse, cuando el Altísimo Dios le envíe a predicar a multitudes, cuando
empiecen a manifestarse milagros y prodigios en su ministración, no pierda de
vista esto, no sea que al igual que muchos predicadores famosos, usted también
crea que es el centro de todo, que su nombre es grande y que debe
promocionarse, olvidándose de sus discípulos y rodeándose de un séquito de
honor que le acompañen en sus vanidosas reuniones de avivamiento, en las cuales
ellos solo aprenderán a ser tan vanidosos como usted, sepultado así para su
perjuicio, el verdadero propósito de Dios.
EL
SERMÓN DEL MONTE
Llevo
tres décadas pastoreando y recién hace diez años comprendí la importancia de
discipular, así que me detuve abruptamente en mi camino ministerial, tomé un
giro y decidí olvidarme de mi obsesión por la multitud y empecé a ocuparme de la “manada pequeña”,
pero inmediatamente después de haber tomado este camino, me encontré con el
siguiente gran obstáculo: si voy a discipular, ¿Qué debo enseñarles a mis
discípulos para no equivocarme y acabar como muchos de mis compañeros, ya sea
extraviándome de la doctrina o creando una nueva denominación con una doctrina
“excelente” a mis propios ojos?
Durante
años medité, busqué e investigué cuál puede ser el pensum que debo compartir
con esos discípulos para lograr que sean unos verdaderos cristianos
victoriosos. Me preguntaba cómo
educarlos después de que han recibido a Jesús como su señor y salvador y
después de haberles explicado los rudimentos de la doctrina; leí más de una
docena de libros acerca del discipulado, además de innumerables artículos y
revistas, averigüé a mis hermanos mayores en la fe y recibí una cantidad de
respuestas que, lejos de ayudarme, me dejaron confundido y aunque puse por obra
algunos de los consejos que adquirí, no tuve éxito.
Durante
mis estudios en el seminario traté de investigar el mismo tema y recibía
respuestas similares, cargadas de buenas intenciones, muy “espirituales” pero
nada prácticas. Había oído de pastores
que les enseñaban teología sistemática a sus nuevos creyentes, otros optaban
por persuadirles que aprendan griego y hebreo, otros les instruían durante seis
meses con el manual de su denominación particular y no faltaba alguien que basaba
su instrucción en libros cristianos famosos, cuyas publicaciones vendieron
millones de copias. Todo esto era, a mi
manera de ver, demasiado largo, engorroso y aburrido.
Escuché
mucho, acepté poco, traté de poner en práctica algo y a la final fracasaba. Los hermanos de mi congregación seguían
siendo los típicos cristianos evangélicos de domingo (o a lo mucho de domingo,
martes y jueves), con una infinidad de ocupaciones
seculares y poco tiempo para Dios. Estos
creyentes se bautizaban, diezmaban, ofrendaban y hasta me acompañaban a
predicar en un parque o a alguna campaña evangelística; a eso se restringía su
vida espiritual. Todo lo que yo quería
que ellos hagan para Dios, lo hacían, siempre y cuando previamente les haya
compartido un buen estudio bíblico y varias prédicas con alta dosis de
emotividad. Una vez armada así la obra
maestra de persuasión ellos obedecían y
apoyaban la obra.
Tal
vez para algunos de ustedes esto no sea tan desalentador, a la final los
hermanos estaban allí, estaban conmigo, y en verdad nuestras reuniones eran
llenas de miembros, tanto que en dos ocasiones tuve que dividir el grupo y
crear una nueva reunión porque ya no cabían en el templo; sé que muchos de mis
colegas pastores viven a este ritmo, y viven satisfechos con eso, pero ese no
era mi caso; y no porque yo sea alguien especial o importante, sino porque creo
que Dios en su misericordia me concedió entender que yo no estaba haciendo las
cosas bien.
Lo
que me frustraba era que todo lo que el pueblo hacía para Dios, era bajo mi
presión; ellos no madrugaban a buscar a Dios por si solos, no empezaban un
retiro de ayuno sin mi incentivo y aún para que ofrenden tenía que hacer pasar
aquel tarro que llamamos “alfolí” porque de otra manera no lo hacían. Pero con los años uno se cansa de esta
intensa labor humana y tan poca asistencia divina, así que me volví a Dios en
clamor y lágrimas.
Yo
necesitaba algo dinámico, sencillo y en la medida de lo posible, rápido; tan
dinámico como para que les interese aún a los apáticos, tan sencillo como para
que los menos instruidos entiendan y tan rápido como para que los más ocupados
tengan tiempo de estudiarlo. Fue en ese
tiempo cuando le plació al Señor mostrarme algo crucial en mi vida ministerial,
mientras leía el capítulo cinco del evangelio de Mateo y literalmente
resaltaron ante mis ojos las
palabras: y sentándose vinieron a él sus discípulos (Mateo 5:1 RVR); continué leyendo muy atentamente hasta
terminar el capítulo cinco y me di cuenta que el sermón continuaba hasta el
final del capítulo siete en donde concluye diciendo: y la gente se admiraba de su doctrina (Mateo 7:28 RVR).
Aunque había pasado por este pasaje muchísimas veces durante varios años,
en ese momento recién me percaté de dos cosas importantísimas: primero, el
Sermón del Monte fue dado a los discípulos, y segundo, en este sermón se
describía la doctrina de Jesús.
Si,
el inicio y el final de este sermón me maravillaron, la primera y la última
frase tocaron mi corazón de tal manera que podía decir que por fin estaba entendiendo
el plan de Dios en el ministerio. Al
inicio del sermón, los discípulos se sentaron a escucharle; ¡Ajá! Esto era para
los discípulos. Al final del sermón, se admiraban de su doctrina, ¡Ajá! Esta
era la doctrina de Jesús. Me desentendí
de todos los libros que estaba leyendo en ese tiempo, deseché muchos
compromisos ya adquiridos, algunas noches ni siquiera quería dormir porque me
sumergí en este mensaje de Jesús para sus discípulos.
Estudié
el Sermón del Monte en la Reina Valera, en la Nueva Versión Internacional, en
la Biblia Peshita, en la Nácar Colunga, en la Jerusalén, en el Nuevo Testamento
Interlineal Griego y en todas las traducciones posibles, recurrí a todos los
comentarios y manuales bíblicos a mi alcance y descubrí que el evangelista
Mateo nos dejó en este pasaje, entre los capítulos
cinco y siete de su evangelio, un registro brillantemente simplificado de los
principales temas que Jesús enseñó a sus discípulos y en definitiva, un
compendio de la doctrina de nuestro señor.
Ahora
que han pasado varios años y he visto el fruto de poner en práctica esta
enseñanza, no solo en mi vida sino en toda la congregación; ahora que he visto
como este sencillo mensaje tiene el poder de formar a hombres y mujeres comunes
en grandes buscadores de Dios; ahora que sin fatigarme he tenido en apenas dos
años, un crecimiento del tres cientos por ciento en mi pueblo; ahora que los
hermanos sin ninguna presión de mi parte deciden tener ayunos, reuniones de
oración y vigilias, ahora que sin necesidad de pasar por las bancas el alfolí,
ni manipular o exigir que los hermanos “pacten con Dios”, el pueblo diezma y
ofrenda generosamente; ahora que he
visto resultados, en la vida espiritual, ministerial y económica del pueblo, ahora
sí, quisiera compartir con ustedes lo que he aprendido y hacer de este sermón el centro de nuestro estudio y
meditación durante el tiempo que el Altísimo Dios nos permita hacerlo.
UN
SERMÓN DIFERENTE A TODOS LOS DEMÁS
En
todo el nuevo testamento este es el sermón más largo que se ha escrito. La intención del evangelista no era
registrar aquí una enseñanza más, sino la esencia de todas las enseñanzas del
maestro; en él se encuentra un asombroso resumen de la doctrina de Jesús, su
visión, su misión y el desarrollo de su plan estratégico. También encontramos aquí las bendiciones y
las maldiciones; los galardones de los fieles así como los castigos de los impíos, los ejercicios
espirituales y la conducta que deben tener los discípulos ante la sociedad,
abarcando de esta forma el área ministerial, litúrgica y social del creyente.
Poco
antes de concluir su sermón, el Señor Jesús, apartándose de su acostumbrada
modestia al dar una enseñanza, hace un
gran énfasis en la importancia de este mensaje diciendo: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a
un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y
soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba
fundada sobre la roca. Pero cualquiera
que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato,
que edificó su casa sobre la arena; Y
descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu
contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:24-27 RVR).
Cuando
Jesús dice: “estas palabras” en los
versos 24 y 26, se está refiriendo al discurso que empezó en el capítulo
cinco. Al que “oye estas palabras y las hace”, Jesús le compara a un hombre prudente que ha edificado su casa sobre la
roca y que, a pesar de las lluvias, ríos y vientos, no cayó. Permítanme resaltar esto: ¡No cayó! Esto lo dijo Jesús el maestro, el rey de
reyes y el señor de señores: ¡quien oye y vive este mensaje no caerá! Entonces aquí está la enseñanza que va a
impedir que usted caiga o que yo caiga.
Este es el sermón en donde se hallan las claves para una vida
victoriosa, sin tropiezos ni resbalones, sin vergüenzas ni oprobios. Aquí encontrará la guía, fortaleza y unción
para una vida ministerial impecable en la cual nadie tenga por qué acusarle;
una vida litúrgica que le permita entrar al
lugar santísimo, y salir sin que nadie tenga que sacarle, y una vida
social y familiar, llena de gozo y de
buenos momentos por la cual nadie tenga que señalarle.
En
los últimos dos versos del mismo capítulo 7 del evangelio de Mateo, está
escrito: Y cuando terminó Jesús estas
palabras, la gente se admiraba de su doctrina;
Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas
(Mato 7:28,29 RVR).
Por
este verso sabemos que el sermón del monte realmente contenía la doctrina de
Jesús. La palabra griega que aquí se
traduce como “doctrina” es “didaké” (Strong
G1322), la cual significa: instrucción o doctrina para ser enseñada. De esta misma palabra procede nuestro
término didáctico, lo que nos muestra
que en este sermón hay algo más que una prédica hermosa o un bello mensaje de
motivación; aquí hay algo más grande que eso. El mensaje plasmado en estos capítulos
contiene la didáctica de Jesús y un compendio del pensum de estudio que
compartiría con sus discípulos.
REVISADO 14 10 2015
¿UN
SERMÓN PARA EL INCONVERSO O PARA LOS DISCÍPULOS?
Al
iniciar este mensaje, el evangelista Mateo escribe: Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus
discípulos. Y abriendo su boca les
enseñaba, diciendo… (Mateo 5:1-2 RVR).
Cuando el evangelista dice que “vinieron a él sus discípulos” y
que “les enseñaba”, nos muestra claramente que
esta era una enseñanza para ellos, para sus discípulos. Entonces, lo que movió al Señor a pronunciar
esta enseñanza fue la multitud, pero
el público al que la dirigió fueron sus discípulos;
por esto afirmamos categóricamente que quien ama la multitud, y desea ganarla
para Dios, entrará decididamente en un proceso de discipulado. Sin embargo, cabe anotar que, según Mateo
7:28, también hubo gente que sin ser un discípulo, escuchó parte de este
sermón.
Y cuando terminó Jesús estas
palabras, la gente se admiraba de su doctrina…
Mateo
7:1.
Esto
en cambio nos indica que Jesús nunca excluyó a nadie mientras compartía esta
enseñanza y a quienes se acercaron al grupo de sus discípulos se les permitió
hacerlo; entonces, este era un mensaje para sus discípulos pero también podía
beneficiarse la multitud. Era un
mensaje para sus discípulos, el cual no era un grupo cerrado, exclusivista,
sino que había la apertura para que la gente
escuche también.
UN
SERMÓN CUYO TEMA CENTRAL ES: EL REINO DE LOS CIELOS
Bienaventurados los pobres en
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo
5:3.
Venga tu reino. Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Mateo
6:10.
No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos.
Mateo
7:21.
Estos
son algunos de los muchos versos en los cuales se puede ver que el tema
principal al cual el Señor Jesús hace referencia en este mensaje, es el “reino
de los cielos”, y quisiera tomarme algunas líneas para aclarar algunos puntos
importantes al respecto. La expresión “reino
de los cielos” no es exactamente una
alusión a la vida eterna (aunque la incluye) sino que más precisamente
significa: la esfera sobre la cual Dios gobierna, o el área en la que Dios
reina. Pero tal vez alguno de ustedes podría afirmar que Dios
reina en todo lugar, ¿Cómo podemos hablar del lugar en el que Dios reina? ¿Acaso hay algún lugar en el que Dios no
reine? ¿Acaso no dice la escritura que
Dios reina? ¿Cómo podemos entender
entonces el Salmo 93:1, 96:10, 97:1, 99:1, y muchos otros versos más?
Para
poder explicar esto, debemos comprender que nuestro Dios, además de ser justo y misericordioso es un Dios legal, es
decir que Él obra conforme a una norma legal que él mismo estableció. Ahora bien, cuando Dios creó al hombre le
encargó el gobierno de la tierra (Génesis 1:26-28), pero tras la caída, esta
autoridad fue usurpada por satanás, quien se lo arrebató al hombre por el
engaño del pecado. Mucho tiempo
después, satanás se enfrenta a Jesús en el desierto de Judea y el evangelista
Lucas lo relata así:
Y le llevó el diablo a un alto
monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el
diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me
ha sido entregada, y a quien quiero la doy.
Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos.
Lucas
4:5-7.
Ante
semejante afirmación: “porque a mí me ha
sido entregada”, Jesús no le contradice ni le llama mentiroso, más bien
saca a luz la verdadera intención del adversario que era lograr la adoración
del Señor y le responde: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al
Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás (Lucas 4:8).
Ahora
bien, si satanás estaba enfrentándose al Mesías de Israel, al Hijo del Dios
Altísimo, ¿deberíamos creer que se va a acercar para tentarle con una
fanfarronada? ¿Deberíamos creer que
satanás usaría una mentira descarada como “a
mí me ha sido entregada” para enfrentarse al Señor Jesús, sabiendo que Él
era la Palabra viviente, el Verbo de Dios?
La respuesta es no; si así hubiera sido, si satanás hubiera usado una
mentira para tentar al Señor, Jesús le habría desarmado inmediatamente diciendo
la verdad. De todos modos, debemos
reconocer que la escritura no dice explícitamente que Dios le ha entregado el
reino o una parte de él a satanás, solamente podemos inferirlo por algunos
pasajes de la escritura como los siguientes:
Un día vinieron
a presentarse delante de Yahweh los hijos de Dios, entre los cuales vino
también Satanás. Y dijo Yahweh a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo
Satanás a Yahweh, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella.
Job 1:6,7.
Aquí
vemos a Dios pidiéndole cuentas a satanás acerca de su caminar por la tierra;
si él no hubiera tenido permiso para ello habría sido reprendido en ese mismo
instante, pero eso no ocurre sino que, por el contrario, satanás le hace un
reto a Dios al insinuar que Job va a traicionarle si tan solo se le permite
afligirle, y Dios le concede el permiso para hacerlo. Entendiendo este pasaje nos podemos dar
cuenta de que todo lo que satanás hace es porque tiene permiso para hacerlo y
este permiso lo tiene por una sola razón: el pecado del hombre, como lo
demuestran los siguientes pasajes de la escritura:
Me mostró al sumo sacerdote
Josué, el cual estaba delante del ángel de Yahweh, y Satanás estaba a su mano
derecha para acusarle. Y dijo Yahweh a Satanás: Yahweh te reprenda, oh Satanás;
Yahweh que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado
del incendio? Y Josué estaba vestido de
vestiduras viles, y estaba delante del ángel.
Zacarías
3:1-3.
Entonces oí una gran voz en el
cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro
Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de
nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
Apocalipsis
12:10.
En
estos dos pasajes, satanás se levanta a acusar a los creyentes en base al
pecado que ellos tienen, es decir que, el pecado nuestro le da el derecho a
satanás de acusarnos delante de nuestro Dios y más aún, le da el derecho de
“pedir”, y lastimosamente hay veces en que Dios le concede lo que pide.
Dijo también el Señor: Simón, Simón,
he aquí satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo, Pero yo he rogado
por ti, que tu fe no falte...
Lucas
22: 31,32.
Dios
es legal y satanás lo sabe; basado en el pecado del hombre él pide las almas
con mucha intensidad, Juan dice que lo hace sin cesar, de día y noche (Apocalipsis 12:10), y como ya hemos visto, hay veces
en que Dios se lo concede, aunque siempre con una restricción. Esto debería llevarnos a meditar sobre
nuestra oración y nuestras peticiones; ¿Estamos pidiendo cómo debemos? ¿Estamos haciéndolo con intensidad y
perseverancia? ¿Cómo es posible que
satanás haga sus peticiones insistentemente durante todo el día y la noche y nosotros lo
hacemos durante cinco minutos y luego nos cansamos? Con razón a satanás se le han concedido
algunas cosas que a nosotros no se nos ha dado; ¿Un ejemplo? El mundo sumido en vicios mientras las
iglesias están vacías; las más grandes iglesias del mundo tienen apenas un pequeño porcentaje de almas en relación a sus
ciudades. ¿Otro ejemplo? Las
licorerías, prostíbulos y en general, los lugares donde se practica la inmoralidad,
funcionan todos los días y durante veinte y cuatro horas, mientras que las
iglesias dos o tres días por semana, en pequeñas reuniones de dos horas de
duración.
Hasta
aquí, por lo que hemos visto ya podemos darnos cuenta de que satanás si tiene
injerencia sobre algunas vidas por causa del pecado. A continuación quisiera que prestemos atención a otro
importante indicio de que el adversario también tiene cierta autoridad sobre el
mundo:
Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.
Juan
12:31.
No hablaré ya mucho con
vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.
Juan
14:30.
Y de juicio, por cuanto el
príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.
Juan
16:10.
En los cuales anduvisteis en
otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la
potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.
Efesios
2:2.
Y
para terminar, tomo las asombrosas palabras que dijo Jesús en las que menciona
que satanás tiene un reino, es decir que reina sobre algo:
Mas él, conociendo los
pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es
asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Y si también Satanás está dividido contra sí
mismo, ¿cómo permanecerá su reino?
Lucas
11:17-18.
Por
todo lo explicado podemos afirmar que hay lugares, áreas geográficas y vidas
humanas sobre las cuales está gobernando el adversario y el deseo de Dios es
que eso termine y Jesús empiece a gobernar sobre aquello, de ahí que una de las
peticiones del llamado “Padre Nuestro” dice:
que venga a nosotros tu reino.
Este
es el centro del Sermón del Monte: el “reino de los cielos”, la esfera sobre la
cual Dios gobierna y ejerce su autoridad, el área en la que Dios actúa y
manifiesta sus milagros y prodigios. Este es el reino que el Señor quiere que
venga a la tierra, este es el reino a causa del cual debemos ser discipulados y
entrenados en la vida espiritual, este es el reino por el cual hay que luchar,
este es el reino por el que debemos orar todos los días, para que descienda en
medio nuestro, para que se manifieste la gloria de Dios entre nosotros.
Como
sabemos, todo reino tiene sus leyes, sus normas de urbanidad, su cultura, sus
costumbres idiomáticas; en definitiva todo reino tiene un código civil y en
este sermón el Señor nos revela lo que podríamos llamar: el código civil de los ciudadanos del reino de los cielos.
UN
SERMÓN QUE NOS HABLA MÁS QUE MOISÉS
Para
finalizar esta introducción debo anotar que solamente en este sermón se puede
leer la expresión: oísteis que fue dicho…
pero yo os digo (Mateo 5:21, 22, 27, 28, 31, 32, 33, 34, 38, 39, 43, 44) haciendo referencia a la ley de Moisés en
contraste con la palabra de Jesús, de
donde colegimos que el Señor tiene algo
que decir más importante de lo que había dicho Moisés, y esta es la enseñanza
que debemos aprender. Jesús dijo algo
más que Moisés, pero ¿Lo dijo para contradecirle o para ratificar aquella
enseñanza? Ciertamente fue para
ratificarla porque en sus propias palabras afirmó que Él no ha venido para abrogar la ley o los profetas; sino para
cumplir (Mateo 5:17).
Capítulo Primero
SUBIENDO AL MONTE DE DIOS
EL ÁMBITO EN EL CUAL SE DISCIPULA
Viendo
la multitud…
Mateo 5:1a.
Esto
nos habla de la visión del maestro. Él
miraba la multitud y fue esta visión la que movió su corazón para dar esta
enseñanza a los discípulos; a sus ojos, la multitud estaba abandonada y dispersa como ovejas que no tienen pastor (Mateo
9:36), y mirando a esta muchedumbre desolada, Jesús toma la decisión de
ocuparse de un pequeño grupo de sus seguidores, para instruirles y adiestrarles
con la finalidad de que en el futuro, ellos puedan ganar esa multitud.
Jesús
es el buen pastor, quien da su vida por las ovejas. Es el amor que tiene por ellas lo que le
mueve a subir al monte para instruir a sus discípulos. Nuestra visión debería ser la misma. No debemos entrar en un proceso de
discipulado simplemente para crecer y tener un mejor nombre entre las demás
congregaciones o para aumentar nuestros ingresos. Nosotros debemos discipular por amor a las
almas; debemos discipular a unos pocos por amor a los muchos, por amor a la multitud que el Señor Jesús vio
antes de subir al monte, porque no podremos llegar a esa multitud a menos que
entrenemos a unos pocos.
Subió
al Monte…
Mateo 5:1b.
En
las escrituras, el monte es una representación de la santidad y del quebrantamiento (Isaías 57:15); es un
lugar solitario en el que habitan los profetas, es un sinónimo del lugar de
adoración en el cual está la presencia de Dios, es una representación de la
victoria ya que fue en la cima de un monte en donde combatieron, tanto Moisés
contra Amalec, como Jesús contra
satanás, y vencieron. Por esta causa en
las escrituras vemos muchas veces que los adoradores suben, frecuentan o
habitan en el monte de Dios (Salmos 48:1, Miqueas 4:2, Hebreos 12:22). Para discipular, debemos subir al monte; no
podemos hacerlo desde el valle en donde las circunstancias y los problemas
manipulan nuestros sentimientos y estado de ánimo. El discipulador debe estar en el monte, es
decir, debe insistir en adorar al Todopoderoso, rechazando la tentación de
preocuparse por los problemas que se presenten y humillándose en oración y
clamor ante el Dios de las alturas.
Pero este estilo de vida implica una lucha, una batalla; el enemigo
trabajará para preocuparnos, para someternos a los afanes de la vida, para que
nos quedemos en el valle, atosigados por los problemas y para que
pequemos. Ante todo eso, nuestra victoria es subir al monte porque Dios nos ha
llamado a morar con Él (Isaías 57:15).
Allí su Santo Espíritu nos mostrará el modelo de lo que Él quiere (Éxodo
25:40, 26:30) y la forma correcta como debemos hacer su obra.
Y
sentándose…
Mateo 5:1c.
En
la actualidad, la mayoría de maestros y expositores enseñamos de pie, no así
los maestros hebreos, los rabinos y ministros israelíes enseñaban sentados; esa
es su costumbre y a la vez una representación de su realidad espiritual. Recordemos que la victoria de Israel sobre
el pueblo de Amalec, no dependía de la actividad de Josué en el valle, sino de la de Moisés en el
monte (Éxodo 17:8-13); ciertamente Josué era el que estaba combatiendo en el
valle, pero si Moisés en el monte, bajaba las manos, por más que Josué luchase,
Israel empezaba a ser derrotado, pero cuando Moisés las mantenía levantadas,
Israel prevalecía. Esto nos enseña que
la victoria no está en el valle de las actividades si no en el monte de la
intercesión; ninguna actividad espiritual puede ser realizada con éxito si no
hay un intercesor en el monte. Pero
prestemos mucha atención a que el problema en esa batalla era el mismo que
tenemos en nuestras batallas: el cansancio.
Cuando la iglesia se cansa de ministrar o de servir, es porque primero los
siervos se cansaron de buscar a su Señor.
Moisés se cansaba y bajaba las manos, por lo cual subieron dos hombres y
le hicieron sentarse sobre una roca, mientras ellos sostenían sus manos en
alto; entonces Israel prevaleció hasta la tarde y ganó definitivamente la
batalla. ¡Esta es una imagen de la
Iglesia! ¡Esto es una Iglesia! Un lugar en donde los siervos, los ministros
suben al monte de la santidad y reposan sobre la roca que es Cristo, mientras
sus colaboradores sostienen sus manos y es entonces, solo entonces cuando los
obreros que están en el valle vencen sus batallas. Debemos sentarnos como Moisés, debemos
sentarnos como Jesús, debemos reposar en Dios. ¿Cómo lo hacemos en la práctica?
¿Qué significa sentarse? Significa
entregarle a él las cargas, renunciar a preocuparnos y adorarle por la obra
realizada.
Vinieron
a él sus discípulos…
Mateo5:1d.
Cuando
hay un ministro sentado en la roca, vienen a él sus discípulos. Cuando hay un
siervo sentado, es decir un discipulador que le entrega a Dios sus cargas, que
no se preocupa por las cosas terrenales y que permanece en adoración, este es
buscado y solicitado por muchos. Los
discípulos viene en busca del alguien que les discipule; ellos no buscan un
caudillo para seguirle o un líder para rendirle ciega obediencia, ellos buscan
un maestro que les enseñe. Si queremos
hacer discípulos debemos discipular, si queremos que vengan a nosotros debemos
ser la clase de maestros que ellos necesitan para aprender.
A
veces los que predicamos recurrimos a muchas cosas para atraer a la gente;
enfatizamos sanidades, procuramos ministrar liberaciones y tratamos de inducir
a la gente para recibir manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo. Estas cosas pueden habernos funcionado por
algún tiempo, pero a mediano y largo plazo no producen un pueblo fiel que esté
dispuesto a dar su vida por nuestro Salvador ni una iglesia madura, capaz de
rebatir los argumentos de sus oponentes con poder y sabiduría. Nosotros creemos en todas esas
manifestaciones, pues sabemos que Jesús es nuestro sanador y libertador y que el
Espíritu Santo de Dios se está moviendo en la tierra en este tiempo, sabemos
también que hay personas que no van a creer solo por lo que les digamos sino
por los milagros que el Señor haga a través de nosotros, pero eso no significa
que nuestra norma para atraer gente sea hacer milagros y prodigios.
Recordemos
que el Señor predicaba y enseñaba en las mañanas y las tardes y, recién en la
noche, le eran traídos los enfermos y endemoniados para que los sane y liberte
(Mateo 8:16). Las sanidades y los milagros
no eran el centro de su presentación; Jesús salía a enseñar y predicar y
mientras lo hacía, sanaba y echaba fuera demonios. A Jesús no le llamaban “sanador”, sino
“maestro”.
Lo
que debe atraer a los discípulos hacia nosotros es primeramente la unción de
nuestro mensaje y luego el poder de nuestras obras milagrosas hechas en nombre
del Señor. Ellos deben percibir la voz
de Dios en nuestras vidas y esa voz, esa Palabra debe cautivarlos, para que de
nosotros también se diga: ¡Jamás hombre
alguno ha hablado como este hombre! (Juan 7:46). Igualmente Pablo nos exhorta a pedir los
mejores dones y sobre todo que
profeticemos, es decir que hablemos a la gente una palabra revelada por
Dios la cual les llegue a lo profundo de su ser, porque el que profetiza
descubre lo que hay en el corazón de las personas y luego ellos se postran
reconociendo que Dios está con nosotros (1 Corintios 14:24,25). No vivamos ocupados en lograr que los discípulos
se acerquen a nosotros haciendo alarde de dones y manifestaciones
sobrenaturales, preocupémonos de acercarnos a Dios y reposar en él, para que
nos dé un mensaje poderoso de tal manera que “al sentarnos, vengan a nosotros
los discípulos y abriendo nuestra boca les enseñemos diciendo...” Amén.
La enseñanza viene de hombres que se han sentado en la victoria de Jesús
y el público que oye esa enseñanza son los discípulos que se les acercan.
Abriendo
su boca les enseñaba.
Mateo 5:1e.
Este
hebraísmo es una alusión a la importante declaración que se va a hacer, pero
también a la excelencia de Palabra que debe tener quien instruye a otros. Mucho se ha dicho en infinidad de tratados y
charlas acerca de que el cristianismo no es una religión de discursos sino de
obras. Ustedes deben haber escuchado
aquello de: “déjame escuchar tu doctrina pero yo te enseñaré la mía sin
palabras, con mis obras, con mi manera de vivir”. Todo aquello es verdad y está muy bien,
pero en el discipulado si importan las palabras y los discursos que demos, por
lo cual debemos hacernos expertos en el uso de nuestro lenguaje. Abriendo
su boca les enseñaba, es una frase que en nuestro idioma podría considerase
hasta innecesaria, porque es obvio que quien va a dar una enseñanza debe abrir
su boca para pronunciarla, no obstante, en la cultura hebrea esta expresión
tiene mucho significado. Un rabino no
abre su boca solo para decir algo sino para afectar a las personas que le
escuchan. Esta afectación depende de
dónde viene nuestro mensaje; cuando éste nace en nuestro intelecto, puede
llegar a impresionar el intelecto de nuestros escuchas, cuando nace en las
emociones, podemos tocar las fibras más íntimas de las emociones de quienes nos
están oyendo, pero, cuando nace en el espíritu, cuando nuestro mensaje nace en
el Señor y ha sido inspirado por el Espíritu Santo, tiene la capacidad de
impresionar al espíritu de nuestros oyentes afectando su alma y tocando sus
cuerpos. Cuando nuestro mensaje nace en Dios,
transforma a nuestros discípulos; ellos perciben la palabra espiritual con sus
espíritus, sus mentes se llenan de conocimiento, sus emociones son
profundamente conmovidas y se disponen a
obedecer con sus cuerpos.
Capítulo Segundo
DESARROLLANDO EL CARÁCTER DE JESÚS
LA VERDADERA FELICIDAD
La
palabra que se traduce como “bienaventurado” es “makarios” (Strong G3107) y
también significa: felices o grandemente dichosos. A diferencia del común de la gente que se
sienten felices por haber recibido algo de otras personas, aquí el Señor nos
muestra que la dicha y la felicidad no dependen de lo que alguien pueda darme
sino de la forma adecuada en que yo reaccione ante las circunstancias y como
fruto de ello, de la recompensa que mi Padre Celestial me va a dar por haber
reaccionado así; Cuando la felicidad depende de cuánto me pueda dar el hombre,
va a terminar en desilusión y tristeza porque el hombre siempre falla y
defrauda; en cambio, cuando la felicidad depende de lo que Dios me ha ofrecido
dar como recompensa, es verdadera y legítima porque Dios no es deudor de nadie.
Tras
una atenta lectura de Mateo 5:3-9, debemos considerar otro aspecto importante: las
bienaventuranzas no son órdenes o mandamientos que debamos cumplir, sino una
descripción del carácter que tenía el
Señor Jesús mientras estuvo en la tierra, el cual debemos desarrollar para
recibir el galardón. En ninguna parte de
este párrafo dice que “debemos ser” mansos, o pacificadores, o misericordiosos,
en lugar de eso dice que son bienaventurados
los mansos, los pacificadores, los misericordiosos, etc. Así que no se presentan estas virtudes del
carácter como una orden sino como una meta por la cual seremos recompensados, y
esto nos muestra que este sermón es realmente un proyecto estratégico en el
cual, el gran administrador de nuestras vidas, está haciendo lo que se hace
primero en un proyecto: establecer las metas. En este aspecto, las
bienaventuranzas son nuestra meta de carácter de vida, hacia allá es a donde
vamos; empezamos este camino con nuestro propio carácter, pero vamos a terminar
teniendo el carácter de Jesús, el cual es descrito en las
bienaventuranzas. Iniciamos el camino
espiritual reaccionando a nuestra manera, pero lo terminamos reaccionando como
Jesús lo habría hecho.
Ahora
bien, este carácter no se forma en nuestra vidas porque lo pidamos con
insistencia sino que se va desarrollando en nosotros en la medida que nos
sometemos al reino de los cielos, es decir al gobierno del Señor sobre
nosotros; mientras más obedezcamos, más bienaventurados somos porque nuestro
carácter va siendo transformado más y más a la imagen de Jesús.
Para
ejemplificar lo dicho, tomemos uno de los aspectos del carácter de Jesús que se
describe en las bienaventuranzas; hablemos de los mansos, mencionados en la
tercera bienaventuranza (Mateo 5:5). Es
común escuchar a los creyentes orando: Señor has de mi un hombre manso, cambia
mi carácter. Pero la verdad es que la mansedumbre
no viene porque usted ore o lo solicite sino que esta virtud, siendo uno de los
elementos del carácter del Señor, se manifiesta en usted mientras camina con
Jesús en obediencia. Permítanme ser
enfático en esto, la palabra no dice: ¡Deben ser mansos! Como si fuera un
mandato que cumplir, sino: bienaventurados
los mansos, como algo que se manifiesta en mí por gracia. En una ocasión Jesús dijo: Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas (Mateo 11:29); aquí una vez más vemos que no dijo: pídanme
mansedumbre, sino: lleven mi yugo…,
es decir, sométanse al reino y, aprendan
de mí que soy manso… o sea, mírenme e imiten mi proceder, mi conducta, mi
manera de reaccionar, dando a entender que solo los que llevan el yugo pueden
imitarlo porque no es un asunto de obtenerlo con fuerza humana sino que se va
formando mientras caminamos con Jesús, mientras le imitamos, mientras le
obedecemos.
Recordemos
el brillo en el rostro de Moisés cuando descendió del monte Sinaí habiendo
hablado con Dios; su rostro brillaba pero él no se percataba de eso (Éxodo
34:29); él nunca dijo: ¡Quiero brillar! Así mismo es el carácter que hemos de
desarrollar, es el brillo de Jesús en nuestras vidas el cual se plasma o se
manifiesta en nosotros mientras le contemplamos, pero no hay forma de
contemplarle a menos que estemos dispuestos a caminar en obediencia. En definitiva, mientras obedecemos somos
transformados en su imagen (2Corinrios 3:18).
Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:1.
Los
pobres en espíritu son aquellos que saben de su necesidad espiritual y se
afligen por ella, son los que se sienten mendigos espirituales. La palabra
“pobres” es la traducción del griego “ptojós” (Strong G4434), que significa: mendigo,
pobre, denotando mendicidad pública y viene de otra palabra griega que
significa “acurrucarse”. A la luz de
esto los pobres en espíritu buscan cobijo y abrigo espiritual a tal punto que
lo mendigan.
Los
pobres en espíritu no están buscando a quien enseñar o un lugar en dónde
predicar; más bien piensan en aprender y en cuanto una migaja de enseñanza
llega a ellos la comparten y vuelven por más, por eso siguen pobres pues dan
todo lo que reciben. Los pobres en
espíritu tienen gran necesidad espiritual y buscan saciarla con la misma
actitud de un mendigo que pide limosna para aplacar su hambre; cuando están
saciados se apresuran a compartir lo que han recibido con otros y vuelven a
seguir mendigando a Dios para que vuelva a saciar su hambre. Ellos nunca desprecian un mensaje, no
discriminan al predicador; ellos son pobres en espíritu y sobre ese tipo de
personas gobierna Dios; por eso dice la escritura: de ellos es el reino de los cielos.
Así
como el agua tiene un ciclo en la naturaleza, la bendición también tiene un
ciclo en el reino espiritual. El agua
cae de las nubes en forma de lluvia, riega la tierra, forma ríos, desciende a
los mares, se evapora y vuelve a las nubes; de la misma manera la bendición
viene de Dios, llega a nosotros, nos apresuramos a compartirla con los demás y una
vez vaciados volvemos a suplicar otra bendición.
Cuando
el Espíritu de Dios nos da una palabra, inmediatamente la compartimos con algún
necesitado, nos vaciamos y volvemos a él para que nos comparta algo más; así es
el ciclo del agua en la naturaleza y así es el ciclo de la bendición de Dios en
sus siervos. Entonces el pobre en espíritu siempre está pobre, porque tan
pronto como recibe algo lo comparte y siempre tiene necesidad de recibir algo más
de Dios. El pobre en espíritu es realmente rico (2Corintios 6:10, Santiago
2:5), pero él no percibe esa riqueza, solamente su pobreza y necesidad de Dios;
él no tiene tiempo de jactarse, no hay lugar en su vida para envanecerse porque
está muy ocupado en proveerse de más.
Los
fariseos de los tiempos de Jesús, en cambio, eran hombres ricos en espíritu,
ellos rechazaban todo mensaje que Dios les enviaba, juzgaban a los mensajeros y
los condenaban. Ellos no suplicaban
nada porque lo sabían todo, ellos no se vaciaban porque nada tenían que dar,
pues tampoco habían recibido cosa alguna de Dios. Lo que ellos veían como riqueza divina, solamente eran tradiciones humanas. Ellos eran ricos en espíritu a su manera de
ver, pero el señor Jesús expuso su verdadera naturaleza pobre y miserable. De igual forma en el mensaje de Apocalipsis,
Jesús revela el carácter de la última iglesia y nos muestra la misma actitud de
riqueza espiritual:
Yo conozco tus obras, que ni
eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres
tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy
rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú
eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Apocalipsis
3:15-17.
Entonces,
mientras algunas personas a sus propios ojos son pobres en espíritu y Dios los
ve como ricos; también, hay quienes a sus propios ojos son ricos, mientras Dios
los ve como miserables, pobres, ciegos y desnudos. Sobre
los unos gobierna Dios, pues de ellos es el reino de los cielos, mientras que
los otros se gobiernan a sí mismos, igual que Adán, quien al comer del árbol de
la ciencia del bien y del mal, alcanzó la independencia de Dios, decidiendo él
mismo lo que es bueno lo que es malo.
Bienaventurados
los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Mateo 5:4.
El quebrantamiento es
una bendición de Dios. La palabra
griega “pendséo” (Strong G3996) que es la que aquí se traduce como “llorar”,
significa también afligirse, lamentar y vestirse de luto; por esto sabemos que
Jesús no solo se refiere al acto de llorar sino al quebrantamiento interno del
corazón. El salmista dijo que los
sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado; al corazón contrito y humillado no desprecia el Señor (Salmos
51:17). Isaías también dijo que Dios habita en la altura y la santidad, y con el
quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los
humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados (Isaías 57:15).
En ambos casos el quebrantado es el que llora.
Físicamente
el llanto es uno de los mejores desestrezantes naturales, cuando lloramos
tranquilizamos nuestro sistema nervioso, distensionamos nuestros músculos,
reparamos nuestro organismo de algún estado angustioso. Espiritualmente el llanto es garantía de
consuelo; Jesús dijo que los que lloran serán consolados. Esta consolación es la obra del Espíritu
Santo sobre nuestra vida, ya que Él es el “Consolador” (Juan 14:16,26; 15:26; 16:7). Es en esta consolación donde se inicia la
“unción”, que empieza como un abrazo de Dios hacia su hijo herido y acaba con
una comisión para su siervo restaurado.
Los ungidos son personas consoladas, restauradas y enviadas a cumplir
una misión. No hay Consolación sin
lágrimas ni unción sin quebrantamiento.
Dice la Palabra que el aceite de la unción, así como el aceite para que ardan las lámparas se hacía de
olivas machacadas (Éxodo 27:20); de la misma manera en nuestras vidas, el
quebrantamiento somete a nuestro ser en un mortero de donde destila el aceite
de la consolación.
Cada
vez que escuchamos en nuestras iglesias la palabra unción, pensamos en
prodigios, milagros, sanidades y liberaciones sobrenaturales, pero nos
olvidamos del dolor, el quebrantamiento y el llanto que nos abren la puerta
para disfrutar de esas manifestaciones.
Cuando Jesús enfrentó la prueba más terrible de su vida en el calvario,
pasó la noche anterior llorando en “Getsemaní” (Strong G1068), nombre que se
traduce como: “prensa de aceite”. Si
era pertinente para el Hijo de Dios pasar la noche en su prensa de aceite,
¿Cuánto más para nosotros sus seguidores?
Si Él tuvo que llorar para ser consolado, ¿Cuánto más nosotros? Recordemos las palabras que Jesús dirigió a las
mujeres de Jerusalén cuando subía cargando el madero:
Hijas de Jerusalén, no lloréis
por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos… porque si en el
árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?
Lucas
23:28-31.
Entonces,
si al árbol verde, Jesús, tuvo que llorar y ser quebrantado, ¿Cómo no lo
seremos nosotros, las ramas secas?
Cuando llegue el día de su quebranto y tenga que llorar, hágalo con
libertad y esperanza, porque será consolado.
No huyamos del día del llanto, más bien enfrentémoslo como valientes
para que luego podamos decir juntamente con el salmista que Dios ha cambiado nuestro lamento en baile y nos ha vestido de alegría (Salmos 30:11).
Bienaventurados
los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Mateo 5:3.
La
palabra “manso”, en el idioma griego es “praus” (Strong G4239) y significa apacible, suave, no severo, dócil, que se
humilla. Esto hace referencia al siervo
de Dios, cuyo carácter debe ser delicado y fácil de tratar, pero también se
refiere a su docilidad al obedecer las órdenes que recibe de Dios. Debemos tener un trato dócil hacia la gente
pero también debemos ser dóciles al obedecer lo que Dios nos manda, púes Él ya
no quiere gritar sus órdenes desde el Sinaí, sino susurrarlas al oído de los
mansos.
En
lo que tiene que ver con la mansedumbre hacia los demás, debemos notar que la
mayoría de nosotros llegamos a los caminos del Señor humillados por algún
quebranto, pero al poco tiempo, tan pronto como el Señor por su gracia nos
empieza a levantar, empezamos a llenarnos de arrogancia, nos portamos severos
con los demás, toscos en nuestro trato, inaccesibles y cubiertos con un halo de
importancia a lo cual algunos se han dado en llamar “santidad” o en el peor de
los casos “unción”. Mientras Dios no
derrota esta actitud en nosotros no puede darnos nuestras heredades; solo los
mansos, es decir los dóciles, los apacibles, los no severos, ellos heredan la
tierra.
En
cuanto a la mansedumbre hacia las órdenes de Dios, recordemos que Moisés desobedeció
una orden y por una sola vez que no se portó dócil sino que manifestó
temerariamente su severidad, perdió la oportunidad de entrar en la tierra
prometida.
Y habló Yahweh a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón
tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les
sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus
bestias. Entonces Moisés tomó la vara de
delante de Yahweh, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la
congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de
hacer salir aguas de esta peña?
Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y
salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Yahweh dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no
creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto,
no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.
Números
20:2-12.
Moisés
tenía la orden de Dios, y sabía lo que debía hacer: hablarle a la roca y el
agua fluiría; sin embargo Moisés se dio la libertad de desobedecer (no siendo
dócil con Dios), y en lugar de hablarle a la roca, le gritó a todo el pueblo (no
siendo dócil con su prójimo). Suele
ocurrir en los predicadores jóvenes, quienes se sienten llenos del celo por el
Señor, que interpretan una repentina oleada de severidad como unción; ellos
creen que siendo duros y drásticos están glorificando a Dios, sin embargo la
Palabra dice que los mansos, los dóciles cuyo trato es tan suave como la seda,
ellos son los que heredarán la tierra.
Amados
hermanos, ¿Qué les parece si dejamos la severidad para nosotros mismos y les
brindamos docilidad y mansedumbre a los demás?
Desde muy niño recuerdo que mi madre solía decirme que lo cortés no
quita lo valiente, lo cual es
absolutamente cierto. ¡Cuánto destruyen
la obra de Dios los ataques de severidad de sus siervos! ¡Cuántos problemas, divisiones y
resquebrajamientos del pueblo hubiéramos evitado sin tan solo supiéramos usar
las palabras que viven tras un carácter manso!
Conviene aquí que prestemos atención a algunas citas bíblicas:
La blanda respuesta quita la
ira; Mas la palabra áspera hace subir el
furor.
Proverbios
15:1.
Con larga paciencia se aplaca
el príncipe, Y la lengua blanda
quebranta los huesos.
Proverbios
25:15.
Como ciudad derribada y sin
muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda.
Proverbios
25:28.
Ahora
bien, la herencia a que se refiere el Señor como recompensa por nuestra
mansedumbre, no solo abarca las cosas materiales, sino también a la vida
espiritual victoriosa, ya que la tierra prometida o la tierra de Canaán
representa eso. Cuando menciona esta
bienaventuranza el Señor Jesús está haciendo referencia al salmo 37, donde
podemos ver el concepto que Dios tiene de mansedumbre; prestemos atención ya
que de esto depende nuestra herencia:
Deja la ira, y desecha el
enojo; No te excites en manera alguna a hacer lo malo. Porque los malignos
serán destruidos, Pero los que esperan en Yahweh, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo;
observarás su lugar, y no estará allí.
Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de
paz.
Salmos
37:8-11.
Según
esta porción de la Palabra, los mansos son aquellos que esperan en el
Señor. La palabra hebrea que aquí se
traduce como “manso” es “anav” (Strong H6035) y significa: dócil, que habla en
tono suave, dulce, modesto, que toma en cuenta a los necesitados y se deprime
por ellos. Esto nos da una clara idea
de cómo se comportaba usualmente Moisés; parece que para escucharle debían
todos hacer silencio por su tono bajo al hablar, eso sumado a su problema de
pronunciación (Éxodo 4:10,11.), hacían de él todo, menos un modelo de líder
moderno, no obstante fue él quien rescato a cientos de miles de israelitas de
Egipto, fue él quien recibió la ley de manos de Dios, quien legisló a Israel
por cuarenta años y quien les llevó hasta la misma ribera del Jordán para
heredar la tierra prometida.
Según
el salmista, tanto la ira como el enojo se producen si les demos lugar, porque
siempre podremos elegir entre, enojarnos para presionar a las personas con el
fin de que hagan lo que queremos, o esperar en Dios. De cualquier manera que lo hagamos, nosotros
sabemos que a la final, quienes se quedarán con la bendición son los que
esperaron en Dios, es decir: Los mansos; solo ellos heredarán la tierra. Mientras más nos sometamos al Señorío de
Jesús a través de la guía que nos da el Espíritu Santo, más iremos
desarrollando la mansedumbre del mesías en nuestras vidas.
Venid a mí todos los que
estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas; Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.
Mateo
11:28-30.
Jesús
dice que si vamos a él descansaremos y aprenderemos de su mansedumbre; luego,
no es con nuestro esfuerzo o dedicación, no es fingiendo no enojarme cuando en
verdad estoy enojado, no es tratando de controlarme; ¡No!
Es simplemente yendo a Él en adoración y alabanza, para que nos aplique
su yugo, para que nos de sus órdenes, para que gobierne sobre nosotros y
entonces aprenderemos a ser mansos y viviremos un ministerio de reposo en Él.
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Mateo 5:6.
La
palabra “justicia” es la traducción del griego “dikaiosune” (Strong G1343), que
significa: rectitud y equidad de carácter.
Por otro lado, si vamos al antiguo testamento encontraremos que la
palabra “justicia” viene del hebreo “tsadak” (Strong H6663) cuyo
significado es: rectitud, limpieza, limpiarse así mismo, volverse a la rectitud. Esta connotación de “volverse a la
rectitud”, es la que más nos conviene aplicar, porque está escrito que no hay justo ni aún uno (Romanos 3:10),
de manera que “los rectos” o “los justos” de que habla la biblia, no son
realmente ni tan rectos, ni tan justos, sino que son individuos cuya virtud es
volverse vez tras vez a la rectitud y a la justicia, al percatarse del más
mínimo desvío en su camino.
Aparte
de eso, debemos considerar que en esta bienaventuranza el Señor Jesús no se
refiere a que anhelemos que la gente sea justa, o que aspiremos a tener un
padre, un profesor o un presidente justo, ni siquiera una sociedad más justa,
porque eso nos llevaría por el camino de los revolucionarios que asesinan,
roban, ultrajan y despojan para conseguir su justicia terrenal. No, aquí no se trata de la justicia de otras
personas, sino de la mía propia, de la nuestra, es decir de que nosotros nos
volvamos al camino de los justos. Es
necesario que dejemos de esperar la justicia en los demás porque vamos a acabar
frustrados; es mejor que busquemos la Justicia de Dios en nosotros mismos. Es así como el Reino de los Cielos va a
manifestarse con poder, cuando los creyentes dejemos de reclamar por justicia y
empecemos a caminar justa y rectamente.
Reclamar
justicia en otros, es fácil. Vivir
justa y rectamente a pesar de las injusticias de otros, es difícil; lo primero
solo requiere un espíritu rebelde, lo segundo requiere carácter.
Pero
hay aún otro aspecto importante que debemos ver aquí; el Señor Jesús está
hablando de volverse a la justica, pero además de eso pone énfasis en la
intensidad con la que yo debo anhelar esta justicia en mi vida. El Señor dice hambre y sed de justicia, es
decir que no basta con el deseo de tener esta justicia, tiene que ser un deseo
tan intenso que raye en la obsesión, tiene que ser algo así como el hambre, tan
fuerte como la sed. ¿Alguien de ustedes
puede soportar el hambre prolongada?
¿Podrían pasar dos días sin beber agua?
Hace varios años un amigo mío había decidido buscar el rostro de Dios ayunando
muchas veces, en esa ocasión estaba realizando un “pequeño ayuno” de tres días,
pero como le pareció muy poco sacrificio, decidió no solo dejar de comer, sino
también de beber, lo cual ya no es ayuno sino un atentado contra la salud; a la
mañana del tercer día su cuerpo se había desmejorado tanto que no tenía fuerzas
ni para levantarse y su corazón empezó a manifestar taquicardia. Él pensó que moriría pues ni siquiera podía
clamar por ayuda, pero después de varios minutos de haber tomado un poco de
agua, se recuperó. La sed puede
matarnos y el hambre también; estas son las necesidades primarias que deben ser
satisfechas. Las personas matan por
comida y asesinan por agua; así de intensos debemos ser cuando se trata de
nuestra propia justicia. Debemos
anhelar ser justos, debemos desearlo y necesitarlo hasta el punto de que, si no
lo hago, parecerá que estoy muriendo. Debemos querer, anhelar y desear volvernos
al camino de los justos, debemos hacerlo con intensidad y hasta con obsesión.
Jesús
dijo que ellos, los que tienen hambre y sed de justicia, serán saciados, es
decir que si anhelamos con mucha, con muchísima intensidad nuestra justicia, a
la final seremos llenos, satisfechos y nutridos de ella; la justicia del Señor
se manifestará en nosotros y estaremos saciados, aun viviendo en un mundo
injusto. Nosotros brillaremos como
luminarias en el mundo porque la gente de afuera, ciertamente no puede ver
nuestra doctrina, pero si nuestra justicia.
Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Mateo 5:7.
Los
que son capaces de darle a alguien el bien que no merece y perdonarle por sus
ofensas sin aplicarle el castigo que merece, se llaman misericordiosos. El ejercicio de misericordia es bendecir a
pesar de cualquier cosa. Un amigo
pastor muy bendecido económicamente, repartía ofrendas a sus consiervos con
generosidad, pero un día se enteró que uno de ellos estaba un poco desviado del
camino de rectitud, así que su primera reacción fue suprimir la ofrenda que le
había asignado; esto era muy justo a su propio criterio, pero ciertamente no
era un acto misericordioso. Inmediatamente después de este episodio, a
este pastor tan acaudalado, empezó a faltarle recursos y, por supuesto él
asumió que esto ocurría por haber
sustentado a personas no tan dignas, sin
darse cuenta que la causa de su sorpresiva e irreversible necesidad era porque
suspendió la misericordia, pues solo el
misericordioso alcanzará misericordia.
Usted y yo, como siervos encargados de ministrar a otros, no podemos suspender
una ofrenda por ningún motivo a nuestros colaboradores; ¿Acaso somos Dios, para
juzgar que alguien viva o muera? O ¿Podemos decretar que alguien coma o no
coma? El sol sale sobre buenos y malos y la lluvia cae sobre justos e injustos
porque Dios es misericordioso y así debemos ser nosotros también. Pastores, cuando se trata de justicia, busquemos
la nuestra, cuando de misericordia, apliquémosla a los demás; nunca a la
inversa.
Cuando
a una persona se le entrega un galardón por causa de su excelencia y
dedicación, a eso se le llama salario; está recibiendo una recompensa por sus
méritos. Cuando una persona se le
entrega un galardón a pesar de no ser excelente ni dedicado, a eso se le llama
misericordia; está recibiendo un galardón que no merece. Cuando Jesús estuvo con nosotros hizo
misericordia a muchos; a la mujer adúltera no le apedreó sino que le bendijo,
al paralítico de Bethesda le sanó a pesar de que él no cumplió el requerimiento
de bajar hasta el estanque, a Judas le
recibió en su mesa y le permitió partir el pan con él a pesar de que le estaba
traicionando, a quienes lo asesinaban los bendecía y aún a los ladrones que
blasfemaban mientras estaban en el madero, les dio la oportunidad de ser
salvos.
Notemos
que la bienaventuranza no es para quienes hacen “actos de misericordia” sino
para quienes “son misericordiosos”, es decir para quienes siempre reaccionan
misericordiosamente, porque esto no está en la esfera de las acciones sino del
carácter. Hay quien pude ser
misericordioso en una ocasión y en otra no; probablemente tenga una recompensa conforme a su acción, pero la bienaventuranza
es para quienes tienen un carácter misericordioso y por ende, siempre actúan
con misericordia.
La
recompensa de los misericordiosos será recibir misericordia. Todos, absolutamente todos nosotros, hasta
los que se consideran a sí mismos muy rectos y justos, un día necesitarán
misericordia, porque no hay hombre que no peque, ni aún uno; el día de su tropiezo necesitarán
misericordia y si no la han practicado, tampoco la tendrán. La misericordia es como un cheque en blanco
que me asegura que yo recibiré la misericordia que prodigué a otros.
Fue
por misericordia que los ángeles del Señor esperaron por Lot antes de destruir
Sodoma, a pesar de que él merecía morir en el mismo lugar donde eligió vivir
(Génesis 19:16). Por misericordia
Eliezer, el criado de Abraham se encontró con Rebeca en el pozo de Jacob
proveyendo así el Señor una descendencia para Isaac (Génesis 24:12, 14). Por misericordia José fue bien visto por el
encargado de la cárcel de faraón (Génesis
39:21). Por misericordia Rahab, la
ramera, recibió a los espías de Israel y por misericordia ella fue librada de
la muerte cuando cayeron las murallas de Jericó (Josué 2:12). Por misericordia el pueblo de Israel no fue
destruido por los reyes de alrededor que eran más grandes y fuertes que ellos
(2 reyes 13:23). Por misericordia
Nehemías reconstruyó Jerusalén (Nehemías 1:5).
Por misericordia David, Salomón, Ezequías y Josías fueron reyes
bendecidos y usados, a pesar de la multitud de sus errores y pecados. Por misericordia los grandes hombres y
mujeres de Dios fueron sustentados y perdonados. Pero por sobre todo esto, por misericordia
el Hijo de Dios, Jesús, dejó el cielo de Gloria y vino a morir por un mundo pecador
que merecía la muerte, no obstante recibió vida y perdón. Por misericordia usted y yo estamos en este
camino.
Bienaventurados
los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Mateo 5:8.
Jesús
habló acerca de los que habían sido
limpiados por su Palabra (Juan 15:3), es decir por la Palabra que Él les
hablaba en ese instante. Esto nos
enseña que no podemos desarrollar un carácter limpio y diáfano si no nos
dejamos limpiar a través de la Palabra.
Las escrituras no deberían ser el libro al que acudimos solamente en las
reuniones cristianas, sino nuestro manual de vida. Nunca empecemos el día sin haber leído la
Palabra, no tomemos decisiones sin haber consultado la Palabra, no dejemos
pasar una semana sin haber hecho un estudio serio y sistemático de algún tema
de la Palabra; de ella viene nuestra limpieza y a través de ella el Señor nos
dirige.
El
proceso de la limpieza de nuestro corazón empieza primeramente con el anhelo de
ser lavados, de dejar el pecado; luego, como fruto de ese ardiente deseo de dejar
de pecar recurrimos a la única fuente limpiadora que es la Palabra de
Dios. Seguidamente, y viendo la eficacia
de esta limpieza, viene a nosotros la necesidad de ser limpiados aún más
profundamente, así que vamos a la Palabra con más frecuencia. Esta práctica empieza a hacerse diaria, hasta
que se forma un hábito que con el tiempo
se convertirá en una costumbre, es decir en una práctica espontánea que ya no
nos cuesta realizarla; y finalmente esta costumbre se plasma en el individuo
como parte de su carácter. Cuando esto
ha ocurrido, el creyente aún en las circunstancias más adversas recurre a la
Palabra, aunque fuere prohibido leerla, aunque se incautaran todas las biblias,
aunque le encarcelaran por hacerlo.
Esta
es la secuencia normal de la palabra en
la vida de un discípulo: desde el simple deseo de ser limpiado por la palabra
de Dios, hasta que se injerta en nuestro carácter; todo esto ocurre
consecutivamente cuando nos sometemos al señorío de Jesús, cuando tomamos le
decisión de obedecerle, o mejor dicho, cuando nos declaramos habitantes del
Reino de los Cielos.
La
Iglesia en la China experimentó la persecución más grande y duradera de la edad
moderna, hasta el día de hoy está restringido el uso de biblias y a los
creyentes se los controla en todo sentido, sin embrago la iglesia se ha
consagrado al Señor y una de sus prácticas más fuertes es la lectura diaria de
la Palabra. Como tienen muy pocas
biblias, ellos se dedican a memorizar pasajes de la escritura, los cuales escriben a mano en libretas y cuadernos para
que estos textos a su vez sean memorizados por otros creyentes. El hermano Nee To Sheng, más conocido en el
mundo cristiano como Watchman Nee, fue encarcelado por el régimen comunista por
18 años; su compañero de prisión que habitaba en la celda del lado, relataba
que cuando ya le prohibieron al hermano Nee las visitas y le quitaron su
biblia, era común escucharle recitando de memoria pasajes extensos de los
evangelios, el libro de Efesios y los Salmos; ni siquiera la permitieron papel
y lápiz, pero el transmitía la Palabra a sus compañeros de cárcel, a quienes
nunca le miraba el rostro, no les conocía pero les limpiaba con la palabra.
Ahora
bien, ya que estamos hablando de limpieza, es muy apropiado el preguntarnos
¿Qué es lo que mancha el corazón? Los
siguientes versos nos pueden dar un indicio:
Y cuando cenaban, como el
diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le
entregase…
Juan
13:2.
Y dijo Pedro: Ananías, ¿por
qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y
sustrajeses del precio de la heredad?
Hechos
5:3.
A
la luz de esto, lo que le ensucia nuestro corazón es la palabra del enemigo. Si
desarrollamos un carácter que tienda siempre a la limpieza, amaremos leer la
escritura y empezaremos a aborrecer todo aquello que contenga la voz de
satanás; sean películas, literatura o conversaciones profanas. No debemos permitir que nada nos contamine,
más bien debemos procurar seguir siendo limpiados por el agua de vida que es la
Palabra de nuestro Dios.
Leamos
nuevamente el verso: Bienaventurados los limpios de corazón porque Ellos verán a Dios. La palabra “ver” en griego es “optomai” (Strong G3700), puede
traducirse como “contemplar” ya que no denota una mirada casual sino una clara
intención de mirar algo y escudriñarlo o admirarlo. Además esta misma palabra tiene una
connotación de contemplar una experiencia divina. Entonces ver
a Dios es posible, pero no con la mirada física sino con los ojos del entendimiento como dice Pablo
(Efesios 1:18). Este “mirar” a Dios es una de las experiencias
más completas y liberadoras de la vida cristiana con una cantidad de beneficios
impresionante.
David dijo que una sola era su petición
y demanda para Dios:
Una
cosa he demandado a Yahweh, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Yahweh
todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Yahweh, y para
inquirir en su templo. Porque él me esconderá
en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada;
sobre una roca me pondrá en alto. Luego
levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean, y yo sacrificaré en su
tabernáculo sacrificios de júbilo; cantaré y entonaré alabanzas a Yahweh.
Salmos 27:4-6.
El
propósito de David era contemplar a su Dios, porque él sabía que la
consecuencia sería que su Dios le iba a esconder en su presencia y luego iba a
levantar su cabeza ante sus enemigos.
La victoria ante nuestros enemigos, no depende de cuánto luchemos sino
cuánto miremos a Dios.
Busqué a Yahweh
y él me oyó, y me libró de todos mis
temores. Los que miraron a él fueron
alumbrados y sus rostros no fueron avergonzados.
Salmos
34: 4-5.
Cuando
aprendemos a mirarle, el enemigo no tiene permiso para avergonzarnos, por el
contrario, tiene que alejarse de nosotros porque hemos sido alumbrados,
brillamos con la luz de Dios y esa luz en las tinieblas resplandece; en
consecuencia, desaparecen el temor, la angustia y la desesperación, que son
manifestaciones de las tinieblas.
De oídas te había oído; mas
ahora mis ojos te ven. Por tanto me
aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza.
Job
42:5-6.
Cuando
le vemos a Dios ya no hay jactancia, nuestra naturaleza pecaminosa se evidencia
y nos damos cuenta de que somos unos simples pecadores; entonces viene el
arrepentimiento y luego nuestra restauración.
Lastimosamente
debemos saber que pocos quieren mirarle a su Dios pues prefieren mirarse a sí
mismos, tratando de auscultarse para saber si están bien o mal, se analizan y
evalúan creyendo que esa es una práctica espiritual; el enemigo les engaña
haciéndoles enfocarse en una y otra actividad religiosa que han realizado,
creen que todo está bien, descartan la culpabilidad porque no ven falta en sí
mismos, no se arrepienten y a la final siguen en sus pecados. Esta es la razón por la cual muchos creyentes
perseveran en su maldad. No miran al
Señor, sino que se miran a sí mismos; la luz no les alumbra y no pueden ver sus faltas. La introspección no es una terapia divina;
en lugar de mirarnos, debemos mirar a Dios.
Si, pues, habéis resucitado
con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra
de Dios. Poned la mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Porque
habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Colosenses
3: 1-3.
Según
Pablo, los creyentes, o mejor dicho, los que han resucitado con Cristo, se
caracterizan porque ponen su mirada (su mente, los ojos de su entendimiento) en
las cosas de arriba, es decir en el Señor y en su Palabra, para buscarlo
insistentemente hasta encontrarlo.
Entonces, el cristianismo no consiste simplemente en tratar de hacer
cosas buenas sino en mirarle y contemplarle para saber qué es lo que Él quiere
que yo haga.
Respondió entonces Jesús, y
les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí
mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también
lo hace el Hijo igualmente.
Juan
5:19.
Aún Jesús, el hijo de Dios,
debía ver a su Padre para saber lo que estaba haciendo y entonces hacerlo Él
también. Mirar a Dios era la práctica diaria
de Jesús, mirar a Dios fue la norma de
los grandes hombres de fe, mirar a Dios debe ser nuestra práctica usual
también; pero no olvidemos que solo los de limpio corazón verán a Dios.
Bienaventurados
los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Mateo 5:9.
Los
pacificadores son aquellos que traen la paz.
Hay personas que no les gusta el conflicto sino que prefieren vivir en
paz, incluso podría decirse que aman la paz, pero no se refiere a ellos la
bienaventuranza. Uno no es llamado hijo
de Dios solo por querer vivir en paz.
Aquí el Señor Jesús está hablando de aquellos que traen la paz y
resuelven el conflicto.
Muchas
veces, sobre todo cuando empezamos en el camino del Señor, tenemos un carácter
polémico, conflictivo; en lugar de escuchar consejos queremos darlos y cuando
por fin callamos es para oír atentamente los errores de otros. Al convertirnos a Jesús somos inmaduros y
nos gusta llamar la atención, igual que un bebé en medio de la familia; todos
sus gritos, lloros y pataleos quieren decir: ¡Háganme caso, estoy aquí! Pero esta actitud va cambiando conforme
maduramos, conforme sufrimos y nos sometemos al señorío de Jesús. Poco a poco el Señor va formando nuestro
carácter hasta que realmente nos volvemos amantes de la paz; entonces perdemos
discusiones, cedemos derechos, dejamos de buscar el protagonismo y callamos.
Los
pacificadores suelen ganar batallas sin disparar un solo tiro. Pierden todas las discusiones triviales y
ganan solo la que involucra los principios.
Callan la mayoría de las veces, pero cuando hablan es bajo la guía del
Señor; entran en conflicto solamente cuando el Espíritu Santo así lo quiere y
aún en esos casos, son mansos porque saben que la blanda respuesta quita la ira (Proverbios 15:1).
Jesús
entró en conflicto cuando su padre le ordenó hacerlo, por lo cual entendemos
que los pacificadores a veces luchan, pero nunca es para defender un punto de
vista o un capricho; ellos combaten cuando su padre quiere que lo hagan y por
lo general terminan crucificados en un madero.
La historia está llena de pacificadores que emprendieron una batalla y
pagaron con su propia sangre.
Al
pie de la cruz estaba un soldado romano que al ver el último suspiro del más
grande pacificador de la historia de la humanidad, dijo: verdaderamente este
era Hijo de Dios (Mateo 27:54). Igualmente ocurrirá con nosotros, los
seguidores del príncipe de paz y esa será nuestra recompensa; en vida o en muerte, en tiempo de paz o en
medio de la persecución, la gente se cansará de llamarnos herejes y dirán asombrados:
estos realmente eran Hijos de Dios.
En
el tiempo de Jesús, la paz de Dios no era algo intangible, reservado para los conceptos filosóficos o para las
estrofas de una poesía (como suele ocurrir en nuestros días), sino que era una
realidad diaria y muy perceptible.
Tener paz y esparcir la paz era el fin de la vida de los hombres, a tal
punto que el saludo común era: “la paz sea con ustedes”. El Señor Jesús les enseñó a sus discípulos a
saludar bendiciendo con la paz a todo lugar al que entren:
Y al entrar en la casa,
saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no
fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.
Mateo
10:13.
En cualquier casa donde
entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa y si hubiere allí algún hijo
de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros.
Lucas
10:5.
El
Señor Jesús se refiere a nuestro saludo de paz, no como una fórmula de
cortesía, sino como algo tan real que puede afectar a otras personas, algo que
puede compararse con una sustancia capaz de llegar a algunos o de volverse a
nosotros en caso de que no haya nadie digno de la misma. A la luz de esto, un saludo no es parte de un
protocolo cultural sino una bendición que llega a las personas de manera
tangible. En las congregaciones
“modernas”, sobre todo de corte liberal, suele catalogarse como anticuado y
fuera de foco el saludo bíblico de bendecir con la paz, y se enseña a saludar
como lo hacen las personas de afuera (incluyendo argots manifiestamente
paganos), para no “ahuyentar” a los nuevos creyentes con fanatismos
innecesarios, según dicen, sin
percatarse de que están bloqueando la bendición que viene por un saludo
de obediencia.
Nosotros,
como discípulos de Jesús debemos saludar al lugar al que entremos deseando la
paz para esa casa; esa es la orden que hemos recibido y no la discutimos ni
opinamos al respecto, solo obedecemos.
Los
pacificadores tenemos paz en nuestro corazón, procuramos la paz unos con otros
y saludamos bendiciendo con la paz a cualquier lugar al que vayamos.
Capítulo Tercero
EL PRECIO DE SER COMO JESÚS
MIENTRAS DIOS NOS GALARDONA, EL MUNDO NOS ABORRECE
En
resumen, las siete virtudes que forman el carácter de Jesús y sus respectivas
recompensas son: ser pobre en espíritu para tener el reino de los cielos, ser
quebrantado para recibir consolación, ser manso para recibir la tierra por
heredad, ser hambriento y sediento de justicia para ser saciado de ella, ser
misericordioso para alcanzar misericordia, ser limpio de corazón para tener una
visión de Dios y ser pacificador para ser llamado hijo de Dios. Ahora bien, como ya lo hemos venido diciendo,
todas estas virtudes se manifestarán en nosotros sin ningún esfuerzo humano, de
una manera progresiva y poderosa, en la medida en que nos vayamos sometiendo al
señorío de Jesús, en la medida en que vayamos obedeciendo las pequeñas o
grandes cosas que él nos ordena hacer.
A
continuación, el evangelista Mateo nos revela el resultado de tener el carácter
de Jesús, en medio de una generación pecadora.
Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos. Bienaventurados
sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra
vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos,
porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los
profetas que fueron antes de vosotros.
Mateo 5:10-12.
Aunque
se vuelve a mencionar la palabra Bienaventurados, aquí no nos está dando una nueva
bienaventuranza, más bien está haciendo un compendio de todo lo antes descrito
centrándose en la reacción que tendrá la gente ante aquellos que tienen el
carácter de Jesús. ¡Ellos serán
perseguidos! Si desarrollamos en
nuestras vidas el carácter de Jesús: ¡seremos perseguidos! A nuestros oídos esto suele tener la
connotación de una sentencia, pero en realidad es un privilegio.
Las
persecuciones siempre devinieron en gloria para el Señor y más poder para su
pueblo. Las historias de las
comunidades cristianas perseguidas están repletas de milagros y prodigios que
eran realizados por las víctimas. Desde
los días del Señor Jesús, hasta los nuestros, la iglesia ha sido edificada con
la sangre de mártires, de los cuales el
mundo no era digno (Hebreos 11:38), pero todos ellos dieron testimonio de
haber sido dichosos de poder padecer por causa del Reino de los Cielos.
Cuando
estemos tentados a lamentarnos por nuestros problemas actuales pensemos en
quienes nos precedieron en la fe:
Esteban,
apedreado como hereje por un grupo de religiosos entre los cuales estaba
Pablo. Pablo, perseguido desde el día
que se convirtió al Señor, encarcelado por más de dos años y decapitado. Pedro, crucificado cabeza abajo. Juan, condenado al destierro en una isla
desierta. Santiago, el pastor de la
iglesia en Jerusalén, derribado del pináculo del templo y arrastrado hasta
morir. Onésimo, discípulo de Pablo y
pastor de la iglesia en Éfeso, lapidado en Roma. Ignacio de Antioquía, discípulo de Pedro y
pastor en su ciudad, arrestado en Siria y ejecutado en Roma.
Todos
ellos vivieron y murieron por el Reino de los Cielos, entre el siglo primero y
segundo de la era cristiana, y ¿Qué decir de los santos del oscurantismo, de la
edad media, del periodo de la reforma?
Miles de seguidores de Jesús fueron ajusticiados, quemados vivos y
atormentados en las más escalofriantes torturas inventadas por el ingenio
humano. Todos ellos murieron pero
fueron la inspiración de muchos miles más que han llevado al cristianismo a
todo el mundo; ni los circos romanos, ni las cruzadas islámicas, ni la
inquisición, ni el modernismo, ateísmo y humanismo secular han podido apagar el
fuego que encendió nuestro fundador, el mártir de todos los mártires, el Señor
Jesús en el calvario.
Capítulo Cuarto
NUESTRA IDENTIDAD
LA INFLUENCIA DEL DISCÍPULO ANTE EL MUNDO
Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?
No sirve más para nada, sino para ser
echada fuera y hollada por los hombres.
Mateo 5:13.
Por
lo general se escucha decir a los predicadores que los creyentes somos la sal
de la tierra, pero en este verso no dice que todos lo somos. El sermón
empieza en Mato 5:3 y no se ha detenido; el mensaje continúa y debemos
entenderlo en secuencia con lo anterior,
de tal forma que al decir vosotros
sois, aquí se refiere a aquellos que
tienen el carácter de Jesús, es decir a los bienaventurados; a los que, por el
sometimiento a la autoridad de su Dios, por la sumisión al Reino de los
Cielos, han permitido que el Espíritu
Santo desarrolle en sus vidas el carácter
de Jesús. Los pobres en espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen
hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los pacificadores, los limpios
de corazón; son únicamente ellos los que
salan la tierra; son aquellos los que le dan el sabor de sacrificio y ofrenda a
este mundo e impiden que Dios lo destruya (Marcos 9:49, Levítico 2:13).
Cuando
perdemos este sabor a sacrificio y ofrenda, es cuando el mismo Señor declara
que ya no servimos para nada sino para ser humillados y pisoteados por los
hombres. Quien desee levantar la cabeza
delante de los hombres debe aprender a someterse delante de Dios; la única
manera de no ser el escarnio de la gente es mantener nuestro sabor, nuestro
carácter; perteneciendo al grupo de los
bienaventurados.
Vosotros
sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede
esconder. Ni se enciende una luz y se
pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que
están en casa. Así alumbre vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos.
Mateo 5:14-16.
De
la misma manera que en la que en el párrafo anterior, la luz del mundo no son
todos los creyentes, sino los bienaventurados es decir, los que tienen el
carácter de Jesús.
Cabe
mencionar que en los dos casos nos habla de lo que nosotros somos o de nuestra
identidad, pero en el primero, cuando habla de la sal de la tierra, se refiere a nuestra identidad humana y
terrenal ante un Dios celestial, es decir a que somos el sacrificio de parte de
la tierra para nuestro Padre de los cielos; en el segundo caso, cuando habla de
nosotros como la luz del mundo, está
refiriéndose a nuestra identidad frente al enemigo, como una lumbrera delante
de la oscuridad que representan los espíritus inmundos que habitan en la tierra
He
ahí la razón por la cual muchas personas que usan el nombre de Jesús no pueden
echar fuera un demonio. El espíritu de
las tinieblas no es afectado por lo que digamos o por la fórmula que usemos
para expulsarlo sino por la luz que hay en nosotros. Jesús dijo: vosotros sois la luz el mundo, pero sabemos que este vosotros se refiere a quienes tienen el
carácter de Jesús, a los bienaventurados; ellos son los que tiene la luz para
deshacer las obras de las tinieblas. Para
enfrentarnos a las tinieblas necesitamos luz y, si bien es cierto, esta viene
del Espíritu Santo que habita en nosotros, tiene que salir a través de
nosotros, lo cual ocurre solamente cuando hemos desarrollado el carácter de
Jesús. Cuando esto ha ocurrido dentro de
nosotros, cuando tenemos el carácter de Jesús, ya no reaccionamos como nosotros
mismos, sino como Él porque tenemos su carácter; esta es la evidencia de la luz
en nuestras vidas y a esto temen los demonios.
Mientras más nos sometamos al señorío de Jesús, recibiendo sus órdenes y
obedeciéndole en todo, más se irá plasmando su carácter en nuestras vidas. Si vivimos como Jesús haremos las obras de
Jesús, porque el que dice que permanece
en Él, debe andar como Él anduvo (1 Juan 2:6).
Todos
iniciamos nuestra carrera cristiana Jesús en el corazón, no obstante tenemos
solo un pequeño bosquejo de su carácter en nuestras vidas, una pequeña exteriorización
de la luz de Dios a través de nosotros, pero es nuestra responsabilidad que
este carácter vaya madurando y que esta luz vaya creciendo; mientras más nos
sometamos a su gobierno más nos pareceremos a Jesús y más luz manifestaremos. Cada vez que decimos: amén Señor, lo voy a
hacer, te voy a obedecer, estamos dejando que esta luz crezca y que este
carácter madure. El Reino de los Cielos
no se va a conformar hasta que el Señor nos gobierne completamente, porque
recordemos que nuestra desgracia vino cuando Adán salió de este gobierno, al
comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir, del árbol de “yo pienso que esto es bueno” y “yo pienso que esto es malo”, o dicho de otro
modo, del árbol de la independencia.
Desechemos, por tanto, el árbol de la ciencia del bien y del mal y
comamos de Jesús, que es árbol de la vida
que está en el centro del huerto (Apocalipsis 2:7); entonces viviremos bajo
su gobierno y todo nos irá bien.
Capítulo Quinto
LA RATIFICACIÓN DE LOS MANDAMIENTOS
JESÚS VINO A CUMPLIR LA LEY
No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que
pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta
que todo se haya cumplido.
Mateo 5:17-18.
Cuando
la escritura menciona la “ley” en el antiguo testamento, usa la palabra “thorá”
en hebreo (Strong H8451), que se traduce como: precepto,
estatuto o decálogo; y cuando habla de “ley” en el nuevo testamento usa la
palabra “nomos”, en griego (Strong G3551) que se traduce como: cerco,
corral, ley. Es muy importante aclarar
la mayoría de veces que Jesús citó la ley, hizo referencia al decálogo (Mateo
22:36-40, Marcos 10:19, Lucas 18:20) y no a las leyes rituales de sacrificios
de animales, vestimentas, normas sociales o dietéticas que fueron entregadas a
Moisés después de las tablas de la ley, ya que en ellas solamente habían 10
mandamientos (Éxodo 34:38) y fueron esos 10 los ratificados por Jesús, pero no
como instrumento de salvación sino como
práctica de vida de quienes ya son salvos por medio de la fe en Jesús (Lucas
16:16-17).
Jesús
es el cumplimiento de la ley; Él no
vino para anularla sino para cumplirla,
es decir para vivirla. Nosotros sabemos que es imposible para el hombre cumplir
la ley de Dios, pero tenemos a Jesús viviendo en nuestros corazones por el
Espíritu Santo, para cumplir sus mandamientos, de manera que ya no somos
nosotros los que nos esforzamos por guardar sus mandamientos, sino que es Él en
nosotros quien los cumple. Por eso Pablo dice: con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí (Gálatas 2:19-21). En
virtud de lo cual concluimos que nosotros no somos guardadores de la ley, sino
que Jesús en nosotros es el cumplidor de la ley. Si logramos vivir conforme a las normas de
Dios, la gloria es de Él y no de nosotros pues no fue por nuestro esfuerzo ni
empeño que lo logramos, sino que fue Él en nosotros quien lo hizo. Ya no
vivo yo, mas Cristo vive en mí,
significa que no soy yo quien lo hace sino que él lo hace en mí. Jesús a través de su Espíritu Santo es quien
nos guía a no matar, a no adulterar, a honrar padre y madre, a reposar en él, a
no codiciar, etc. Ya no es mi esfuerzo,
porque la justicia de Dios no viene por la ley que yo trate de cumplir, sino
por cuánto le permita a Jesús vivir dentro de mí.
Ya no vivo yo,
significa: “no soy yo quien lo hace”. Cristo vive en mí, significa:
“Jesús cumple su ley en mí”. Por
eso nosotros no buscamos ni tenemos cuidado de cumplir la ley de Moisés, sino
de vivir cerca del Padre, permitiendo que
Jesús viva su vida en mí; Pero, ¿Cuál es la vida de Jesús el Mesías? Su vida es la Palabra. Jesús es el Verbo, Jesús es el “Nomos”, Jesús
es la “Thorá” viviente, Él es el cumplimiento de la ley, es el único que la ha
cumplido y aún la cumplirá en nosotros.
Es
necesario decir también que al permitir que Jesús viva su vida en mí, no se
está anulando o menoscabando mi voluntad, como ocurre en la posesión de un
espíritu inmundo que anula las funciones volitivas normales del hombre, sino
que por el contrario, el Espíritu Santo de Dios me insta a usar mi voluntad
para adorarle y amarle mientras Él opera en mi interior logrando que su ley
deje de ser una carga y se convierta en un deleite, para que su cumplimiento no
sea un trabajo forzado sino un gozoso descanso, para que vivir su Palabra no
sea fruto mío, sino de Él en mí.
Jesús
dijo que Él no vino a anular la ley, nosotros decimos lo mismo; Jesús no la
anuló por tanto: la ley no está anulada.
Él vino para cumplir; nosotros decimos lo mismo, Jesús cumplió la ley,
por tanto: la ley fue cumplida y aún la está cumpliendo, porque un verso más
abajo dice que, estos mismos mandamientos seguirán siendo cumplidos hasta
que pasen el cielo y la tierra (Mateo 5:18).
Hasta
que pasen el cielo y la tierra la ley de Dios, es decir los diez
mandamientos, tienen fiel
cumplimiento. No dice: “hasta que haya
muerto y resucitado el Mesías”, sino hasta
que pasen el cielo y la tierra. No dice:
“hasta que se haya manifestado la iglesia”, sino hasta que pasen el cielo y la tierra; no lo decimos nosotros, lo
dice el mismo Jesús. ¿Ha pasado ya el
cielo y la tierra? ¿Todavía tenemos
cielo y tierra? Entonces todavía
tenemos ley.
La “iota” y la
“keraia” (Strong G2503 y G2762) que
aquí se traducen como la jota y la tilde, son en verdad la letra y la marca más
pequeñas del alfabeto griego, las cuales tienen su correspondencia en el
alfabeto hebreo (entendiendo que la “Iota” griega es la misma “Yod” hebrea y se
escriben con un signo similar, al igual que la “tilde” griega es muy similar a
las marcas usadas en el pali hebreo para separar frases o palabras). Por esto sabemos que todo tendrá fiel
cumplimiento, incluidas la jota y la tilde, es decir, aún el mandamiento más pequeño
del decálogo.
También cabe anotar que
en Mateo 5:17, cuando Jesús dice: “No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir”, la palabra “abrogar” es la traducción de “katalúo” en griego (Strong
G2647), la cual puede traducirse también como “deshacer” o “destruir”, a la luz de lo cual queda
ratificado una vez más que Jesús no vino a deshacer ni a destruir la ley, sino
que, como ya hemos explicado, Él la vino a cumplir.
A
pesar de esta contundente evidencia escritural, muchos autores cristianos
aducen que, aunque los mandamientos estuvieran vigentes, es solo para los
judíos, porque nosotros somos ministros de un nuevo pacto y este amerita una
nueva ley, basándose en el pasaje que se encuentra en Hebreos 12:18-25; no
obstante quisiera señalar que en ocho de los nueve pasajes del nuevo testamento
en que se habla del “nuevo pacto”, se usa la palabra griega “Kainos” (Strong
G2537), que significa “refrescado” o renovado, y una sola vez la palabra “Neos”
que se traduce como “nuevo”, de donde entendemos que el llamado “nuevo pacto”,
realmente es un “pacto renovado” o un “pacto mejorado”, ya que dice la
escritura que es “el mismo pacto” que hizo Dios antes pero con mejores promesas
(Hebreos 8:6) y con un mediador más eficaz (Hebreos 9:15).
¿Por
creer que los diez mandamientos están vigentes, significa que nosotros somos
guardadores del antiguo pacto? De
ninguna manera, porque el profeta Jeremías hablando del nuevo pacto dijo: haré nuevo pacto con la casa de Israel y con
la casa de Judá. … daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón…
(Jeremías 31:31-33). Allí no dice Dios:
“les daré otra ley en su mente”, sino que les daré “mi ley en su mente”, es
decir la misma ley; la única diferencia entre el antiguo y el nuevo pacto es
que antes la ley estaba escrita en tablas de piedra mientras que ahora Él la
escribirá en nuestra mente y en nuestro corazón para que podamos
cumplirla. Entonces nosotros no somos
guardadores del antiguo pacto sino del renovado y creer en los diez
mandamientos no es una contradicción de este hecho sino la ratificación del
mismo. En el nuevo testamento, el
escritor del libro a los Hebreos confirma esto, citando la misma profecía dada
por Jeremías:
Por lo cual, este es el pacto
que haré con la casa de Israel Después
de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre
su corazón las escribiré; Y seré a ellos
por Dios, y ellos me serán a mí por
pueblo… Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus
pecados y de sus iniquidades.
(Hebreos
8:10-12).
En
este pasaje nuevamente, la escritura dice: mis
leyes, refiriéndose evidentemente a sus leyes entregadas en el Sinaí y no a
otras, pues la expresión “pondré” y “escribiré” hace clara alusión a las tablas
dadas a Moisés en las cuales puso y escribió el decálogo. Si a esto le añadimos que el mismo Señor
Jesús hablo acerca de este nuevo pacto (Mateo 26:28, Marcos 14:24, Lucas
22:20), y cada vez que lo hizo usó la palabra “Kainos” (refrescado, renovado) y
no “Neos” (nuevo), lo menos que podemos
hacer es prestar atención a lo que los escritores sagrados querían
decir y a lo que no querían decir
en cuanto a este tema.
Pero ahora tanto mejor
ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre
mejores promesas.
Hebreos
8:6
Por
otro lado, el nuevo pacto es mejor que el antiguo porque tiene “mejores promesas”; esto se refiere a que
en el antiguo pacto quienes cumplían los mandamientos vivían por ellos y
quienes los quebrantaban morían, en el nuevo pacto en cambio dice: seré propicio a sus injusticias, Y nunca más
me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades, es decir que perdonará
nuestros pecados; esa es una de aquellas “mejores
promesas”.
Además,
debido a que Israel no permaneció en su
pacto, Dios se desentendió de ellos, o sea que los abandonó temporalmente; en cambio en el nuevo pacto dice: ellos serán su pueblo y Él será su Dios; he aquí otra de sus “mejores promesas”.
También
vemos que en el antiguo pacto la ley de Dios había sido quebrantada mientras
que en el nuevo pacto la ley de Dios, la
misma ley del antiguo pacto, sería escrita en la mente y los corazones de su
pueblo para que la obedezcan, o sea para que sea cumplida y no quebrantada.
En
definitiva, ninguno de los párrafos de las escrituras arriba citados dice que
la ley sería anulada, Jesús tampoco dijo eso. La bendición del nuevo pacto es que
el cumplimiento de su ley no es para salvación, pues nosotros somos salvos por
Jesús; tampoco viene de nuestro esfuerzo, sino que él la pone en nuestros
corazones por el Espíritu Santo y la vivimos por la gracia de Dios, como dice
el escritor a los hebreos: … haciendo él
en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo (Hebreos 13:
21).
Pablo
ratifica lo anteriormente dicho, pues refiriéndose al mismo tema dice que la
letra mata, pero que el Espíritu vivifica, hablando de la letra de la ley y del
espíritu de esa misma ley; él no habló de otra ley sino del Espíritu Santo
respaldando esta misma ley, la cual ya no sería escrita en tablas de piedra
como con Moisés, sino grabada en el corazón de su pueblo (2Corintios 3:6-7.
Hebreos 8:10).
La
primera fiesta de Pentecostés se celebró cuando Moisés con su pueblo dejaron
Egipto y llegaron al monte Sinaí; allí Dios les entregó los 10 mandamientos escritos por su dedo en
dos tablas de piedra; esta era una sombra o un preludio de lo que habría de
venir. El cumplimiento de esa sombra
ocurrió aproximadamente 1250 años después en Jerusalén, igualmente en la fiesta
de Pentecostés; Aquel día el Espíritu Santo descendió con fuego y escribió su
ley en los corazones de los discípulos. Estos
fueron dos momentos paralelos en la historia del pueblo de Dios, los cuales
representaban dos pactos (Gálatas 4:24-26): el primero hecho en el Sinaí con la
ley de Dios escrita sobre tablas de piedra y el segundo realizado en el
aposento alto de Jerusalén con la Palabra de Dios escrita en los corazones de
los creyentes por el mismo dedo de Dios, es decir por el Espíritu Santo (Lucas
11:20, Mateo 12:28).
El
Señor Jesús volvió a ratificar esto cada vez que le preguntaban los
mandamientos, él les mencionaba el decálogo, pero en una ocasión le plantearon
la siguiente pregunta:
Maestro, ¿cuál es el gran
mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la
ley y los profetas.
Mateo
22:36-40.
Aquí
Jesús nuevamente hace una alusión al decálogo o la ley de Dios, pero
recurriendo a la costumbre rabínica de mencionar el resumen de las dos tablas
recibidas por Moisés (Éxodo 31:18, 32:15, 34:1), ya que se entendía que la
primera tabla hablaba de las normas para vivir en paz con Dios (los
mandamientos del 1 al 5) y la segunda tabla de las normas para vivir en paz con
los hombres (los mandamientos del 6 al 10).
Es por esta razón que Jesús habla de los dos grandes mandamientos,
resumiendo ellos las dos tablas de la ley: Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Era el resumen de la primera tabla, y Amarás
a tu prójimo como a ti mismo, era el resumen de la segunda tabla.
Finalmente,
aludiendo a este mismo tema, quisiera referirme a las siguientes palabras
pronunciadas por Jesús mientras discutía con los fariseos: La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios
es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que
pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley (Lucas 16:
16:17). Siendo este uno de los versos
predilectos de quienes niegan la permanencia de los diez mandamientos como
norma de Dios, debo aclarar lo siguiente: primero, en el verso original griego
no existe el verbo “eran” (en la expresión: la
ley y los profetas eran hasta Juan),
de manera que Jesús no está diciendo que la ley y los profetas “ya no son más”,
sino que “llegaron hasta Juan” y ya no tienen la misma función que antes (la
cual era educar o guiar al pueblo y procurar salvación a quienes la cumplían o
condenación a quienes no lo hacían), porque ahora ha llegado el evangelio que
es predicado para llevarnos a Jesús, quien fue, es y será el único cumplidor de
la ley; quién fue, es y será el único salvador.
Y como previendo que alguien podría torcer este significado, el Señor
Jesús añade: Pero más fácil es que pasen
el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley.
De manera
que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así
enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas
cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de
los cielos. Porque os digo que si
vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos.
Mateo 5:17-20.
Hoy en día hay maestros de la biblia que se
jactan de enseñar que los mandamientos de Dios no deben tomarse en cuenta, que
eran normas dadas para los judíos, mas no para nosotros. En prevención de esto, el Espíritu Santo
advierte a aquellos que así lo hagan y lo enseñen; que serán muy pequeños en el
Reino de los Cielos. Pero, ¿Quiere
decir esto que aunque quebranten los mandamientos y así enseñen, serán
salvos? Porque dice que de todos modos, siendo
pequeños o grandes, ¡ellos estarán en el Reino de los Cielos! La respuesta es ¡sí!, porque nuestra
salvación no depende de cumplir los mandamientos sino de aceptar al Señor Jesús
como salvador, por eso Pablo dijo que si
confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor y creemos en nuestro corazón
que Dios le levantó de los muertos, seremos salvos (Romanos 10:9).
Concluimos entonces nosotros creemos en los
diez mandamientos y dejamos que Jesús los viva en nosotros, ¡no para ser salvos
sino porque lo somos! ¡No para alcanzar
vida eterna, sino porque ya la tenemos!
Capítulo Sexto
ESTÁNDARES DEL DISCIPULADO
LOS MANDAMIENTOS DE MOISÉS A LA LUZ DE JESÚS
Oísteis
que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable
de juicio. Pero yo os digo que
cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y
cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y
cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
Mato 5:21,22.
A
partir de este momento el Señor Jesús revela a sus discípulos quién era
Él. Les deja ver su talla y autoridad exponiendo
el sentido de la letra de la ley. Allí estaba
el Verbo de Dios aclarando la Palabra que Él mismo le había entregado a
Moisés. Allí estaba la “Thorá Viviente”
explicando la intención y el espíritu de sus mandamientos. Lo más notorio dentro de este contexto es que
Jesús eleva el estándar de los mandamientos de Moisés hasta un nivel espiritual
evidenciando la diferencia entre el antiguo y el nuevo pacto. Para el efecto usa la expresión: oísteis que fue dicho… pero yo os digo, poniendo su palabra sobre la de Moisés, yendo más allá de lo que este había
exigido en el pacto del Sinaí, demostrando que su revelación era superior y que
el pacto que vino a ratificar era mejor que aquel.
El
primer punto que Jesús trata es la inclinación humana hacia el homicidio y para
esto, toma de la thorá el sexto mandamiento entregado a Moisés que dice: ¡no
matarás! En su explicación Jesús aclara
la extensión de esas palabras; mientras Moisés dice: no matarás; Jesús dice no
te enojarás, ni menospreciarás, ni maldecirás.
Las palabras que se traducen como necio y fatuo vienen del griego raka y moros (Strong G4469, G3474), cuyo significado primario es: despreciable y estúpido, de aquí que todo homicidio empieza en un enojo seguido de
palabras de desprecio y maledicencia.
Entonces, a los ojos del Señor, el sexto mandamiento dado en el Sinaí,
no solo significa que está prohibido quitar la vida a alguien, sino también
enojarse, despreciar y maldecir, porque Jesús no se limita a prohibir un acto
malo, sino que va hacia el punto donde nace ese
acto. Ya que el homicidio nace en el
enojo; está prohibido enojarse. Al
respecto el apóstol Pablo dice: Airaos,
pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al
diablo (Efesios 4:26,27). Mucho se
ha hablado respecto a que “podemos” enojarnos un día sin permitir que esto dure
hasta el día siguiente ya que el texto dice que no se ponga el sol sobre nuestro enojo; pero cabe aclarar que aquí Pablo
no está haciendo una concesión para “enojarse un poquito”, sino que demarca el
límite en el cual el pecado de ira se transforma en una oportunidad para que
satanás nos destruya. “Enojarse un
poquito” es pecado y enojarnos mucho, hasta el otro día, es un pecado que le
provee a satanás un espacio para destruirnos.
Poco enojo o mucho enojo; el enojo de cinco minutos o de cuarenta y ocho
horas, ambos son pecado y según Jesús, es un pecado de homicidio.
Por
tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, Deja allí tu ofrenda
delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven
y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo
con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que
el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la
cárcel.
De
cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
Mateo 5:23-26.
Ahora
bien, los homicidios, aunque estén solamente en
la fase de enojo, siempre afectan
a nuestra devoción. La expresión: Si traes tu ofrenda al altar, habla de
nuestra adoración y alabanza. Y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti; esto en cambio nos habla de lo que puede ocurrir durante la
práctica de esta adoración y alabanza;
¿Cuántas veces hemos recordado a alguien a quien no queremos ver mientras estamos con nuestras manos
levantada hacia Dios? Y más aún, ¿Cuántas veces hemos recordado a alguien que no quiere vernos a nosotros,
mientras estamos en esa misma actitud de adoración? Yo creo que muchas, no obstante, cuando así
ocurre simplemente echamos de nuestra mente ese mal recuerdo que interrumpe
nuestra alabanza y seguimos tranquilos delante del Señor, como si nada
estuviera ocurriendo.
Jesús
dice que eso está mal. Él afirma que en
ese mismo instante, cuando venga a nuestra mente el recuerdo de alguien que
está enojado conmigo, debo dejar allí mi ofrenda de adoración e ir a tratar de
reconciliarme con esa persona. Si somos
consecuentes con el estándar de Jesús, debemos reconocer que la gran mayoría de
la alabanza que se hace en la tierra es rechazada por Dios en el cielo. ¡Cuán necios somos al creer que esto será
pasado por alto! Cuando en una congregación
se oye de un pecado de adulterio o desfalco, todos se escandalizan y buscan la
manera de que los culpables sean juzgados y sentenciados; cuando alguien se
enoja contra su hermano, nadie dice nada.
¿Qué gran pecado tiene la iglesia de nuestros días sabiendo que, por lo
general cada denominación tiene conflicto con la de al frente? ¿Cuánto juicio estamos acarreando, si
sabemos muy bien que en nuestras asambleas, el chisme, la calumnia y la
murmuración en contra de los propios hermanos son practicados cotidianamente
desde sus más altos clérigos hasta los recién convertidos?
Pero
la norma del Señor abarca un aspecto más que por lo general pasamos por
alto. Si prestamos atención, Jesús no está hablando de cuando yo tenga algo contra mi hermano, sino de
cuando mi hermano tiene algo contra mí. A la luz de esto, debo decir que la mayoría
de los creyentes estamos entendiendo al revés, porque cuando se toca este tema
del enojo, la ira y el homicidio, la primera idea que viene a nosotros es la
imagen de aquellos a quienes nosotros “no podemos ver bien”, de aquellos que “nos
caen mal” o a quienes no amamos, pero ¡Jesús no está hablando de ellos, sino de
los que no nos aman a nosotros! El
Señor no dice que nos reconciliemos con los que nos caen mal, sino con aquellos
a los que les caemos mal. No dice: si te acuerdas que tienes algo contra tu
hermano; sino: si te acuerdas que tu
hermano tiene algo contra ti. Por
supuesto que lo uno no excluye a lo otro, es decir: hay una falta grave si
alguien tiene algo contra nosotros, ¡cuánto más si somos nosotros quienes
tenemos algo contra alguien!
Debemos
arrepentirnos por no amar, debemos perdonar a quienes no amamos, pero además,
debemos buscar que quienes no nos aman nos perdonen y luego puedan amarnos;
debemos buscar la reconciliación porque a eso se refiere la frase: ponte de acuerdo con él en tanto que estás en el camino. Si no lo hacemos, es probable que el Señor
un día nos diga: ¡homicida, apártate de mí al fuego eterno, preparado para el
diablo y sus ángeles! (Mateo 25:41).
Oísteis
que fue dicho: No cometerás adulterio.
Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya
adulteró con ella en su corazón. Por
tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues
mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea
echado al infierno. Y si tu mano
derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Mateo 5:27-30.
El
segundo punto que escoge Jesús para instruir a sus discípulos, al igual
que en el primer caso, lo toma de la
Thorá, pero ahora es el séptimo mandamiento que dice: no adulterarás.
Siempre
me preguntaré ¿Por qué Él escogió este
orden? ¿Por qué primero habla del
homicidio y luego del adulterio? Tengo
la idea de que se debe a que aquel es el pecado más practicado y luego este, es
decir, que en su pueblo hay más homicidas que adúlteros; pero claro, eso es
solo una idea ya que nada en la escritura lo ratifica y ¿Quién puede dar una
estadística del pecado de su pueblo sino solo Dios?
La
palabra hebrea naaf (Strong H5003), citada en el decálogo (Éxodo 20:14),
al igual que la palabra griega moikeuo
(Strong G3431) citada en el texto que estamos estudiando, abarcan la idea de
adulterio y también apostasía o adulterio espiritual. Un creyente no solo adultera cuando se llega
a una mujer casada, sino también cuando adora a un ídolo, de ahí que en el
antiguo testamento, sobre todo en los libros proféticos, leemos continuamente
el reclamo de Dios por el adulterio de su pueblo.
Nuevamente, Jesús va más lejos que Moisés tratando
el pecado y su causa, pues declara que el adulterio se produce desde que alguien mira a una mujer para codiciarla,
y mucho más si se llega a ella. La raíz del adulterio es mirar lo que no
debemos y codiciar lo que no nos pertenece.
Si aprendemos a quitar nuestra mirada de los lugares prohibidos,
habremos triunfado, pero si nuestros ojos no han sido disciplinados,
tropezaremos continuamente en este pecado del cual las escrituras tiene mucho
que advertirnos:
Serás
librado de la mujer extraña, de la ajena que halaga con sus palabras, la cual
abandona al compañero de su juventud, y se olvida del pacto de su Dios. Por lo cual su casa está inclinada a la
muerte, y sus veredas hacia los muertos; Todos los que a ella se lleguen, no
volverán, ni seguirán otra vez los senderos de la vida.
Proverbios 2:16-19.
Aquí vemos que el arma de la mujer adúltera, más que
su hermosura, son sus palabras. Poco
antes de que alguien caiga en adulterio, suele escuchársele decir: “me parece
interesante conversar con ella… aunque no sea tan bonita”. Cada vez que escuchemos esta
frase entendamos que a esta persona, le gusta ella, le gusta conversar con ella y es muy probable
que termine adulterando con ella.
En nuestros grupos de discipulado, debemos tratar de
que sean las mujeres quienes ayuden a otras mujeres y los varones compartamos
la Palabra con los varones; si fuere indispensable que uno de nosotros,
ayudemos a una mujer, hagámoslo en presencia de nuestras esposas o, en último
caso, si no está nuestra esposa cerca o si somos solteros, hagámoslo en
presencia de todos en un lugar público.
¡Nunca nos encerremos con una mujer con el pretexto de compartirle un
consejo! ¡Nunca hagamos una cita con
alguien del sexo opuesto, sin que nadie más lo sepa! Ellas, las mujeres casadas, pueden ser
peligrosas para un joven soltero a quien le hacen confidencias. Ellos, los hombres casados pueden ser
peligrosos para una joven soltera si empiezan a desarrollar una estrecha
amistad con ella. Todos ellos, los hombres y
mujeres casados que tienden a acercarse demasiado en amistad y
confidencias, son peligrosos para los siervos y las siervas, seamos casados o
solteros; por favor ¡Cuidémonos de esto y no nos confiemos! No menospreciemos el atractivo del sexo
opuesto ni digamos: yo tengo todo controlado; recordemos que esa fue la actitud
de Sansón antes de sucumbir ante Dalila,
la de David antes de pecar con Betsabé y la de Salomón antes de llegarse
a las mujeres paganas con quienes pecó; jamás olvidemos que ante el sexo
opuesto sucumbieron los más fuertes, los más grandes y los más sabios.
Porque
los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el
aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos.
Sus pies descienden a la muerte; sus pasos conducen al Seol. Sus caminos son inestables; no los
conocerás, si no considerares el camino de vida. Ahora pues, hijos, oídme, y no os apartéis de las razones de mi boca.
Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa; para que no
des a los extraños tu honor, y tus años al cruel; no sea que extraños se sacien
de tu fuerza, y tus trabajos estén en casa del extraño; y gimas al final,
cuando se consuma tu carne y tu cuerpo, y digas: ¡Cómo aborrecí el consejo, y
mi corazón menospreció la reprensión; No oí la voz de los que me instruían, y a
los que me enseñaban no incliné mi oído! Casi en todo mal he estado, en medio
de la sociedad y de la congregación.
Proverbios 5: 3-14.
Una vez más se ratifica que el arma de la mujer
adúltera son sus palabras y sus labios; su hablar hermoso. ¡Cuánta insistencia de la Palabra de Dios,
en lo referente a este pecado! ¡Como
redunda, insiste y confirma que debemos huir, rechazar y alejarnos de la mujer
ajena! No creamos que es
casualidad. Este pecado puede acabar
con nuestros ministerios y con nuestras vidas; el adulterio puede matarnos.
Bebe
el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo. ¿Se derramarán
tus fuentes por las calles, y tus corrientes de aguas por las plazas? Sean para
ti solo, y no para los extraños contigo.
Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como
cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre. ¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la
mujer ajena, y abrazarás el seno de la extraña? Porque los caminos del hombre están ante los
ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas. Prenderán al impío sus
propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado. El morirá por falta de corrección, y errará
por lo inmenso de su locura.
Proverbios 5: 15-23.
Pero el Espíritu Santo de Dios no solo nos habla
desde el lado negativo diciéndonos que no nos
acerquemos a la mujer ajena, sino que también nos abre una puerta en el
aspecto positivo diciéndonos que debemos dedicarnos a nuestra propia pareja.
Nunca deberíamos centrarnos en los “no” antes que en los “si” que Dios nos ha
dado; porque no es su voluntad que
andemos paranoicos mirando con sospecha a cualquier mujer que se nos acerque,
sino más bien que nos dediquemos a “nuestro
propio pozo”, a las aguas de “nuestra propia cisterna”, es decir: a nuestra
pareja. Los que somos casados, debemos
dedicarnos a nuestras esposas, a ser cariñosos y tiernos con ellas, a cultivar
nuestra amistad y alimentar el romance, a disfrutar de nuestra vida de pareja
mientras vamos madurando y nuestro amor también va solidificándose, pasando de
la pasión de la juventud a la ternura de la madurez, dándonos cada vez
experiencias más y más gratas.
¿Y los solteros que aún no tienen pareja?
La verdad es que si la tienen, solamente que aún no
la conocen; la tienen pero aún no ha aparecido en sus vidas. Si creemos que Dios ya había preparado
nuestra buenas obras de antemano para que
anduviésemos en ellas (Efesios 2:10), es muy fácil comprender que en los
planes de Dios hay una persona a quien usted va a conocer, de quien se va a
enamorar para luego contraer matrimonio y tener hijos para Dios (Malaquías 2:15).
Y quiero decirle que, aunque aún no le conozca, ya debería serle fiel y
sobre todo, debería prepararse, tanto física como emocionalmente para que el día
en que se encuentren, mutuamente se lleven una agradable sorpresa, estando
persuadidos de que aún antes de conocerse ya se dedicaron a cuidar las aguas de su misma cisterna y los
raudales de su propio pozo. Que
romántico sería si el día en que se conozcan puedan decirse el uno al otro: te
estaba esperando y me he guardado para
ti.
Sea para los casados como para los solteros, la
palabra es muy clara: cuidemos lo nuestro, lo que el Señor nos dio y no
permitamos que nada se interponga entre nosotros y nuestra pareja.
¿Tomará
el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus
pies se quemen? Así es el que se llega
a la mujer de su prójimo; no quedará impune ninguno que la tocare. No tienen en
poco al ladrón si hurta para saciar su apetito cuando tiene hambre; pero si es
sorprendido, pagará siete veces; entregará todo el haber de su casa. Mas el que comete adulterio es falto de
entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, y
su afrenta nunca será borrada. Porque los celos son el furor del hombre, y no
perdonará en el día de la venganza. No
aceptará ningún rescate, ni querrá perdonar, aunque multipliques los dones.
Proverbios 6:27-35.
De este tipo de pecados nadie puede salir impune; si
no nos cobran los hombres, la vida si lo hace y quien se llega a la mujer de su
prójimo, a la final lo paga.
Di a
la sabiduría: Tú eres mi hermana, ya la inteligencia llama parienta; para que
te guarden de la mujer ajena, y de la extraña que ablanda sus palabras. Porque mirando yo por la ventana de mi casa,
por mi celosía, vi entre los simples, consideré entre los jóvenes, a un joven
falto de entendimiento, el cual pasaba por la calle, junto a la esquina, e iba
camino a la casa de ella, a la tarde del día, cuando ya oscurecía, en la
oscuridad y tinieblas de la noche. Cuando he aquí, una mujer le sale al
encuentro, con atavío de ramera y astuta de corazón. Alborotadora y rencillosa,
sus pies no pueden estar en casa; unas veces está en la calle, otras veces en
las plazas, acechando por todas las esquinas.
Se asió de él, y le besó. Con semblante descarado le dijo: sacrificios
de paz había prometido, hoy he pagado mis votos; por tanto, he salido a
encontrarte, buscando diligentemente tu rostro, y te he hallado. He adornado mi cama con colchas recamadas
con cordoncillo de Egipto; he perfumado mi cámara con mirra, áloes y
canela. Ven, embriaguémonos de amores
hasta la mañana; alegrémonos en amores. Porque el marido no está en casa; se ha
ido a un largo viaje. La bolsa de
dinero llevó en su mano; el día señalado volverá a su casa. Lo rindió con la suavidad de sus muchas
palabras, le obligó con la zalamería de sus labios. Al punto se marchó tras ella, cómo va el
buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado; como
el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la saeta traspasa su corazón. Ahora pues, hijos, oídme, y estad atentos a
las razones de mi boca. No se aparte tu corazón a sus caminos; no yerres en sus
veredas. Porque a muchos ha hecho caer
heridos, y aun los más fuertes han sido muertos por ella. Camino al Seol es su
casa, que conduce a las cámaras de la muerte.
Proverbios 7:4-27.
En este párrafo se describe a la persona y el
proceder de la mujer adúltera y nos muestra que, primeramente, la mujer
adúltera es muy religiosa. Ella había
pagado sus votos, es decir, se había presentado delante del altar de Dios e
inmediatamente después estaba buscando a su amante. También notemos que es muy sensual, tanto en
su vestido como en el lugar donde habita.
Su semblante es descarado y por costumbre vive en rencillas y pleitos,
siempre fuera de su casa. A la luz de
esto, conviene que las mujeres de Dios sean sencillas, sujetas a sus maridos (Efesios 5:24), que cumplan sus horarios, que
estén donde deben estar y que se vistan
decorosamente (1 Timoteo 2:9), para glorificar a Dios y no para atraer la
mirada de nadie.
Todos estos textos, además de muchos otros, están
registrados en las escrituras para advertirnos, alertarnos y también para
inspirarnos temor a este pecado, el cual no solo nos afecta a nosotros sino a nuestra familia
y a nuestra congregación. Para
mantenernos limpios escuchemos lo que tiene que decir el escritor de los
Proverbios:
Sobre
toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Aparta de ti la perversidad de la boca, y
aleja de ti la iniquidad de los labios.
Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes
delante. Examina la senda de tus pies,
y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta
tu pie del mal.
Proverbios 4:23-27.
En otras palabras, debemos estar atentos a nuestro
caminar. Si nosotros siendo solteros o
casados, tratamos con personas del sexo opuesto, el mismo momento en que alguna
nos llame la atención y parezca interesante, buena conversadora o
atractiva, debemos quitar nuestra mirada
de allí y poner distancia de una manera drástica e inmediata; por favor no
juguemos con esto ni olvidemos la amonestación que nos da Pablo:
Huid
de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del
cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca.
1 Corintios 6:18.
El Señor Jesús finaliza su amonestación contra el
adulterio graficándonos cuál es la intensidad de rechazo que debemos tener
hacia este pecado. Tu ojo derecho y tu mano derecha, son hebraísmos que denotan la
importancia de estar dispuestos a perder lo más útil, con tal de no pecar. Según Jesús, no debemos limitarnos a estar
apenados por el pecado, sino que debemos dolernos al punto de estar dispuestos
a perder un miembro, y aún el principal miembro con tal de evitar caer; a esto
se refiere el ojo derecho y la mano
derecha. Aquí no caben pequeñas
aversiones hacia el pecado sino que debemos ser absolutamente radicales. Discrepo con los muchos autores que afirman
que en este pasaje Jesús no está diciendo que nos mutilemos; yo leo español y
griego también y en ambos idiomas Jesús está diciendo que es preferible
mutilarse a ser condenado, mostrando un absoluto desprecio por la vida terrenal
en comparación con la vida celestial.
Si sabemos que el pecado puede llevarnos a la condenación, es mejor
alinearnos con el estándar de Jesús.
También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta
de divorcio. Pero yo os digo que el que
repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere;
y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.
Mateo 5:31-32.
Jesús
continua hablando acerca del adulterio, pero en estos versos se refiere a los
divorcios producidos por cualquier pretexto, problema que parece haberse
generalizado en aquel tiempo. Para el
Señor la única opción de divorcio es por causa de fornicación. Ahora bien, la palabra griega porneia
(Strong G4202), que aquí se traduce
como fornicación, significa relación sexual ilícita, lo cual incluye
adulterio, incesto y también la
idolatría o adulterio espiritual. Es de
esta palabra de donde se derivan los términos, porno y pornografía, que tan
frecuentemente se usan en nuestros días.
Solamente por causa de relaciones sexuales ilícitas el hombre puede
divorciarse; nunca por incomprensiones o diferencias de carácter.
En
el siguiente pasaje del libro de Mateo, el Señor contendió con los maestros de
la ley por este tema, y aprovechó esa oportunidad para aclarar varios puntos:
Entonces vinieron a él los
fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por
cualquier causa? El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído
que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y
madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne;
por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés
dar carta de divorcio, y repudiarla? Él
les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a
vuestras mujeres; mas al principio no fue así.
Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de
fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada,
adultera. Le dijeron sus discípulos:
Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces
él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es
dado. Pues hay eunucos que nacieron
así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres,
y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los
cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba.
Mateo
19:3-12.
Primeramente,
aquí nuestro salvador les aclara que el plan de Dios no ha cambiado; como fue
al principio así es hoy. El Señor
hizo de Adán y Eva uno solo; en sus
planes no habían terceros. Como el
matrimonio es para toda la vida, el momento de elegir a nuestra esposa,
preguntémosle a Dios, pidámosle confirmación y obedezcamos; con esa persona
tendremos que compartir hasta nuestro último día sobre la tierra. Si nos divorciamos por causa de fornicación,
debemos quedarnos solos (1 Corintios 7:11); esa es la norma de Dios. Si nos divorciamos y nos casamos con otra persona,
cometemos adulterio; el que se casa con el otro cónyuge divorciado, también
comete adulterio. Y ¿Cuál es la
situación de tantos hermanos que se han divorciado y en sus segundas nupcias
han tenido éxito en su matrimonio e inclusive le sirven al Señor? La verdad es que esos casos que salen de la
norma deben ser juzgados solamente por el Señor; si Él ha decidido usar a estas
parejas, nosotros no los vamos a descalificar, pero nos limitamos a decir lo
que él ha dicho.
La
segunda aclaración del maestro, es que Moisés permitió algunas cosas, no porque
ese era el deseo de Dios sino por la dureza del corazón del hombre; he aquí un
punto de controversia: ¿Cuántas normas de Moisés fueron dadas por nuestra
dureza y no porque Dios lo quiso? Nadie
tiene la respuesta, pero la norma de Dios es: ¡Igual que en el principio! Dios quiere que volvamos al Edén, a las
reglas del principio; si mantenemos en mente esto, sabremos discernir cuál es
su voluntad. En el Edén había un hombre
para una mujer: Adán y Eva; había una comunión íntima con Dios: conversaban con
él al aire del día; Había una autoridad instituida por Dios que gobernaba sobre
la tierra: el hombre; Había un árbol que
representa a Jesús, el cual estaba en el centro del huerto: el árbol de la
vida.
En
tercer lugar Jesús dice que los únicos que pueden permanecer sin casarse son
los eunucos; sea porque así nacieron, porque así les hicieron los hombres o
porque el Señor les dio ese don; todos los demás deberían casarse (1 Corintios
7:9).
Además
habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al
Señor tus juramentos. Pero yo os digo:
No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de
sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes
hacer blanco o negro un solo cabello.
Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto,
de mal procede.
Mateo 5:33-37.
Indirectamente
nuestro salvador está haciendo referencia aquí al tercer mandamiento del
decálogo: No tomarás el nombre de Yahweh
tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yahweh al que tomare su nombre en
vano (Éxodo 20:7).
Tomar
su nombre en vano se refiere a usarlo para algo que Él no ha ordenado; vamos a tratar acerca de dos cosas que caen
esa categoría: los juramentos y las falsas profecías.
Empiezo
señalando que los juramentos eran
comunes en el argot de aquel tiempo y servían para respaldar y robustecer
alguna afirmación u ofrecimiento; siempre se juraba por algo o por alguien,
según sea la importancia de la afirmación a la que querían dar realce (1 Reyes
2:42; Hebreos 6:13). Pero el Señor nos
dice que este deseo de realzar una u otra afirmación procede del mal; cuánto
más si tomamos en nuestros labios el nombre de Dios o de las cosas santas. Ni siquiera por nosotros mismos podemos
jurar porque no somos los dueños de nuestras vidas. La frase: no puedes hacer blanco o negro un solo cabello, habla de nuestras
limitaciones y pequeñez. Solo un
prepotente hace juramentos o toma el
nombre de Dios para ofrecer cosas, pues queriendo hacer oír su voz a toda costa
cae en pecado y rebela el orgullo y falta de temor que tiene en su
interior; nosotros en cambio, debemos
decir sí o no, nada más. El realce a
nuestras declaraciones tiene que darla el Señor mismo a través de la unción del
Espíritu Santo. Quienes predicamos la
Palabra sabemos que ni nuestros gritos, ni gesticulaciones, ni dramatizaciones
pueden realzar nuestro mensaje, peor aún un juramento, en cambio el Espíritu
Santo de Dios puede abrir los corazones de las personas para que nos escuchen
(Hechos 16:14). Como predicador de
años, admito que muchas veces en nuestras disertaciones, prédicas o
conferencias nos emocionamos y levantamos la voz queriendo impresionar a
nuestros oyentes, sin embargo debo testificar que los mejores mensajes, los que
más efecto tienen, son pronunciados
tranquila y confiadamente, solo esperando en el respaldo del Señor para que los
corazones de nuestros oyentes escuchen.
Predicar es mucho más que el arte de hacerse escuchar; es el arte de
confiar en que Dios usará las palabras que salen de mis labios, las cuales Él
mismo nos las confió para que nosotros las transmitiéramos; prediquemos con fe
en el poderoso Dios que nos acompaña antes que en nuestra capacidad, elocuencia
o tono de voz (1 Corintios 1:17).
Por
otro lado, las falsas profecías eran pronunciadas, como es obvio, por falsos
profetas, quienes tenían pena de muerte en Israel (Deuteronomio 13:1-5) y sus
profecías eran susceptibles de juicio (Deuteronomio 18:22). Tomar vanamente el nombre de Dios diciendo
que Él ha dicho, sin que Él haya dicho nada, era un grave pecado que, en el
mejor de los casos hacía perder la reputación del profeta y en el peor, le
costaba la vida. Jesús dice que no hace falta un juramento, basta
con una sencilla afirmación de la verdad que hemos recibido y lo demás lo hará
el Señor; de igual manera, no necesitamos interponer a todas nuestras
afirmaciones, por más solemnes que sean, la frase: ¡Dios me ha dicho…!
conformémonos simplemente con decirlo y confiemos en que Dios lo respalde ante
los hombres. Si Dios le ha dicho algo, Él confirmará que se lo dijo
respaldándole con poder y señales, no hace falta que usted insista tanto en que
Él se lo dijo. Quienes hemos estado
inmiscuidos en el ministerio desde hace dos o tres décadas podemos dar fe de la
virulencia con la que las afirmaciones “proféticas” han subido de tono los
últimos años. Antes se esperaba la
frase “Dios me ha dicho…”, de labios de
creyentes con cierta experiencia, quienes en virtud de su insistente búsqueda y
consagración creyeron oír u oyeron realmente la voz de Dios, pero ahora es
normal escuchar esa misma frase en boca de casi todos los creyentes, sean
nuevos o experimentados, jóvenes o ancianos: ¡Dios me dijo…! ¡Dios ha dicho…! ¡Dios dice…! Esa es la frase de este tiempo
y el mandamiento: No tomarás el nombre de
Yahweh tu Dios en vano, ha quedado relegado
tras la cortina de nuestra religión y el vehemente deseo de manipular a
las personas para que teman nuestros dichos.
Bueno, y ¿Qué hacemos en el caso de que Dios en verdad haya
hablado? Pues, caminemos a la luz de la
Palabra; nosotros sabemos que Dios habla; él nos ha hablado muchas veces, pero
lo ha hecho conforme a la Palabra (Isaías 8:20) y nosotros no decimos: ¡Dios
nos ha dicho!, preferimos decir: ¡escrito está! los profetas en el antiguo pacto hablaban y
completaban el canon de las escrituras, en el nuevo pacto los profetas hablan y
confirman la Palabra ya escrita, pues está completo el canon; ya no necesitamos
nuevas revelaciones ni añadir nada a la Palabra (Apocalipsis 22:18-19).
Para
terminar este asunto, y arriesgándome a juzgar a algunos inocentes, creo que
tanto los juramentos como las falsas profecías, tienen como objetivo primordial
(aunque no siempre evidente, ni siquiera para quien los pronuncia) el manipular
a las personas para que escuchen su voz y hagan lo que ellos dicen; si este es
el caso debo aclarar lo siguiente: en el antiguo pacto los profetas dirigían,
en el pacto renovado ellos solo confirman la Palabra que el Señor ha hablado a
cada uno en su interior. Tal fue el
caso de Pablo que siendo advertido por los profetas que no suba a Jerusalén
porque le esperaban grandes tribulaciones, no obstante él, ligado en espíritu, iba a Jerusalén (Hechos 20:22-24; 21:9-14).
¿Pablo estaba contrariando a los profetas? ¿Caminando en desobediencia? ¡No! El
simplemente tenía la guía de Dios y los profetas confirmaban los hechos que
iban a suceder. En el antiguo pacto la
ley y los profetas guiaban a los hombres, hoy nos guía el Espíritu Santo
trayendo a nuestra mente y corazón esa misma Palabra hablada en la ley y los profetas
(Juan 16:13). Antes los hombres
enseñaban ahora el Espíritu del Señor es quien enseña (Hebreos 8:10-11.; 1Juan
2:27); antes hacía falta el ¡Dios ha
dicho! o ¡Así dice el Señor!, hoy nos conformamos con el ¡escrito está! (Mateo
4:4, 6, 7, 10; 21:13). Valga la
aclaración que cuando en el nuevo testamento se menciona la frase: Así dice el Señor, se está haciendo
referencia a algún pasaje del antiguo testamento (Hechos 7:49; 15:18. Romanos 12:19; 14:11. 1Corintios 14:21.
2Corintios 6:17,18. Hebreos 8:8-10. 10:16, 30).
Oísteis
que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es
malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también
la otra; y al que quiera ponerte a
pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te
obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar
de ti prestado, no se lo rehúses.
Mateo 5:38-42.
La
denominada ley del talión (del latín talis
= idéntico o igual) por la cual el hombre sufría idéntico dolor del que había
causado, lejos de ser una barbarie, fue más bien un enorme adelanto en las
normas jurídicas de su época, ya que era la costumbre en aquel tiempo que
cualquier falta civil se pagaba con la vida.
No obstante, la norma de Ojo por ojo, diente por diente y herida por
herida, nunca produjo arrepentimiento en los homicidas ni disminuyó la
incidencia de este pecado en el pueblo, porque el problema del hombre no está
en la legislación que aplican sus gobernantes sino en el corazón. Hay algunas naciones en el mundo que aplican
la pena de muerte a sus reos por determinadas causas, pero no han podido
erradicar la brutalidad, el abuso y la crueldad; la gente sigue matando,
robando y violando aunque eso les cueste su propia vida. La ley del talión no fue suficiente, así que
Jesús nos muestra su norma para poder vencer: no resistáis al que es malo.
Tengo
la experiencia de haber salido bien librado en muchas situaciones difíciles que
se han presentado durante las cruzadas evangelísticas que el Señor me ha
permitido realizar al interior de las prisiones de mi país durante más de
veinte años; en todas ellas hemos tenido cuidado de aplicar este principio: No resistáis al que es malo.
En
julio del 2005, cuando fui a realizar una cruzada evangelística organizada por
las congregaciones cristianas de la Penitenciaría del Litoral del Ecuador, me
encontré con un paro carcelario que se ganó la fama de haber sido el más
violento del país (el día anterior había sido acribillado a balazos el director
de penitenciaría en su propio domicilio, hecho presumiblemente ordenado desde
el interior de esa cárcel); la élite de la policía nacional vigilaba solamente
los exteriores porque los cinco mil internos se habían amotinado y tomado el
interior del penal. Contra todo lo que
podía pronosticarse, en medio de un hermetismo casi absoluto, la policía impidió
el ingreso de mi equipo de alabanza y los jóvenes del grupo de drama, pero me
permitió entrar a mí, pues adentro estaba ya reunidos más de trecientos
hermanos esperando la predicación de la Palabra de Dios. Mientras atravesaba la
aglomeración de internos que ocupaban el primer patio, en un ambiente
frenético, lleno de gritos y consignas, sin un solo guía, policía o agente del
orden que los disuada de cualquier cosa que quisieran hacer en contra mía, me
parecía entrar en un mundo surrealista donde el humo espeso de la marihuana y
la base de coca eran el perfecto ambiente para ser secuestrado o tomado por
rehén, pues a estas alturas del paro ellos ya tenían algunos rehenes civiles en
su poder. Entré orando, muy asustado y
saludando a todos inclinando la cabeza; mientras avanzaba paso a paso, ellos
iban abriéndome camino y devolviéndome el saludo: — Bienvenido varón de Dios —, me decían.
Prediqué
aquel primer día con mucho respaldo del Dios poderoso a quien sirvo, el segundo
entré con un compañero pastor y al terminar mi mensaje se me acercó un interno
con aspecto desesperado y me pidió que ore por su hija que estaba enferma en
uno de los pabellones aledaños; en ese momento me acordé cuando un hombre le
pidió a Jesús lo mismo y él le dijo: Yo iré; así que también yo fui y mientras
iba comencé a razonar: este es un paro carcelario, aquí hay solo presos, y
¡solamente hombres… no hay mujeres y menos niñas! — Ore por mi niña…— había
dicho el reo. Casi entro en pánico,
pensé en salir corriendo, pero ¿A dónde?, también pensé gritar, pero ¿A quién?
traté de regresarme pero ya era tarde.
Salimos del patio y estando en uno de los enormes corredores que dividen
los patios me interceptó un grupo de al
menos diez reos armados. Uno de ellos,
el más alto y fornido, se acercó a mí,
lleno de joyas en las manos, muñecas y cuello, con un aire inconfundible de
autoridad y maldad; entonces comprendí que estaba hablando con uno de los jefes
de la mafia local. Con enfado me dijo: — ¿Por qué viniste a predicar solo en el patio
de ellos y no en el mío? — Yo le dije: — porque
no me has invitado al tuyo… si me
invitas, mañana voy a tu patio y predico —. Al decir eso sentí el apoyo inconfundible del
Espíritu Santo de Dios, recibí fuerza, me sentí gozoso y decidí no resistir y
mostrar la otra mejilla si me hieren la una… de todas formas no tenía otra
alternativa. Súbitamente el semblante
del hombre cambió me dijo que le siga y
toda la comitiva de él se puso al costado y detrás de mí; ¿Me estaban
custodiando hacia algún lugar o me estaban secuestrando? Sin respuesta. Caminé tras de ellos y mientras lo hacía vi
al enorme hombre levantarse la camisa y sacar detrás de su pantalón dos
pistolas y se las entregó a sus
guardaespaldas; el hermano coordinador de la cruzada, que para este momento ya
se me había unido, seguramente viendo mi angustia se acercó a mi oído y me dijo:
tranquilo pastor, él está entregando las armas a sus guardaespaldas porque
quiere que usted ore por él y para eso debe estar limpio. Cuando llegamos al segundo piso de su bloque
al lugar señalado por mi anfitrión, en medio de un amplio corredor semi oscuro,
el cayó de rodillas diciéndome: pastor ore por mí porque siento que voy a
morir. Él entregó su vida a Jesús y un
minuto después se abrió la puerta de una celda y allí estaba una preciosa niña
de cinco años con aspecto de convalecencia y al lado su madre esperando a que
yo orara. Siete días después aquel reo fue trasladado a otra prisión y en esa
misma semana lo asesinaron. Esa fue la
última oportunidad que él tuvo de recibir la salvación de Jesús y la recibió.
No resistáis al que es malo; esa
es la única forma de lograr que el malo cambie.
Cuán poderosamente actúa el Espíritu Santo en nuestros adversarios si
nosotros les mostramos la otra mejilla; esta es un arma que no solo destruye a
mi enemigo sino que lo puede transformar en mi amigo; no resistamos al que es
malo.
Cada
vez que resistimos al hombre malvado, nos sometemos a él y nos revelamos contra
Dios, por lo cual ese hombre puede de alguna manera dañarnos; en cambio sí
evitamos resistir, nos estamos sometiendo a Dios y Él va a tener a aquel hombre
bajo control. Si en los planes del
Padre está que padezcamos de alguna forma, lo haremos, pero bajo su autoridad y
no bajo la del maligno; fue por esta razón que nuestro Señor Jesús le dijo a
Pilatos: ninguna autoridad tendrías sobre mi si no te fuera dado de arriba
(Juan 19:11). Jesús nunca se acobardó
ante Pilatos, ni le resistió; no le rogó por su vida ni pidió clemencia, pues
el Señor estaba sometido a la autoridad de su Padre y no bajo el capricho de
Pilatos.
¿Significa
esto que si alguien quiere matarme o violarme o matar a mi familia se lo voy a
permitir? La verdad ¡no! ¿Qué hizo Jesús
cuando quisieron apedrearle o despeñarle?
Él sabía que aún no era su tiempo y no le dio gusto a esa multitud
asesina; la biblia dice que pasó en medio de ellos o que se escondió de ellos
(Juan 8:59. Lucas 4:29-31. Juan 10:31-39).
Entonces, no les resistió y tampoco dejó que le hieran porque esa
hubiera sido la ocasión para que le maten,
Jesús simplemente huyó de ellos.
¿Cómo
podemos saber cuándo aplicar lo uno o lo otro? ¿Cómo sé cuándo debo quedarme y
mostrara la otra mejilla y cuando debo esconderme o huir? Eso no lo sabemos
nosotros, ni usted ni yo, pero lo sabe Él, su eterno acompañante, el Espíritu
Santo y él le guiará a lo uno o a lo otro.
Los
tres ejemplos que cita el Señor, se refieren a la vida civil del pueblo de
Israel, el cual estaba bajo el dominio de Roma: la herida en la mejilla, las
requisiciones antojadizas y la obligación de llevar carga, era la experiencia
diaria de un pueblo colonizado. Los
opresores practicaban estos abusos a diario y Jesús dice que la única manera de
vencerlos es sometiéndonos. Ellos eran
la autoridad civil en aquellos días y los creyentes debían someterse a ella
porque no hay autoridad sino de parte de Dios (Romanos 13:1). Si esto era correcto en aquellos días de
abuso y brutalidad, ¿Cuánto más en nuestros días con nuestros gobiernos
democráticos?
¿Es
este un llamado al servilismo? ¡No! Este es un llamado a la obediencia. Si nosotros dejamos de resistir a los
hombres malos, el Señor podrá extender su mano para hacernos justicia. Si les resistimos, el maligno basado en
nuestra desobediencia tendrá derecho de hacernos daño. Recordemos las
siguientes promesas:
Bendeciré a los que te
bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas
las familias de la tierra.
Génesis
12:3.
Porque a mis ojos fuiste de
gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y
naciones por tu vida.
Isaías
43:4.
Si alguno conspirare contra
ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá. He aquí que yo hice al herrero que sopla
las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado
al destruidor para destruir. Ninguna
arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante
contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su
salvación de mí vendrá, dijo Jehová.
Isaías
54:15-17.
Porque así ha dicho Jehová de
los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron;
porque el que os toca, toca a la niña de su ojo.
Zacarías
2:8.
Como
última recomendación (y tal vez la más importante) déjenme decirles que en
lugar de cuidarnos de los malos, debemos cuidarnos de hacer siempre la voluntad
de Dios y estar en sus caminos porque la historia de nuestra desgracias y
derrotas es la historia de nuestra desobediencias; si satanás nos encuentra en
el lugar y en el momento equivocado, en caminos que Dios nunca nos mandó,
experimentaremos pérdidas y derrotas.
Andemos en sus caminos y nos irá bien, no nos desviemos ni a derecha ni
a izquierda y seremos librados. Por
experiencia sabemos que aun cuando nos equivocamos y a veces salimos de sus
sendas el Señor es bueno y nos da tiempo para retornar al camino seguro, pero
cuando insistimos en lo malo y perseveramos en rebelarnos a la final sufrimos
el daño y podríamos hasta perder la
vida. Pero si estando en el camino de
Yahweh somos perseguidos y asesinados, entendemos que esa ha sido su voluntad
perfecta y la sufriremos con resignación y amor. Acaso ¿Ese no ha sido el desenlace de miles
de mártires del evangelio? Jesús fue
crucificado, Pablo decapitado en Roma,
Andrés murió en Grecia, crucificado en una cruz en forma de x, Tomás, luego
de predicar en Siria fue a la India en donde fue martirizado hasta morir,
Bartolomé desollado en Armenia.
Santiago fue pasado a filo de espada en Jerusalén, Santiago el menor lapidado en Jerusalén, Felipe fue martirizado
y muerto en Hierápolis, Judas Tadeo
apaleado en Persia, Juan estuvo
desterrado en la isla de Patmos y murió en Éfeso. Llenaríamos libros hablando de los mártires
de la iglesia primitiva, de la edad media, de la inquisición, de la edad
moderna y del tiempo actual, sin embargo permítanme citar las últimas palabras
de la biografía de un sacerdote católico que cometió el delito de haber hablado
la verdad de Jesús: “… al final John Huss fue
condenado y quemado vivo como hereje. Murió cantando el 6 de julio de 1415”.
Oísteis
que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y
aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os
digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a
los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo
los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de
más? ¿No hacen también así los gentiles?
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos
es perfecto.
Mateo
5:43-48.
La
expresión: aborrecerás a tu enemigo,
no se encuentra en el pentateuco; solamente en Esdras 9:12 hay un pasaje que
puede aproximarse a esta extraña declaración de Jesús. Saliéndose de sus referencias sucesivas a los
diez mandamientos, aquí el Señor parece que está hablando de una norma
posterior acuñada por los sacerdotes y ancianos de Israel y elevada a la
categoría de mandamiento. Hay críticos literarios y biblistas que
creen que la frase aborrecerás a tu
enemigo fue añadida por alguno de los muchos traductores antisemitas del
griego, para dar a entender que los judíos odian a sus enemigos, lo cual es
falso ya que la escritura habla desde los días de Moisés de ayudar, bendecir y
perdonar a nuestros enemigos (Éxodo 23:4; 2 Reyes 6:20-23).
Aunque
este es un pasaje bastante controversial, si podemos comprender que para el
Señor Jesús no es suficiente ayudar, bendecir o perdonar a nuestros enemigos sino que debemos amarlos.
¿Cómo
puedo amar a quien me hace daño? ¿Cómo
puedo sentir algo bueno por alguien que lo único que hace es levantar
sentimientos malos en mí? Si estuviera
hablando del amor sentimental que
nosotros conocemos, esta declaración sería ridícula, pero aquí se está
refiriendo al amor bíblico, al amor sacrificial o al verdadero amor si cabe la
expresión. Esta es una gran evidencia
de que el amor que Dios pide es mucho más que un sentimiento; el verdadero amor
es una decisión que nace en nuestra
voluntad. Nosotros no deberíamos tratar
de amar o esperar a que venga el amor sino que debemos tomar la decisión de amar y entonces todo nuestro ser responde
generando simpatía y afecto hacia la persona a la que hemos decidido amar,
independientemente de que ella pueda hacernos bien o mal. Ya que Dios ha amado a un mundo enemigo
(Juan 3:16), nosotros debemos vivir bajo el mismo estándar.
Bendecid a los
que os maldicen, haced bien a los que
os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen; Si prestamos
atención al orden en que el Señor menciona las frases bendecir, hacer bien y
orar, veremos que es directamente proporcional a la medida de maldad de
nuestros adversarios y de la agresividad que presentan en contra de nosotros,
ya que ellos primero nos maldicen,
luego nos aborrecen y finalmente nos persiguen o ultrajan. En concordancia con esto, nuestra respuesta
debe considerar un aumento paulatino de la distancia frente a estas
personas. ¡Cuán sabio es Dios! Debemos bendecir a quienes nos maldicen;
esto es cara a cara, frente a frente.
Debemos hacer bien a los que nos aborrecen; esto es a cierta distancia,
lo suficientemente lejos como para que su odio no nos haga daño. Debemos orar por los que nos persiguen y
ultraja; esto es a la mayor distancia posible, tan lejos de ellos que no sepan
dónde estamos y que lo único que pueda llegarles de nosotros sean nuestras
oraciones.
Una
vez aclarada la distancia que nos conviene tener entre nuestros adversarios y
nosotros, quisiera explicar otro aspecto de esta misma enseñanza: Está claro, que en términos generales
debemos amar a nuestros enemigos, pero las siguientes declaraciones de Jesús
nos explican tres circunstancias que es necesario tomar en cuenta.
Debemos
bendecir a quienes nos maldicen;
Jesús dijo bendecir, no dijo: reprender al diablo o gritarles frases bíblicas
de juicio, ¡no! El Señor dijo que les
bendigamos, o sea que, hablemos bien de ellos, en su ausencia, y si están
presentes, que les hablemos palabras buenas, conciliadoras, sin reclamos ni
acusaciones, sin defendernos ni argumentar a nuestro favor.
Debemos
hacer bien a los que nos aborrecen; ya
que ellos nos odian, nuestra respuesta no debe limitarse a bendecirles sino a
hacer buenas obras a favor de ellos; ya que su maldad ha subido en contra
nuestra, nuestra bondad también debe subir en relación a ellos.
Finalmente
el Señor dijo debemos orar por quienes
nos ultraja y persiguen; estas son las personas que están dispuestas a matarnos; su odio ha crecido
tanto que pasó de los sentimientos a las acciones y el día en que nos
encuentren procurarán destruirnos. El
único bien que podemos hacerles es cubrirles con nuestra oración, la misma que
contempla dos aspectos: primero, la petición de perdón y misericordia para
ellos, y segundo, la protección para nosotros, para ser librados de ellos.
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