EL SERMÓN DEL MONTE

INTRODUCCIÓN
LOS DISCÍPULOS Y EL MENSAJE QUE LOS DISCIPULA


Lo primero que el Salvador hizo cuando inició su ministerio fue reclutar a setenta hombres, de los cuales seleccionó a doce, con quienes vivió y a los cuales instruyó durante tres años y medio, es decir, los discipuló; este era el centro de su plan estratégico para ganar una humanidad para Dios.

Ya que nosotros somos los seguidores del discipulador Jesús; ¿No deberíamos también discipular? ¿No deberíamos emular las pisadas del maestro? Es asombroso que siendo el discipulado algo tan evidente a través de los evangelios, en nuestras congregaciones cristianas le demos una mínima importancia; pasamos los días, meses y años, en cultos, reuniones de evangelismo y asambleas, organizando seminarios y toda clase de actividades para ministrar e instruir al mayor número de personas posible, siempre con la mirada en la multitud, y pocas veces o casi nunca nos dedicamos a discipular a la manada pequeña, a la cual el Padre ofreció darles el Reino (Lucas 12:32 RVR). 

Estamos saturados de lo “mega” y nos olvidamos de lo “micro”, porque nos han vendido la imagen de que lo grande y numeroso es sinónimo de éxito y que lo pequeño que incluye a pocos, es algo así como un fracaso o por lo menos una vergüenza.  Sin embargo nuestro Señor trabajó con doce, solo con doce; los demás eran quienes daban forma al escenario necesario para que esos doce aprendan, para que esos doce sean instruidos.

Jesús se alejaba de las multitudes y se acercaba a sus discípulos; nosotros deberíamos hacer lo mismo. En el nuevo testamento, la palabra “discípulos” se repite 246 veces, “hermanos” 172 veces, “discípulo” (en singular) 26 veces, “creyentes” 10 veces, y “cristianos”, 1 vez; este énfasis de los escritores sagrados nos muestra a quien iba dirigido todo el esfuerzo ministerial de aquella iglesia del primer siglo que hizo temblar imperios.

La intención del Señor Jesús al discipular, era entrenar a sus doce para que hagan la obra de Dios.  Jesús predicaba a las multitudes, aun sabiendo que esa misma multitud le entregaría a la muerte, pero lo hacía  para que sus discípulos aprendan cómo hacerlo, para que ellos aprendan a predicar aún a quienes les iban a matar.    Jesús sanó enfermos y echó fuera demonios, aun sabiendo que muchos de esos sanados y liberados no le seguirían,  pero lo hizo para que sus discípulos aprendan a sanar enfermos y a echar fuera demonios en su nombre.  Todo lo que Jesús hacía, sus milagros, sus sermones y enseñanzas, todo era parte de un gran plan de discipulado cuyo único propósito era lograr que estos discípulos crean en él (Juan 2:11 RVR) y así poder  adiestrarlos para la obra del ministerio (Efesios 4:12 RVR).   A Jesús le seguían multitudes, pero él ponía toda su atención en sus doce; el gran público nunca le desvió de su propósito; a nuestro salvador le seguían muchos, pero Él seguía a pocos, porque sabía que la única manera de ganar realmente a esos “muchos” era ocupándose de sus “pocos”.

Si nosotros tuviéramos el mismo énfasis y camináramos conforme a esta norma, no sufriríamos por llenar la iglesia ni nos afanaríamos en un sinfín de actividades religiosas tendientes a captar nuevos miembros para nuestra congregación; solamente nos dedicaríamos a nuestra “manada pequeña”, a nuestros discípulos y el Padre se encargaría de abrirnos puertas para predicar a multitudes, hacer prodigios, expulsar demonios y sanar enfermos, todo esto con el propósito de que nuestros discípulos, nuestra “manada pequeña”  crea y aprenda. 

Amados hermanos, cuando lleguen sus días de crecimiento y el ministerio empiece a expandirse, cuando el Altísimo Dios le envíe a predicar a multitudes, cuando empiecen a manifestarse milagros y prodigios en su ministración, no pierda de vista esto, no sea que al igual que muchos predicadores famosos, usted también crea que es el centro de todo, que su nombre es grande y que debe promocionarse, olvidándose de sus discípulos y rodeándose de un séquito de honor que le acompañen en sus vanidosas reuniones de avivamiento, en las cuales ellos solo aprenderán a ser tan vanidosos como usted, sepultado así para su perjuicio, el verdadero propósito de Dios.    


EL SERMÓN DEL MONTE

Llevo tres décadas pastoreando y recién hace diez años comprendí la importancia de discipular, así que me detuve abruptamente en mi camino ministerial, tomé un giro y decidí olvidarme de mi obsesión por la multitud   y empecé a ocuparme de la “manada pequeña”, pero inmediatamente después de haber tomado este camino, me encontré con el siguiente gran obstáculo: si voy a discipular, ¿Qué debo enseñarles a mis discípulos para no equivocarme y acabar como muchos de mis compañeros, ya sea extraviándome de la doctrina o creando una nueva denominación con una doctrina “excelente” a mis propios ojos?

Durante años medité, busqué e investigué cuál puede ser el pensum que debo compartir con esos discípulos para lograr que sean unos verdaderos cristianos victoriosos.  Me preguntaba cómo educarlos después de que han recibido a Jesús como su señor y salvador y después de haberles explicado los rudimentos de la doctrina; leí más de una docena de libros acerca del discipulado, además de innumerables artículos y revistas, averigüé a mis hermanos mayores en la fe y recibí una cantidad de respuestas que, lejos de ayudarme, me dejaron confundido y aunque puse por obra algunos de los consejos que adquirí, no tuve éxito. 

Durante mis estudios en el seminario traté de investigar el mismo tema y recibía respuestas similares, cargadas de buenas intenciones, muy “espirituales” pero nada prácticas.  Había oído de pastores que les enseñaban teología sistemática a sus nuevos creyentes, otros optaban por persuadirles que aprendan griego y hebreo, otros les instruían durante seis meses con el manual de su denominación particular y no faltaba alguien que basaba su instrucción en libros cristianos famosos, cuyas publicaciones vendieron millones de copias.  Todo esto era, a mi manera de ver, demasiado largo, engorroso y aburrido. 

Escuché mucho, acepté poco, traté de poner en práctica algo y a la final fracasaba.  Los hermanos de mi congregación seguían siendo los típicos cristianos evangélicos de domingo (o a lo mucho de domingo, martes y jueves), con una infinidad de  ocupaciones seculares y poco tiempo para Dios.  Estos creyentes se bautizaban, diezmaban, ofrendaban y hasta me acompañaban a predicar en un parque o a alguna campaña evangelística; a eso se restringía su vida espiritual.  Todo lo que yo quería que ellos hagan para Dios, lo hacían, siempre y cuando previamente les haya compartido un buen estudio bíblico y varias prédicas con alta dosis de emotividad.  Una vez armada así la obra maestra de persuasión ellos  obedecían y apoyaban la obra. 

Tal vez para algunos de ustedes esto no sea tan desalentador, a la final los hermanos estaban allí, estaban conmigo, y en verdad nuestras reuniones eran llenas de miembros, tanto que en dos ocasiones tuve que dividir el grupo y crear una nueva reunión porque ya no cabían en el templo; sé que muchos de mis colegas pastores viven a este ritmo, y viven satisfechos con eso, pero ese no era mi caso; y no porque yo sea alguien especial o importante, sino porque creo que Dios en su misericordia me concedió entender que yo no estaba haciendo las cosas bien.  

Lo que me frustraba era que todo lo que el pueblo hacía para Dios, era bajo mi presión; ellos no madrugaban a buscar a Dios por si solos, no empezaban un retiro de ayuno sin mi incentivo y aún para que ofrenden tenía que hacer pasar aquel tarro que llamamos “alfolí” porque de otra manera no lo hacían.  Pero con los años uno se cansa de esta intensa labor humana y tan poca asistencia divina, así que me volví a Dios en clamor y lágrimas.

Yo necesitaba algo dinámico, sencillo y en la medida de lo posible, rápido; tan dinámico como para que les interese aún a los apáticos, tan sencillo como para que los menos instruidos entiendan y tan rápido como para que los más ocupados tengan tiempo de estudiarlo.  Fue en ese tiempo cuando le plació al Señor mostrarme algo crucial en mi vida ministerial, mientras leía el capítulo cinco del evangelio de Mateo y literalmente resaltaron ante mis ojos las palabras: y sentándose vinieron a él sus discípulos (Mateo 5:1 RVR); continué leyendo muy atentamente hasta terminar el capítulo cinco y me di cuenta que el sermón continuaba hasta el final del capítulo siete en donde concluye diciendo: y la gente se admiraba de su doctrina (Mateo 7:28 RVR).  Aunque había pasado por este pasaje muchísimas veces durante varios años, en ese momento recién me percaté de dos cosas importantísimas: primero, el Sermón del Monte fue dado a los discípulos, y segundo, en este sermón se describía la doctrina de Jesús.

Si, el inicio y el final de este sermón me maravillaron, la primera y la última frase tocaron mi corazón de tal manera que podía decir que por fin estaba entendiendo el plan de Dios en el ministerio.  Al inicio del sermón, los discípulos se sentaron a escucharle; ¡Ajá! Esto era para los discípulos. Al final del sermón, se admiraban de su doctrina, ¡Ajá! Esta era la doctrina de Jesús.  Me desentendí de todos los libros que estaba leyendo en ese tiempo, deseché muchos compromisos ya adquiridos, algunas noches ni siquiera quería dormir porque me sumergí en este mensaje de Jesús para sus discípulos. 

Estudié el Sermón del Monte en la Reina Valera, en la Nueva Versión Internacional, en la Biblia Peshita, en la Nácar Colunga, en la Jerusalén, en el Nuevo Testamento Interlineal Griego y en todas las traducciones posibles, recurrí a todos los comentarios y manuales bíblicos a mi alcance y descubrí que el evangelista Mateo nos dejó en este pasaje, entre los capítulos cinco y siete de su evangelio, un registro brillantemente simplificado de los principales temas que Jesús enseñó a sus discípulos y en definitiva, un compendio de la doctrina de nuestro señor.

Ahora que han pasado varios años y he visto el fruto de poner en práctica esta enseñanza, no solo en mi vida sino en toda la congregación; ahora que he visto como este sencillo mensaje tiene el poder de formar a hombres y mujeres comunes en grandes buscadores de Dios; ahora que sin fatigarme he tenido en apenas dos años, un crecimiento del tres cientos por ciento en mi pueblo; ahora que los hermanos sin ninguna presión de mi parte deciden tener ayunos, reuniones de oración y vigilias, ahora que sin necesidad de pasar por las bancas el alfolí, ni manipular o exigir que los hermanos “pacten con Dios”, el pueblo diezma y ofrenda generosamente;  ahora que he visto resultados, en la vida espiritual, ministerial y económica del pueblo, ahora sí, quisiera compartir con ustedes lo que he aprendido y hacer  de este sermón el centro de nuestro estudio y meditación durante el tiempo que el Altísimo Dios nos permita hacerlo.


UN SERMÓN DIFERENTE A TODOS LOS DEMÁS

En todo el nuevo testamento este es el sermón más largo que se ha escrito.   La intención del evangelista no era registrar aquí una enseñanza más, sino la esencia de todas las enseñanzas del maestro; en él se encuentra un asombroso resumen de la doctrina de Jesús, su visión, su misión y el desarrollo de su plan estratégico.  También encontramos aquí las bendiciones y las maldiciones; los galardones de los fieles así como  los castigos de los impíos, los ejercicios espirituales y la conducta que deben tener los discípulos ante la sociedad, abarcando de esta forma el área ministerial, litúrgica y social del creyente.

Poco antes de concluir su sermón, el Señor Jesús, apartándose de su acostumbrada modestia al dar una enseñanza,  hace un gran énfasis en la importancia de este mensaje diciendo: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.   Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.   Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;   Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:24-27 RVR).

Cuando Jesús dice: “estas palabras” en los versos 24 y 26, se está refiriendo al discurso que empezó en el capítulo cinco.   Al que “oye estas palabras y las hace”, Jesús le compara a un hombre prudente que ha edificado su casa sobre la roca y que, a pesar de las lluvias, ríos y vientos, no cayó.   Permítanme resaltar esto: ¡No cayó!   Esto lo dijo Jesús el maestro, el rey de reyes y el señor de señores: ¡quien oye y vive este mensaje no caerá!   Entonces aquí está la enseñanza que va a impedir que usted caiga o que yo caiga.    Este es el sermón en donde se hallan las claves para una vida victoriosa, sin tropiezos ni resbalones, sin vergüenzas ni oprobios.   Aquí encontrará la guía, fortaleza y unción para una vida ministerial impecable en la cual nadie tenga por qué acusarle; una vida litúrgica que le permita entrar al  lugar santísimo, y salir sin que nadie tenga que sacarle, y una vida social y familiar, llena de gozo y de  buenos momentos por la cual nadie tenga que señalarle.

En los últimos dos versos del mismo capítulo 7 del evangelio de Mateo, está escrito: Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina;   Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas (Mato 7:28,29 RVR).

Por este verso sabemos que el sermón del monte realmente contenía la doctrina de Jesús.   La palabra griega que aquí se traduce como “doctrina” es “didaké” (Strong G1322), la cual significa: instrucción o doctrina para ser enseñada.   De esta misma palabra procede nuestro término didáctico, lo que nos muestra que en este sermón hay algo más que una prédica hermosa o un bello mensaje de motivación; aquí hay algo más grande que eso.   El mensaje plasmado en estos capítulos contiene la didáctica de Jesús y un compendio del pensum de estudio que compartiría con sus discípulos. 
REVISADO 14 10 2015

¿UN SERMÓN PARA EL INCONVERSO O PARA LOS DISCÍPULOS?

Al iniciar este mensaje, el evangelista Mateo escribe: Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.  Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo… (Mateo 5:1-2 RVR).

Cuando el evangelista dice que  “vinieron a él sus discípulos” y que  “les enseñaba”, nos muestra claramente que esta era una enseñanza para ellos, para sus discípulos.   Entonces, lo que movió al Señor a pronunciar esta enseñanza fue la multitud, pero el público al que la dirigió fueron sus discípulos; por esto afirmamos categóricamente que quien ama la multitud, y desea ganarla para Dios, entrará decididamente en un proceso de discipulado.   Sin embargo, cabe anotar que, según Mateo 7:28, también hubo gente que sin ser un discípulo, escuchó parte de este sermón.

Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina…
Mateo 7:1.

Esto en cambio nos indica que Jesús nunca excluyó a nadie mientras compartía esta enseñanza y a quienes se acercaron al grupo de sus discípulos se les permitió hacerlo; entonces, este era un mensaje para sus discípulos pero también podía beneficiarse la multitud.   Era un mensaje para sus discípulos, el cual no era un grupo cerrado, exclusivista, sino que había la apertura para que la gente escuche también.


UN SERMÓN CUYO TEMA CENTRAL ES: EL REINO DE LOS CIELOS

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:3.

Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Mateo 6:10.

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Mateo 7:21.

Estos son algunos de los muchos versos en los cuales se puede ver que el tema principal al cual el Señor Jesús hace referencia en este mensaje, es el “reino de los cielos”, y quisiera tomarme algunas líneas para aclarar algunos puntos importantes al respecto.   La expresión “reino de los cielos”  no es exactamente una alusión a la vida eterna (aunque la incluye) sino que más precisamente significa: la esfera sobre la cual Dios gobierna, o el área en la que Dios reina.   Pero tal vez  alguno de ustedes podría afirmar que Dios reina en todo lugar, ¿Cómo podemos hablar del lugar en el que Dios reina?   ¿Acaso hay algún lugar en el que Dios no reine?   ¿Acaso no dice la escritura que Dios reina?  ¿Cómo podemos entender entonces el Salmo 93:1, 96:10, 97:1, 99:1, y muchos otros versos más?

Para poder explicar esto, debemos comprender que nuestro Dios, además de ser  justo y misericordioso es un Dios legal, es decir que Él obra conforme a una norma legal que él mismo estableció.   Ahora bien, cuando Dios creó al hombre le encargó el gobierno de la tierra (Génesis 1:26-28), pero tras la caída, esta autoridad fue usurpada por satanás, quien se lo arrebató al hombre por el engaño del pecado.   Mucho tiempo después, satanás se enfrenta a Jesús en el desierto de Judea y el evangelista Lucas lo relata así: 

Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy.   Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos.
Lucas 4:5-7.

Ante semejante afirmación: “porque a mí me ha sido entregada”, Jesús no le contradice ni le llama mentiroso, más bien saca a luz la verdadera intención del adversario que era lograr la adoración del Señor  y le responde: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás (Lucas 4:8).

Ahora bien, si satanás estaba enfrentándose al Mesías de Israel, al Hijo del Dios Altísimo, ¿deberíamos creer que se va a acercar para tentarle con una fanfarronada?  ¿Deberíamos creer que satanás usaría una mentira descarada como “a mí me ha sido entregada” para enfrentarse al Señor Jesús, sabiendo que Él era la Palabra viviente, el Verbo de Dios?   La respuesta es no; si así hubiera sido, si satanás hubiera usado una mentira para tentar al Señor, Jesús le habría desarmado inmediatamente diciendo la verdad.    De todos modos, debemos reconocer que la escritura no dice explícitamente que Dios le ha entregado el reino o una parte de él a satanás, solamente podemos inferirlo por algunos pasajes de la escritura como los siguientes:

Un día vinieron a presentarse delante de Yahweh los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás. Y dijo Yahweh a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás a Yahweh, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella.
Job 1:6,7.

Aquí vemos a Dios pidiéndole cuentas a satanás acerca de su caminar por la tierra; si él no hubiera tenido permiso para ello habría sido reprendido en ese mismo instante, pero eso no ocurre sino que, por el contrario, satanás le hace un reto a Dios al insinuar que Job va a traicionarle si tan solo se le permite afligirle, y Dios le concede el permiso para hacerlo.   Entendiendo este pasaje nos podemos dar cuenta de que todo lo que satanás hace es porque tiene permiso para hacerlo y este permiso lo tiene por una sola razón: el pecado del hombre, como lo demuestran los siguientes pasajes de la escritura:

Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Yahweh, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Yahweh a Satanás: Yahweh te reprenda, oh Satanás; Yahweh que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?   Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel.
Zacarías 3:1-3.

Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
Apocalipsis 12:10.

En estos dos pasajes, satanás se levanta a acusar a los creyentes en base al pecado que ellos tienen, es decir que, el pecado nuestro le da el derecho a satanás de acusarnos delante de nuestro Dios y más aún, le da el derecho de “pedir”, y lastimosamente hay veces en que Dios le concede lo que pide.

Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo, Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte...
Lucas 22: 31,32.

Dios es legal y satanás lo sabe; basado en el pecado del hombre él pide las almas con mucha intensidad, Juan dice que lo hace sin cesar, de día y noche (Apocalipsis 12:10), y como ya hemos visto, hay veces en que Dios se lo concede, aunque siempre con una restricción.   Esto debería llevarnos a meditar sobre nuestra oración y nuestras peticiones; ¿Estamos pidiendo cómo debemos?   ¿Estamos haciéndolo con intensidad y perseverancia?   ¿Cómo es posible que satanás haga sus peticiones insistentemente  durante todo el día y la noche y nosotros lo hacemos durante cinco minutos y luego nos cansamos?   Con razón a satanás se le han concedido algunas cosas que a nosotros no se nos ha dado; ¿Un ejemplo?  El mundo sumido en vicios mientras las iglesias están vacías; las más grandes iglesias del mundo tienen apenas un  pequeño porcentaje de almas en relación a sus ciudades.   ¿Otro ejemplo? Las licorerías, prostíbulos y en general, los lugares donde se practica la inmoralidad, funcionan todos los días y durante veinte y cuatro horas, mientras que las iglesias dos o tres días por semana, en pequeñas reuniones de dos horas de duración.

Hasta aquí, por lo que hemos visto ya podemos darnos cuenta de que satanás si tiene injerencia sobre algunas vidas por causa del pecado.   A continuación  quisiera que prestemos atención a otro importante indicio de que el adversario también tiene cierta autoridad sobre el mundo:

Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.
Juan 12:31.

No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.
Juan 14:30.

Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.
Juan 16:10.

En los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.
Efesios 2:2.

Y para terminar, tomo las asombrosas palabras que dijo Jesús en las que menciona que satanás tiene un reino, es decir que reina sobre algo:

Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.  Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino?
Lucas 11:17-18.

Por todo lo explicado podemos afirmar que hay lugares, áreas geográficas y vidas humanas sobre las cuales está gobernando el adversario y el deseo de Dios es que eso termine y Jesús empiece a gobernar sobre aquello, de ahí que una de las peticiones del llamado “Padre Nuestro” dice:  que venga a nosotros tu reino.

Este es el centro del Sermón del Monte: el “reino de los cielos”, la esfera sobre la cual Dios gobierna y ejerce su autoridad, el área en la que Dios actúa y manifiesta sus milagros y prodigios. Este es el reino que el Señor quiere que venga a la tierra, este es el reino a causa del cual debemos ser discipulados y entrenados en la vida espiritual, este es el reino por el cual hay que luchar, este es el reino por el que debemos orar todos los días, para que descienda en medio nuestro, para que se manifieste la gloria de Dios entre nosotros.

Como sabemos, todo reino tiene sus leyes, sus normas de urbanidad, su cultura, sus costumbres idiomáticas; en definitiva todo reino tiene un código civil y en este sermón el Señor nos revela lo que podríamos llamar: el código  civil de los ciudadanos del reino de los cielos. 


UN SERMÓN QUE NOS HABLA MÁS QUE MOISÉS

Para finalizar esta introducción debo anotar que solamente en este sermón se puede leer la expresión: oísteis que fue dicho… pero yo os digo (Mateo 5:21, 22, 27, 28, 31, 32, 33, 34, 38, 39, 43, 44)  haciendo referencia a la ley de Moisés en contraste con la palabra de Jesús, de donde colegimos que  el Señor tiene algo que decir más importante de lo que había dicho Moisés, y esta es la enseñanza que debemos aprender.   Jesús dijo algo más que Moisés, pero ¿Lo dijo para contradecirle o para ratificar aquella enseñanza?   Ciertamente fue para ratificarla porque en sus propias palabras afirmó que Él no ha venido para abrogar la ley o los profetas; sino para cumplir (Mateo 5:17).




Capítulo Primero

SUBIENDO AL MONTE DE DIOS
EL ÁMBITO EN EL CUAL SE DISCIPULA



Viendo la multitud…
Mateo 5:1a.

Esto nos habla de la visión del maestro.   Él miraba la multitud y fue esta visión la que movió su corazón para dar esta enseñanza a los discípulos;  a sus ojos,   la multitud estaba abandonada y dispersa como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36), y mirando a esta muchedumbre desolada, Jesús toma la decisión de ocuparse de un pequeño grupo de sus seguidores, para instruirles y adiestrarles con la finalidad de que en el futuro, ellos puedan ganar esa multitud. 

Jesús es el buen pastor, quien da su vida por las ovejas.   Es el amor que tiene por ellas lo que le mueve a subir al monte para instruir a sus discípulos.   Nuestra visión debería ser la misma.   No debemos entrar en un proceso de discipulado simplemente para crecer y tener un mejor nombre entre las demás congregaciones o para aumentar nuestros ingresos.   Nosotros debemos discipular por amor a las almas; debemos discipular a unos pocos por amor a los muchos,  por amor a la multitud que el Señor Jesús vio antes de subir al monte, porque no podremos llegar a esa multitud a menos que entrenemos a unos pocos.



Subió al Monte…
Mateo 5:1b.

En las escrituras, el monte es una representación de la santidad  y del quebrantamiento (Isaías 57:15); es un lugar solitario en el que habitan los profetas, es un sinónimo del lugar de adoración en el cual está la presencia de Dios, es una representación de la victoria ya que fue en la cima de un monte en donde combatieron, tanto Moisés contra Amalec, como  Jesús contra satanás, y vencieron.  Por esta causa en las escrituras vemos muchas veces que los adoradores suben, frecuentan o habitan en el monte de Dios (Salmos 48:1, Miqueas 4:2, Hebreos 12:22).   Para discipular, debemos subir al monte; no podemos hacerlo desde el valle en donde las circunstancias y los problemas manipulan nuestros sentimientos y estado de ánimo.   El discipulador debe estar en el monte, es decir, debe insistir en adorar al Todopoderoso, rechazando la tentación de preocuparse por los problemas que se presenten y humillándose en oración y clamor ante el Dios de las alturas.   Pero este estilo de vida implica una lucha, una batalla; el enemigo trabajará para preocuparnos, para someternos a los afanes de la vida, para que nos quedemos en el valle, atosigados por los problemas y para que pequemos.  Ante todo eso, nuestra  victoria es subir al monte porque Dios nos ha llamado a morar con Él (Isaías 57:15).   Allí su Santo Espíritu nos mostrará el modelo de lo que Él quiere (Éxodo 25:40, 26:30) y la forma correcta como debemos hacer su obra.



Y sentándose…
Mateo 5:1c.

En la actualidad, la mayoría de maestros y expositores enseñamos de pie, no así los maestros hebreos, los rabinos y ministros israelíes enseñaban sentados; esa es su costumbre y a la vez una representación de su realidad espiritual.   Recordemos que la victoria de Israel sobre el pueblo de Amalec, no dependía de la actividad de  Josué en el valle, sino de la de Moisés en el monte (Éxodo 17:8-13); ciertamente Josué era el que estaba combatiendo en el valle, pero si Moisés en el monte, bajaba las manos, por más que Josué luchase, Israel empezaba a ser derrotado, pero cuando Moisés las mantenía levantadas, Israel prevalecía.   Esto nos enseña que la victoria no está en el valle de las actividades si no en el monte de la intercesión; ninguna actividad espiritual puede ser realizada con éxito si no hay un intercesor en el monte.   Pero prestemos mucha atención a que el problema en esa batalla era el mismo que tenemos en nuestras batallas: el cansancio.  Cuando la iglesia se cansa de ministrar o de servir, es porque primero los siervos se cansaron de buscar a su Señor.  Moisés se cansaba y bajaba las manos, por lo cual subieron dos hombres y le hicieron sentarse sobre una roca, mientras ellos sostenían sus manos en alto; entonces Israel prevaleció hasta la tarde y ganó definitivamente la batalla.   ¡Esta es una imagen de la Iglesia!   ¡Esto es una Iglesia!   Un lugar en donde los siervos, los ministros suben al monte de la santidad y reposan sobre la roca que es Cristo, mientras sus colaboradores sostienen sus manos y es entonces, solo entonces cuando los obreros que están en el valle vencen sus batallas.   Debemos sentarnos como Moisés, debemos sentarnos como Jesús, debemos reposar en Dios. ¿Cómo lo hacemos en la práctica? ¿Qué significa sentarse?   Significa entregarle a él las cargas, renunciar a preocuparnos y adorarle por la obra realizada.



Vinieron a él sus discípulos…
Mateo5:1d.

Cuando hay un ministro sentado en la roca, vienen a él sus discípulos. Cuando hay un siervo sentado, es decir un discipulador que le entrega a Dios sus cargas, que no se preocupa por las cosas terrenales y que permanece en adoración, este es buscado y solicitado por muchos.  Los discípulos viene en busca del alguien que les discipule; ellos no buscan un caudillo para seguirle o un líder para rendirle ciega obediencia, ellos buscan un maestro que les enseñe.  Si queremos hacer discípulos debemos discipular, si queremos que vengan a nosotros debemos ser la clase de maestros que ellos necesitan para aprender.

A veces los que predicamos recurrimos a muchas cosas para atraer a la gente; enfatizamos sanidades, procuramos ministrar liberaciones y tratamos de inducir a la gente para recibir manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo.   Estas cosas pueden habernos funcionado por algún tiempo, pero a mediano y largo plazo no producen un pueblo fiel que esté dispuesto a dar su vida por nuestro Salvador ni una iglesia madura, capaz de rebatir los argumentos de sus oponentes con poder y sabiduría.   Nosotros creemos en todas esas manifestaciones, pues sabemos que Jesús es nuestro sanador y libertador y que el Espíritu Santo de Dios se está moviendo en la tierra en este tiempo, sabemos también que hay personas que no van a creer solo por lo que les digamos sino por los milagros que el Señor haga a través de nosotros, pero eso no significa que nuestra norma para atraer gente sea hacer milagros y prodigios.  

Recordemos que el Señor predicaba y enseñaba en las mañanas y las tardes y, recién en la noche, le eran traídos los enfermos y endemoniados para que los sane y liberte (Mateo 8:16).   Las sanidades y los milagros no eran el centro de su presentación; Jesús salía a enseñar y predicar y mientras lo hacía, sanaba y echaba fuera demonios.   A Jesús no le llamaban “sanador”, sino “maestro”.

Lo que debe atraer a los discípulos hacia nosotros es primeramente la unción de nuestro mensaje y luego el poder de nuestras obras milagrosas hechas en nombre del Señor.   Ellos deben percibir la voz de Dios en nuestras vidas y esa voz, esa Palabra debe cautivarlos, para que de nosotros también se diga: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! (Juan 7:46).   Igualmente Pablo nos exhorta a pedir los mejores dones y sobre todo que profeticemos, es decir que hablemos a la gente una palabra revelada por Dios la cual les llegue a lo profundo de su ser, porque el que profetiza descubre lo que hay en el corazón de las personas y luego ellos se postran reconociendo que Dios está con nosotros (1 Corintios 14:24,25).   No vivamos ocupados en lograr que los discípulos se acerquen a nosotros haciendo alarde de dones y manifestaciones sobrenaturales, preocupémonos de acercarnos a Dios y reposar en él, para que nos dé un mensaje poderoso de tal manera que “al sentarnos, vengan a nosotros los discípulos y abriendo nuestra boca les enseñemos diciendo...”   Amén.  La enseñanza viene de hombres que se han sentado en la victoria de Jesús y el público que oye esa enseñanza son los discípulos que se les acercan.



Abriendo su boca les enseñaba.
Mateo 5:1e.

Este hebraísmo es una alusión a la importante declaración que se va a hacer, pero también a la excelencia de Palabra que debe tener quien instruye a otros.   Mucho se ha dicho en infinidad de tratados y charlas acerca de que el cristianismo no es una religión de discursos sino de obras.   Ustedes deben haber escuchado aquello de: “déjame escuchar tu doctrina pero yo te enseñaré la mía sin palabras, con mis obras, con mi manera de vivir”.    Todo aquello es verdad y está muy bien, pero en el discipulado si importan las palabras y los discursos que demos, por lo cual debemos hacernos expertos en el uso de nuestro lenguaje.   Abriendo su boca les enseñaba, es una frase que en nuestro idioma podría considerase hasta innecesaria, porque es obvio que quien va a dar una enseñanza debe abrir su boca para pronunciarla, no obstante, en la cultura hebrea esta expresión tiene mucho significado.  Un rabino no abre su boca solo para decir algo sino para afectar a las personas que le escuchan.   Esta afectación depende de dónde viene nuestro mensaje; cuando éste nace en nuestro intelecto, puede llegar a impresionar el intelecto de nuestros escuchas, cuando nace en las emociones, podemos tocar las fibras más íntimas de las emociones de quienes nos están oyendo, pero, cuando nace en el espíritu, cuando nuestro mensaje nace en el Señor y ha sido inspirado por el Espíritu Santo, tiene la capacidad de impresionar al espíritu de nuestros oyentes afectando su alma y tocando sus cuerpos.      Cuando nuestro mensaje nace en Dios, transforma a nuestros discípulos; ellos perciben la palabra espiritual con sus espíritus, sus mentes se llenan de conocimiento, sus emociones son profundamente conmovidas  y se disponen a obedecer con sus cuerpos.




Capítulo Segundo

DESARROLLANDO EL CARÁCTER DE JESÚS
LA VERDADERA FELICIDAD

La palabra que se traduce como “bienaventurado” es “makarios” (Strong G3107) y también significa: felices o grandemente dichosos.   A diferencia del común de la gente que se sienten felices por haber recibido algo de otras personas, aquí el Señor nos muestra que la dicha y la felicidad no dependen de lo que alguien pueda darme sino de la forma adecuada en que yo reaccione ante las circunstancias y como fruto de ello, de la recompensa que mi Padre Celestial me va a dar por haber reaccionado así; Cuando la felicidad depende de cuánto me pueda dar el hombre, va a terminar en desilusión y tristeza porque el hombre siempre falla y defrauda; en cambio, cuando la felicidad depende de lo que Dios me ha ofrecido dar como recompensa, es verdadera y legítima porque Dios no es deudor de nadie.

Tras una atenta lectura de Mateo 5:3-9, debemos considerar otro aspecto importante: las bienaventuranzas no son órdenes o mandamientos que debamos cumplir, sino una descripción del carácter que  tenía el Señor Jesús mientras estuvo en la tierra, el cual debemos desarrollar para recibir el galardón.  En ninguna parte de este párrafo dice que “debemos ser” mansos, o pacificadores, o misericordiosos, en lugar de eso dice que son bienaventurados los mansos, los pacificadores, los misericordiosos, etc.  Así que no se presentan estas virtudes del carácter como una orden sino como una meta por la cual seremos recompensados, y esto nos muestra que este sermón es realmente un proyecto estratégico en el cual, el gran administrador de nuestras vidas, está haciendo lo que se hace primero en un proyecto: establecer las metas. En este aspecto, las bienaventuranzas son nuestra meta de carácter de vida, hacia allá es a donde vamos; empezamos este camino con nuestro propio carácter, pero vamos a terminar teniendo el carácter de Jesús, el cual es descrito en las bienaventuranzas.   Iniciamos el camino espiritual reaccionando a nuestra manera, pero lo terminamos reaccionando como Jesús lo habría hecho.

Ahora bien, este carácter no se forma en nuestra vidas porque lo pidamos con insistencia sino que se va desarrollando en nosotros en la medida que nos sometemos al reino de los cielos, es decir al gobierno del Señor sobre nosotros; mientras más obedezcamos, más bienaventurados somos porque nuestro carácter va siendo transformado más y más a la imagen de Jesús.  

Para ejemplificar lo dicho, tomemos uno de los aspectos del carácter de Jesús que se describe en las bienaventuranzas; hablemos de los mansos, mencionados en la tercera bienaventuranza (Mateo 5:5).  Es común escuchar a los creyentes orando: Señor has de mi un hombre manso, cambia mi carácter.  Pero la verdad es que la mansedumbre no viene porque usted ore o lo solicite sino que esta virtud, siendo uno de los elementos del carácter del Señor, se manifiesta en usted mientras camina con Jesús en obediencia.  Permítanme ser enfático en esto, la palabra no dice: ¡Deben ser mansos! Como si fuera un mandato que cumplir, sino: bienaventurados los mansos, como algo que se manifiesta en mí por gracia.   En una ocasión Jesús dijo: Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mateo 11:29); aquí una vez más vemos que no dijo: pídanme mansedumbre, sino: lleven mi yugo…, es decir, sométanse al reino y, aprendan de mí que soy manso… o sea, mírenme e imiten mi proceder, mi conducta, mi manera de reaccionar, dando a entender que solo los que llevan el yugo pueden imitarlo porque no es un asunto de obtenerlo con fuerza humana sino que se va formando mientras caminamos con Jesús, mientras le imitamos, mientras le obedecemos. 

Recordemos el brillo en el rostro de Moisés cuando descendió del monte Sinaí habiendo hablado con Dios; su rostro brillaba pero él no se percataba de eso (Éxodo 34:29); él nunca dijo: ¡Quiero brillar! Así mismo es el carácter que hemos de desarrollar, es el brillo de Jesús en nuestras vidas el cual se plasma o se manifiesta en nosotros mientras le contemplamos, pero no hay forma de contemplarle a menos que estemos dispuestos a caminar en obediencia.  En definitiva, mientras obedecemos somos transformados en su imagen (2Corinrios 3:18).


Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:1.

Los pobres en espíritu son aquellos que saben de su necesidad espiritual y se afligen por ella, son los que se sienten mendigos espirituales. La palabra “pobres” es la traducción del griego “ptojós” (Strong G4434), que significa: mendigo, pobre, denotando mendicidad pública y viene de otra palabra griega que significa “acurrucarse”.  A la luz de esto los pobres en espíritu buscan cobijo y abrigo espiritual a tal punto que lo mendigan. 

Los pobres en espíritu no están buscando a quien enseñar o un lugar en dónde predicar; más bien piensan en aprender y en cuanto una migaja de enseñanza llega a ellos la comparten y vuelven por más, por eso siguen pobres pues dan todo lo que reciben.   Los pobres en espíritu tienen gran necesidad espiritual y buscan saciarla con la misma actitud de un mendigo que pide limosna para aplacar su hambre; cuando están saciados se apresuran a compartir lo que han recibido con otros y vuelven a seguir mendigando a Dios para que vuelva a saciar su hambre.   Ellos nunca desprecian un mensaje, no discriminan al predicador; ellos son pobres en espíritu y sobre ese tipo de personas gobierna Dios; por eso dice la escritura: de ellos es el reino de los cielos. 

Así como el agua tiene un ciclo en la naturaleza, la bendición también tiene un ciclo en el reino espiritual.  El agua cae de las nubes en forma de lluvia, riega la tierra, forma ríos, desciende a los mares, se evapora y vuelve a las nubes; de la misma manera la bendición viene de Dios, llega a nosotros, nos apresuramos a compartirla con los demás y una vez vaciados volvemos a suplicar otra bendición.

Cuando el Espíritu de Dios nos da una palabra, inmediatamente la compartimos con algún necesitado, nos vaciamos y volvemos a él para que nos comparta algo más; así es el ciclo del agua en la naturaleza y así es el ciclo de la bendición de Dios en sus siervos.     Entonces el pobre  en espíritu siempre está pobre, porque tan pronto como recibe algo lo comparte y siempre tiene necesidad de recibir algo más de Dios. El pobre en espíritu es realmente rico (2Corintios 6:10, Santiago 2:5), pero él no percibe esa riqueza, solamente su pobreza y necesidad de Dios; él no tiene tiempo de jactarse, no hay lugar en su vida para envanecerse porque está muy ocupado en proveerse de más. 

Los fariseos de los tiempos de Jesús, en cambio, eran hombres ricos en espíritu, ellos rechazaban todo mensaje que Dios les enviaba, juzgaban a los mensajeros y los condenaban.   Ellos no suplicaban nada porque lo sabían todo, ellos no se vaciaban porque nada tenían que dar, pues tampoco habían recibido cosa alguna de Dios.   Lo que ellos veían como riqueza divina,  solamente eran tradiciones humanas.  Ellos eran ricos en espíritu a su manera de ver, pero el señor Jesús expuso su verdadera naturaleza pobre y miserable.  De igual forma en el mensaje de Apocalipsis, Jesús revela el carácter de la última iglesia y nos muestra la misma actitud de riqueza espiritual:
     
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Apocalipsis 3:15-17.

Entonces, mientras algunas personas a sus propios ojos son pobres en espíritu y Dios los ve como ricos; también, hay quienes a sus propios ojos son ricos, mientras Dios los ve como miserables, pobres, ciegos y desnudos.   Sobre los unos gobierna Dios, pues de ellos es el reino de los cielos, mientras que los otros se gobiernan a sí mismos, igual que Adán, quien al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, alcanzó la independencia de Dios, decidiendo él mismo lo que es bueno lo que es malo.


Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación
Mateo 5:4.

El quebrantamiento es una bendición de Dios.   La palabra griega “pendséo” (Strong G3996) que es la que aquí se traduce como “llorar”, significa también afligirse, lamentar y vestirse de luto; por esto sabemos que Jesús no solo se refiere al acto de llorar sino al quebrantamiento interno del corazón.  El salmista dijo que los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no desprecia el Señor (Salmos 51:17).   Isaías también dijo que Dios habita en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados (Isaías 57:15). En ambos casos el quebrantado es el que llora.  

Físicamente el llanto es uno de los mejores desestrezantes naturales, cuando lloramos tranquilizamos nuestro sistema nervioso, distensionamos nuestros músculos, reparamos nuestro organismo de algún estado angustioso.   Espiritualmente el llanto es garantía de consuelo; Jesús dijo que los que lloran serán consolados.   Esta consolación es la obra del Espíritu Santo sobre nuestra vida, ya que Él es el  “Consolador” (Juan 14:16,26; 15:26; 16:7).  Es en esta consolación donde se inicia la “unción”, que empieza como un abrazo de Dios hacia su hijo herido y acaba con una comisión para su siervo restaurado.  Los ungidos son personas consoladas, restauradas y enviadas a cumplir una misión.  No hay Consolación sin lágrimas ni unción sin quebrantamiento.   Dice la Palabra que el aceite de la unción, así como el aceite  para que ardan las lámparas se hacía de olivas machacadas (Éxodo 27:20); de la misma manera en nuestras vidas, el quebrantamiento somete a nuestro ser en un mortero de donde destila el aceite de la consolación.  

Cada vez que escuchamos en nuestras iglesias la palabra unción, pensamos en prodigios, milagros, sanidades y liberaciones sobrenaturales, pero nos olvidamos del dolor, el quebrantamiento y el llanto que nos abren la puerta para disfrutar de esas manifestaciones.   Cuando Jesús enfrentó la prueba más terrible de su vida en el calvario, pasó la noche anterior llorando en “Getsemaní” (Strong G1068), nombre que se traduce como: “prensa de aceite”.   Si era pertinente para el Hijo de Dios pasar la noche en su prensa de aceite, ¿Cuánto más para nosotros sus seguidores?   Si Él tuvo que llorar para ser consolado, ¿Cuánto más nosotros?   Recordemos las palabras que Jesús dirigió a las mujeres de Jerusalén cuando subía cargando el madero:

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos… porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?
Lucas 23:28-31.  

Entonces, si al árbol verde, Jesús, tuvo que llorar y ser quebrantado, ¿Cómo no lo seremos nosotros, las ramas secas?   Cuando llegue el día de su quebranto y tenga que llorar, hágalo con libertad y esperanza, porque será consolado.   No huyamos del día del llanto, más bien enfrentémoslo como valientes para que luego podamos decir juntamente con el salmista que Dios ha cambiado nuestro lamento en baile  y nos ha vestido de  alegría (Salmos 30:11).


Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Mateo 5:3.

La palabra “manso”, en el idioma griego es “praus” (Strong G4239) y significa apacible, suave, no severo, dócil, que se humilla.   Esto hace referencia al siervo de Dios, cuyo carácter debe ser delicado y fácil de tratar, pero también se refiere a su docilidad al obedecer las órdenes que recibe de Dios.  Debemos tener un trato dócil hacia la gente pero también debemos ser dóciles al obedecer lo que Dios nos manda, púes Él ya no quiere gritar sus órdenes desde el Sinaí, sino susurrarlas al oído de los mansos. 

En lo que tiene que ver con la mansedumbre hacia los demás, debemos notar que la mayoría de nosotros llegamos a los caminos del Señor humillados por algún quebranto, pero al poco tiempo, tan pronto como el Señor por su gracia nos empieza a levantar, empezamos a llenarnos de arrogancia, nos portamos severos con los demás, toscos en nuestro trato, inaccesibles y cubiertos con un halo de importancia a lo cual algunos se han dado en llamar “santidad” o en el peor de los casos “unción”.   Mientras Dios no derrota esta actitud en nosotros no puede darnos nuestras heredades; solo los mansos, es decir los dóciles, los apacibles, los no severos, ellos heredan la tierra.

En cuanto a la mansedumbre hacia las órdenes de Dios, recordemos que Moisés desobedeció una orden y por una sola vez que no se portó dócil sino que manifestó temerariamente su severidad, perdió la oportunidad de entrar en la tierra prometida.

Y habló Yahweh a Moisés, diciendo:   Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.  Entonces Moisés tomó la vara de delante de Yahweh, como él le mandó.    Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?    Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias.   Y Yahweh dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.
Números 20:2-12.

Moisés tenía la orden de Dios, y sabía lo que debía hacer: hablarle a la roca y el agua fluiría; sin embargo Moisés se dio la libertad de desobedecer (no siendo dócil con Dios), y en lugar de hablarle a la roca, le gritó a todo el pueblo (no siendo dócil con su prójimo).   Suele ocurrir en los predicadores jóvenes, quienes se sienten llenos del celo por el Señor, que interpretan una repentina oleada de severidad como unción; ellos creen que siendo duros y drásticos están glorificando a Dios, sin embargo la Palabra dice que los mansos, los dóciles cuyo trato es tan suave como la seda, ellos son los que heredarán la tierra.  

Amados hermanos, ¿Qué les parece si dejamos la severidad para nosotros mismos y les brindamos docilidad y mansedumbre a los demás?   Desde muy niño recuerdo que mi madre solía decirme que lo cortés no quita lo valiente, lo cual  es absolutamente cierto.   ¡Cuánto destruyen la obra de Dios los ataques de severidad de sus siervos!  ¡Cuántos problemas, divisiones y resquebrajamientos del pueblo hubiéramos evitado sin tan solo supiéramos usar las palabras que viven tras un carácter manso!   Conviene aquí que prestemos atención a algunas citas bíblicas:

La blanda respuesta quita la ira;  Mas la palabra áspera hace subir el furor.
Proverbios 15:1. 

Con larga paciencia se aplaca el príncipe,  Y la lengua blanda quebranta los huesos.
Proverbios 25:15.

Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda.
Proverbios 25:28.

Ahora bien, la herencia a que se refiere el Señor como recompensa por nuestra mansedumbre, no solo abarca las cosas materiales, sino también a la vida espiritual victoriosa, ya que la tierra prometida o la tierra de Canaán representa eso.   Cuando menciona esta bienaventuranza el Señor Jesús está haciendo referencia al salmo 37, donde podemos ver el concepto que Dios tiene de mansedumbre; prestemos atención ya que de esto depende nuestra herencia:

Deja la ira, y desecha el enojo; No te excites en manera alguna a hacer lo malo. Porque los malignos serán destruidos, Pero los que esperan en Yahweh, ellos heredarán la tierra.  Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí.   Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz.
Salmos 37:8-11.

Según esta porción de la Palabra, los mansos son aquellos que esperan en el Señor.   La palabra hebrea que aquí se traduce como “manso” es “anav” (Strong H6035) y significa: dócil, que habla en tono suave, dulce, modesto, que toma en cuenta a los necesitados y se deprime por ellos.   Esto nos da una clara idea de cómo se comportaba usualmente Moisés; parece que para escucharle debían todos hacer silencio por su tono bajo al hablar, eso sumado a su problema de pronunciación (Éxodo 4:10,11.), hacían de él todo, menos un modelo de líder moderno, no obstante fue él quien rescato a cientos de miles de israelitas de Egipto, fue él quien recibió la ley de manos de Dios, quien legisló a Israel por cuarenta años y quien les llevó hasta la misma ribera del Jordán para heredar la tierra prometida. 

Según el salmista, tanto la ira como el enojo se producen si les demos lugar, porque siempre podremos elegir entre, enojarnos para presionar a las personas con el fin de que hagan lo que queremos, o esperar en Dios.   De cualquier manera que lo hagamos, nosotros sabemos que a la final, quienes se quedarán con la bendición son los que esperaron en Dios, es decir: Los mansos; solo ellos heredarán la tierra.   Mientras más nos sometamos al Señorío de Jesús a través de la guía que nos da el Espíritu Santo, más iremos desarrollando la mansedumbre del mesías en nuestras vidas.  

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.    Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.
Mateo 11:28-30.

Jesús dice que si vamos a él descansaremos y aprenderemos de su mansedumbre; luego, no es con nuestro esfuerzo o dedicación, no es fingiendo no enojarme cuando en verdad estoy enojado, no es tratando de controlarme;  ¡No!  Es simplemente yendo a Él en adoración y alabanza, para que nos aplique su yugo, para que nos de sus órdenes, para que gobierne sobre nosotros y entonces aprenderemos a ser mansos y viviremos un ministerio de reposo en Él.


Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Mateo 5:6.

La palabra “justicia” es la traducción del griego “dikaiosune” (Strong G1343), que significa: rectitud y equidad de carácter.   Por otro lado, si vamos al antiguo testamento encontraremos que la palabra “justicia” viene del hebreo “tsadak”  (Strong H6663) cuyo significado es: rectitud, limpieza, limpiarse así mismo, volverse a la rectitud.   Esta connotación de “volverse a la rectitud”, es la que más nos conviene aplicar, porque está escrito que no hay justo ni aún uno (Romanos 3:10), de manera que “los rectos” o “los justos” de que habla la biblia, no son realmente ni tan rectos, ni tan justos, sino que son individuos cuya virtud es volverse vez tras vez a la rectitud y a la justicia, al percatarse del más mínimo desvío en su camino.

Aparte de eso, debemos considerar que en esta bienaventuranza el Señor Jesús no se refiere a que anhelemos que la gente sea justa, o que aspiremos a tener un padre, un profesor o un presidente justo, ni siquiera una sociedad más justa, porque eso nos llevaría por el camino de los revolucionarios que asesinan, roban, ultrajan y despojan para conseguir su justicia terrenal.   No, aquí no se trata de la justicia de otras personas, sino de la mía propia, de la nuestra, es decir de que nosotros nos volvamos al camino de los justos.   Es necesario que dejemos de esperar la justicia en los demás porque vamos a acabar frustrados; es mejor que busquemos la Justicia de Dios en nosotros mismos.   Es así como el Reino de los Cielos va a manifestarse con poder, cuando los creyentes dejemos de reclamar por justicia y empecemos a caminar justa y rectamente.

Reclamar justicia en otros, es fácil.   Vivir justa y rectamente a pesar de las injusticias de otros, es difícil; lo primero solo requiere un espíritu rebelde, lo segundo requiere carácter.

Pero hay aún otro aspecto importante que debemos ver aquí; el Señor Jesús está hablando de volverse a la justica, pero además de eso pone énfasis en la intensidad con la que yo debo anhelar esta justicia en mi vida.    El Señor dice hambre  y sed de justicia, es decir que no basta con el deseo de tener esta justicia, tiene que ser un deseo tan intenso que raye en la obsesión, tiene que ser algo así como el hambre, tan fuerte como la sed.   ¿Alguien de ustedes puede soportar el hambre prolongada?   ¿Podrían pasar dos días sin beber agua?   Hace varios años un amigo mío había decidido buscar el rostro de Dios ayunando muchas veces, en esa ocasión estaba realizando un “pequeño ayuno” de tres días, pero como le pareció muy poco sacrificio, decidió no solo dejar de comer, sino también de beber, lo cual ya no es ayuno sino un atentado contra la salud; a la mañana del tercer día su cuerpo se había desmejorado tanto que no tenía fuerzas ni para levantarse y su corazón empezó a manifestar taquicardia.  Él pensó que moriría pues ni siquiera podía clamar por ayuda, pero después de varios minutos de haber tomado un poco de agua, se recuperó.   La sed puede matarnos y el hambre también; estas son las necesidades primarias que deben ser satisfechas.   Las personas matan por comida y asesinan por agua; así de intensos debemos ser cuando se trata de nuestra propia justicia.   Debemos anhelar ser justos, debemos desearlo y necesitarlo hasta el punto de que, si no lo hago, parecerá que estoy muriendo. Debemos querer, anhelar y desear volvernos al camino de los justos, debemos hacerlo con intensidad y hasta con obsesión.

Jesús dijo que ellos, los que tienen hambre y sed de justicia, serán saciados, es decir que si anhelamos con mucha, con muchísima intensidad nuestra justicia, a la final seremos llenos, satisfechos y nutridos de ella; la justicia del Señor se manifestará en nosotros y estaremos saciados, aun viviendo en un mundo injusto.   Nosotros brillaremos como luminarias en el mundo porque la gente de afuera, ciertamente no puede ver nuestra doctrina, pero si nuestra justicia.   


Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Mateo 5:7.

Los que son capaces de darle a alguien el bien que no merece y perdonarle por sus ofensas sin aplicarle el castigo que merece, se llaman misericordiosos.    El ejercicio de misericordia es bendecir a pesar de cualquier cosa.   Un amigo pastor muy bendecido económicamente, repartía ofrendas a sus consiervos con generosidad, pero un día se enteró que uno de ellos estaba un poco desviado del camino de rectitud, así que su primera reacción fue suprimir la ofrenda que le había asignado; esto era muy justo a su propio criterio, pero ciertamente no era un acto  misericordioso.  Inmediatamente después de este episodio, a este pastor tan acaudalado, empezó a faltarle recursos y, por supuesto él asumió que esto ocurría por  haber sustentado a  personas no tan dignas, sin darse cuenta que la causa de su sorpresiva e irreversible necesidad era porque suspendió  la misericordia, pues solo el misericordioso alcanzará misericordia.  Usted y yo, como siervos encargados de ministrar a otros, no podemos suspender una ofrenda por ningún motivo a nuestros colaboradores; ¿Acaso somos Dios, para juzgar que alguien viva o muera? O ¿Podemos decretar que alguien coma o no coma? El sol sale sobre buenos y malos y la lluvia cae sobre justos e injustos porque Dios es misericordioso y así debemos ser nosotros también.   Pastores, cuando se trata de justicia, busquemos la nuestra, cuando de misericordia, apliquémosla a los demás; nunca a la inversa. 

Cuando a una persona se le entrega un galardón por causa de su excelencia y dedicación, a eso se le llama salario; está recibiendo una recompensa por sus méritos.    Cuando una persona se le entrega un galardón a pesar de no ser excelente ni dedicado, a eso se le llama misericordia; está recibiendo un galardón que no merece.   Cuando Jesús estuvo con nosotros hizo misericordia a muchos; a la mujer adúltera no le apedreó sino que le bendijo, al paralítico de Bethesda le sanó a pesar de que él no cumplió el requerimiento de bajar hasta el estanque,  a Judas le recibió en su mesa y le permitió partir el pan con él a pesar de que le estaba traicionando, a quienes lo asesinaban los bendecía y aún a los ladrones que blasfemaban mientras estaban en el madero, les dio la oportunidad de ser salvos.

Notemos que la bienaventuranza no es para quienes hacen “actos de misericordia” sino para quienes “son misericordiosos”, es decir para quienes siempre reaccionan misericordiosamente, porque esto no está en la esfera de las acciones sino del carácter.  Hay quien pude ser misericordioso en una ocasión y en otra no; probablemente tenga una  recompensa conforme a su acción, pero la bienaventuranza es para quienes tienen un carácter misericordioso y por ende, siempre actúan con misericordia.

La recompensa de los misericordiosos será recibir misericordia.   Todos, absolutamente todos nosotros, hasta los que se consideran a sí mismos muy rectos y justos, un día necesitarán misericordia, porque no hay hombre que no peque, ni aún uno;  el día de su tropiezo necesitarán misericordia y si no la han practicado, tampoco la tendrán.   La misericordia es como un cheque en blanco que me asegura que yo recibiré la misericordia que prodigué a otros.

Fue por misericordia que los ángeles del Señor esperaron por Lot antes de destruir Sodoma, a pesar de que él merecía morir en el mismo lugar donde eligió vivir (Génesis 19:16).   Por misericordia Eliezer, el criado de Abraham se encontró con Rebeca en el pozo de Jacob proveyendo así el Señor una descendencia para Isaac (Génesis 24:12, 14).   Por misericordia José fue bien visto por el encargado de la cárcel de faraón  (Génesis 39:21).   Por misericordia Rahab, la ramera, recibió a los espías de Israel y por misericordia ella fue librada de la muerte cuando cayeron las murallas de Jericó (Josué 2:12).   Por misericordia el pueblo de Israel no fue destruido por los reyes de alrededor que eran más grandes y fuertes que ellos (2 reyes 13:23).   Por misericordia Nehemías reconstruyó Jerusalén (Nehemías 1:5).   Por misericordia David, Salomón, Ezequías y Josías fueron reyes bendecidos y usados, a pesar de la multitud de sus errores y pecados.   Por misericordia los grandes hombres y mujeres de Dios fueron sustentados y perdonados.   Pero por sobre todo esto, por misericordia el Hijo de Dios, Jesús, dejó el cielo de Gloria y vino a morir por un mundo pecador que merecía la muerte, no obstante recibió vida y perdón.   Por misericordia usted y yo estamos en este camino.


Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Mateo 5:8.

Jesús habló acerca de los que habían sido limpiados por su Palabra (Juan 15:3), es decir por la Palabra que Él les hablaba en ese instante.   Esto nos enseña que no podemos desarrollar un carácter limpio y diáfano si no nos dejamos limpiar a través de la Palabra.   Las escrituras no deberían ser el libro al que acudimos solamente en las reuniones cristianas, sino nuestro manual de vida.   Nunca empecemos el día sin haber leído la Palabra, no tomemos decisiones sin haber consultado la Palabra, no dejemos pasar una semana sin haber hecho un estudio serio y sistemático de algún tema de la Palabra; de ella viene nuestra limpieza y a través de ella el Señor nos dirige.

El proceso de la limpieza de nuestro corazón empieza primeramente con el anhelo de ser lavados, de dejar el pecado; luego, como fruto de ese ardiente deseo de dejar de pecar recurrimos a la única fuente limpiadora que es la Palabra de Dios.  Seguidamente, y viendo la eficacia de esta limpieza, viene a nosotros la necesidad de ser limpiados aún más profundamente, así que vamos a la Palabra con más frecuencia.  Esta práctica empieza a hacerse diaria, hasta que se forma un hábito que con el  tiempo se convertirá en una costumbre, es decir en una práctica espontánea que ya no nos cuesta realizarla; y finalmente esta costumbre se plasma en el individuo como parte de su carácter.   Cuando esto ha ocurrido, el creyente aún en las circunstancias más adversas recurre a la Palabra, aunque fuere prohibido leerla, aunque se incautaran todas las biblias, aunque le encarcelaran por hacerlo. 

Esta es la secuencia normal de la palabra  en la vida de un discípulo: desde el simple deseo de ser limpiado por la palabra de Dios, hasta que se injerta en nuestro carácter; todo esto ocurre consecutivamente cuando nos sometemos al señorío de Jesús, cuando tomamos le decisión de obedecerle, o mejor dicho, cuando nos declaramos habitantes del Reino de los Cielos.

La Iglesia en la China experimentó la persecución más grande y duradera de la edad moderna, hasta el día de hoy está restringido el uso de biblias y a los creyentes se los controla en todo sentido, sin embrago la iglesia se ha consagrado al Señor y una de sus prácticas más fuertes es la lectura diaria de la Palabra.   Como tienen muy pocas biblias, ellos se dedican a memorizar pasajes de la escritura, los cuales  escriben a mano en libretas y cuadernos para que estos textos a su vez sean memorizados por otros creyentes.   El hermano Nee To Sheng, más conocido en el mundo cristiano como Watchman Nee, fue encarcelado por el régimen comunista por 18 años; su compañero de prisión que habitaba en la celda del lado, relataba que cuando ya le prohibieron al hermano Nee las visitas y le quitaron su biblia, era común escucharle recitando de memoria pasajes extensos de los evangelios, el libro de Efesios y los Salmos; ni siquiera la permitieron papel y lápiz, pero el transmitía la Palabra a sus compañeros de cárcel, a quienes nunca le miraba el rostro, no les conocía pero les limpiaba con la palabra.  

Ahora bien, ya que estamos hablando de limpieza, es muy apropiado el preguntarnos ¿Qué es lo que mancha el corazón?    Los siguientes versos nos pueden dar un indicio: 

Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase…
Juan 13:2.

Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
Hechos 5:3.

A la luz de esto, lo que le ensucia nuestro corazón es la palabra del enemigo. Si desarrollamos un carácter que tienda siempre a la limpieza, amaremos leer la escritura y empezaremos a aborrecer todo aquello que contenga la voz de satanás; sean películas, literatura o conversaciones profanas.   No debemos permitir que nada nos contamine, más bien debemos procurar seguir siendo limpiados por el agua de vida que es la Palabra de nuestro Dios.

Leamos nuevamente el verso: Bienaventurados los limpios de corazón porque Ellos verán a Dios. La palabra “ver” en griego es “optomai” (Strong G3700), puede traducirse como “contemplar” ya que no denota una mirada casual sino una clara intención de mirar algo y escudriñarlo o admirarlo.   Además esta misma palabra tiene una connotación de contemplar una experiencia divina.   Entonces ver a Dios es posible, pero no con la mirada física sino con los ojos del entendimiento como dice Pablo (Efesios 1:18).   Este “mirar” a Dios es una de las experiencias más completas y liberadoras de la vida cristiana con una cantidad de beneficios impresionante.  

David dijo que una sola era su petición y demanda para Dios:

Una cosa he demandado a Yahweh, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Yahweh todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Yahweh, y para inquirir en su templo.   Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto.   Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean, y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo; cantaré y entonaré alabanzas a Yahweh.
Salmos 27:4-6.

El propósito de David era contemplar a su Dios, porque él sabía que la consecuencia sería que su Dios le iba a esconder en su presencia y luego iba a levantar su cabeza ante sus enemigos.   La victoria ante nuestros enemigos, no depende de cuánto luchemos sino cuánto miremos a Dios. 

Busqué a Yahweh  y él me oyó, y me libró de todos mis temores.   Los que miraron a él fueron alumbrados y sus rostros no fueron avergonzados.
Salmos 34: 4-5.

Cuando aprendemos a mirarle, el enemigo no tiene permiso para avergonzarnos, por el contrario, tiene que alejarse de nosotros porque hemos sido alumbrados, brillamos con la luz de Dios y esa luz en las tinieblas resplandece; en consecuencia, desaparecen el temor, la angustia y la desesperación, que son manifestaciones de las tinieblas.
     
De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.   Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza.
Job 42:5-6.

Cuando le vemos a Dios ya no hay jactancia, nuestra naturaleza pecaminosa se evidencia y nos damos cuenta de que somos unos simples pecadores; entonces viene el arrepentimiento y luego nuestra restauración.  

Lastimosamente debemos saber que pocos quieren mirarle a su Dios pues prefieren mirarse a sí mismos, tratando de auscultarse para saber si están bien o mal, se analizan y evalúan creyendo que esa es una práctica espiritual; el enemigo les engaña haciéndoles enfocarse en una y otra actividad religiosa que han realizado, creen que todo está bien, descartan la culpabilidad porque no ven falta en sí mismos, no se arrepienten y a la final siguen en sus pecados.   Esta es la razón por la cual muchos creyentes perseveran en su maldad.   No miran al Señor, sino que se miran a sí mismos; la luz no les alumbra y no pueden  ver sus faltas.   La introspección no es una terapia divina; en lugar de mirarnos, debemos mirar a Dios.

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.   Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.   Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Colosenses 3: 1-3.

Según Pablo, los creyentes, o mejor dicho, los que han resucitado con Cristo, se caracterizan porque ponen su mirada (su mente, los ojos de su entendimiento) en las cosas de arriba, es decir en el Señor y en su Palabra, para buscarlo insistentemente hasta encontrarlo.   Entonces, el cristianismo no consiste simplemente en tratar de hacer cosas buenas sino en mirarle y contemplarle para saber qué es lo que Él quiere que yo haga.

Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.
Juan 5:19. 

Aún Jesús, el hijo de Dios, debía ver a su Padre para saber lo que estaba haciendo y entonces hacerlo Él también.   Mirar a Dios era la práctica diaria  de Jesús, mirar a Dios fue la norma de los grandes hombres de fe, mirar a Dios debe ser nuestra práctica usual también; pero no olvidemos que solo los de limpio corazón verán a Dios.


Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Mateo 5:9.

Los pacificadores son aquellos que traen la paz.   Hay personas que no les gusta el conflicto sino que prefieren vivir en paz, incluso podría decirse que aman la paz, pero no se refiere a ellos la bienaventuranza.   Uno no es llamado hijo de Dios solo por querer vivir en paz.   Aquí el Señor Jesús está hablando de aquellos que traen la paz y resuelven el conflicto.

Muchas veces, sobre todo cuando empezamos en el camino del Señor, tenemos un carácter polémico, conflictivo; en lugar de escuchar consejos queremos darlos y cuando por fin callamos es para oír atentamente los errores de otros.   Al convertirnos a Jesús somos inmaduros y nos gusta llamar la atención, igual que un bebé en medio de la familia; todos sus gritos, lloros y pataleos quieren decir: ¡Háganme caso, estoy aquí!   Pero esta actitud va cambiando conforme maduramos, conforme sufrimos y nos sometemos al señorío de Jesús.   Poco a poco el Señor va formando nuestro carácter hasta que realmente nos volvemos amantes de la paz; entonces perdemos discusiones, cedemos derechos, dejamos de buscar el protagonismo y callamos.

Los pacificadores suelen ganar batallas sin disparar un solo tiro.    Pierden todas las discusiones triviales y ganan solo la que involucra los principios.  Callan la mayoría de las veces, pero cuando hablan es bajo la guía del Señor; entran en conflicto solamente cuando el Espíritu Santo así lo quiere y aún en esos casos, son mansos porque saben que la blanda respuesta quita la ira (Proverbios 15:1).

Jesús entró en conflicto cuando su padre le ordenó hacerlo, por lo cual entendemos que los pacificadores a veces luchan, pero nunca es para defender un punto de vista o un capricho; ellos combaten cuando su padre quiere que lo hagan y por lo general terminan crucificados en un madero.   La historia está llena de pacificadores que emprendieron una batalla y pagaron con su propia sangre.

Al pie de la cruz estaba un soldado romano que al ver el último suspiro del más grande pacificador de la historia de la humanidad, dijo: verdaderamente este era Hijo de Dios (Mateo 27:54).   Igualmente ocurrirá con nosotros, los seguidores del príncipe de paz y esa será nuestra recompensa;  en vida o en muerte, en tiempo de paz o en medio de la persecución, la gente se cansará de llamarnos herejes y dirán asombrados: estos realmente eran Hijos de Dios.

En el tiempo de Jesús, la paz de Dios no era algo intangible, reservado  para los conceptos filosóficos o para las estrofas de una poesía (como suele ocurrir en nuestros días), sino que era una realidad diaria y muy perceptible.   Tener paz y esparcir la paz era el fin de la vida de los hombres, a tal punto que el saludo común era: “la paz sea con ustedes”.   El Señor Jesús les enseñó a sus discípulos a saludar bendiciendo con la paz a todo lugar al que entren:

Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.
Mateo 10:13.

En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros.
Lucas 10:5.     

El Señor Jesús se refiere a nuestro saludo de paz, no como una fórmula de cortesía, sino como algo tan real que puede afectar a otras personas, algo que puede compararse con una sustancia capaz de llegar a algunos o de volverse a nosotros en caso de que no haya nadie digno de la misma.  A la luz de esto, un saludo no es parte de un protocolo cultural sino una bendición que llega a las personas de manera tangible.  En las congregaciones “modernas”, sobre todo de corte liberal, suele catalogarse como anticuado y fuera de foco el saludo bíblico de bendecir con la paz, y se enseña a saludar como lo hacen las personas de afuera (incluyendo argots manifiestamente paganos), para no “ahuyentar” a los nuevos creyentes con fanatismos innecesarios, según dicen, sin  percatarse de que están bloqueando la bendición que viene por un saludo de obediencia.

Nosotros, como discípulos de Jesús debemos saludar al lugar al que entremos deseando la paz para esa casa; esa es la orden que hemos recibido y no la discutimos ni opinamos al respecto, solo obedecemos.  

Los pacificadores tenemos paz en nuestro corazón, procuramos la paz unos con otros y saludamos bendiciendo con la paz a cualquier lugar al que vayamos.





Capítulo Tercero
EL PRECIO DE SER COMO JESÚS
MIENTRAS DIOS NOS GALARDONA, EL MUNDO NOS ABORRECE
    
En resumen, las siete virtudes que forman el carácter de Jesús y sus respectivas recompensas son: ser pobre en espíritu para tener el reino de los cielos, ser quebrantado para recibir consolación, ser manso para recibir la tierra por heredad, ser hambriento y sediento de justicia para ser saciado de ella, ser misericordioso para alcanzar misericordia, ser limpio de corazón para tener una visión de Dios y ser pacificador para ser llamado hijo de Dios.  Ahora bien, como ya lo hemos venido diciendo, todas estas virtudes se manifestarán en nosotros sin ningún esfuerzo humano, de una manera progresiva y poderosa, en la medida en que nos vayamos sometiendo al señorío de Jesús, en la medida en que vayamos obedeciendo las pequeñas o grandes cosas que él nos ordena hacer.
  
A continuación, el evangelista Mateo nos revela el resultado de tener el carácter de Jesús, en medio de una generación pecadora.


Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.   Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.   Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Mateo 5:10-12. 

Aunque se vuelve a mencionar la palabra Bienaventurados,  aquí no nos está dando una nueva bienaventuranza, más bien está haciendo un compendio de todo lo antes descrito centrándose en la reacción que tendrá la gente ante aquellos que tienen el carácter de Jesús.   ¡Ellos serán perseguidos!   Si desarrollamos en nuestras vidas el carácter de Jesús: ¡seremos perseguidos!   A nuestros oídos esto suele tener la connotación de una sentencia, pero en realidad es un privilegio.

Las persecuciones siempre devinieron en gloria para el Señor y más poder para su pueblo.   Las historias de las comunidades cristianas perseguidas están repletas de milagros y prodigios que eran realizados por las víctimas.   Desde los días del Señor Jesús, hasta los nuestros, la iglesia ha sido edificada con la sangre de mártires, de los cuales el mundo no era digno (Hebreos 11:38), pero todos ellos dieron testimonio de haber sido dichosos de poder padecer por causa del Reino de los Cielos.

Cuando estemos tentados a lamentarnos por nuestros problemas actuales pensemos en quienes nos precedieron en la fe:

Esteban, apedreado como hereje por un grupo de religiosos entre los cuales estaba Pablo.   Pablo, perseguido desde el día que se convirtió al Señor, encarcelado por más de dos años y decapitado.  Pedro, crucificado cabeza abajo.  Juan, condenado al destierro en una isla desierta.   Santiago, el pastor de la iglesia en Jerusalén, derribado del pináculo del templo y arrastrado hasta morir.  Onésimo, discípulo de Pablo y pastor de la iglesia en Éfeso, lapidado en Roma.   Ignacio de Antioquía, discípulo de Pedro y pastor en su ciudad, arrestado en Siria y ejecutado en Roma.  

Todos ellos vivieron y murieron por el Reino de los Cielos, entre el siglo primero y segundo de la era cristiana, y ¿Qué decir de los santos del oscurantismo, de la edad media, del periodo de la reforma?   Miles de seguidores de Jesús fueron ajusticiados, quemados vivos y atormentados en las más escalofriantes torturas inventadas por el ingenio humano.   Todos ellos murieron pero fueron la inspiración de muchos miles más que han llevado al cristianismo a todo el mundo; ni los circos romanos, ni las cruzadas islámicas, ni la inquisición, ni el modernismo, ateísmo y humanismo secular han podido apagar el fuego que encendió nuestro fundador, el mártir de todos los mártires, el Señor Jesús en el calvario.




Capítulo Cuarto
NUESTRA IDENTIDAD
LA INFLUENCIA DEL DISCÍPULO ANTE EL MUNDO



Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No  sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
Mateo 5:13.

Por lo general se escucha decir a los predicadores que los creyentes somos la sal de la tierra, pero en este verso no dice que todos lo somos.   El sermón empieza en Mato 5:3 y no se ha detenido; el mensaje continúa y debemos entenderlo en secuencia con lo anterior,  de tal forma que al decir vosotros sois,  aquí se refiere a aquellos que tienen el carácter de Jesús, es decir a los bienaventurados; a los que, por el sometimiento a la autoridad de su Dios, por la sumisión al Reino de los Cielos,  han permitido que el Espíritu Santo desarrolle en  sus vidas el carácter de Jesús. Los pobres en espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los pacificadores, los limpios de corazón;  son únicamente ellos los que salan la tierra; son aquellos los que le dan el sabor de sacrificio y ofrenda a este mundo e impiden que Dios lo destruya (Marcos 9:49, Levítico 2:13).

Cuando perdemos este sabor a sacrificio y ofrenda, es cuando el mismo Señor declara que ya no servimos para nada sino para ser humillados y pisoteados por los hombres.   Quien desee levantar la cabeza delante de los hombres debe aprender a someterse delante de Dios; la única manera de no ser el escarnio de la gente es mantener nuestro sabor, nuestro carácter; perteneciendo al  grupo de los bienaventurados.


Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.  Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.  Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Mateo 5:14-16.

De la misma manera que en la que en el párrafo anterior, la luz del mundo no son todos los creyentes, sino los bienaventurados es decir, los que tienen el carácter de Jesús.  

Cabe mencionar que en los dos casos nos habla de lo que nosotros somos o de nuestra identidad, pero en el primero, cuando habla de la sal de la tierra, se refiere a nuestra identidad humana y terrenal ante un Dios celestial, es decir a que somos el sacrificio de parte de la tierra para nuestro Padre de los cielos; en el segundo caso, cuando habla de nosotros como la luz del mundo, está refiriéndose a nuestra identidad frente al enemigo, como una lumbrera delante de la oscuridad que representan los espíritus inmundos que habitan en la tierra

He ahí la razón por la cual muchas personas que usan el nombre de Jesús no pueden echar fuera un demonio.   El espíritu de las tinieblas no es afectado por lo que digamos o por la fórmula que usemos para expulsarlo sino por la luz que hay en nosotros.   Jesús dijo: vosotros sois la luz el mundo, pero sabemos que este vosotros se refiere a quienes tienen el carácter de Jesús, a los bienaventurados; ellos son los que tiene la luz para deshacer las obras de las tinieblas.  Para enfrentarnos a las tinieblas necesitamos luz y, si bien es cierto, esta viene del Espíritu Santo que habita en nosotros, tiene que salir a través de nosotros, lo cual ocurre solamente cuando hemos desarrollado el carácter de Jesús.  Cuando esto ha ocurrido dentro de nosotros, cuando tenemos el carácter de Jesús, ya no reaccionamos como nosotros mismos, sino como Él porque tenemos su carácter; esta es la evidencia de la luz en nuestras vidas y a esto temen los demonios.  Mientras más nos sometamos al señorío de Jesús, recibiendo sus órdenes y obedeciéndole en todo, más se irá plasmando su carácter en nuestras vidas.   Si vivimos como Jesús haremos las obras de Jesús, porque el que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo (1 Juan 2:6).

Todos iniciamos nuestra carrera cristiana Jesús en el corazón, no obstante tenemos solo un pequeño bosquejo de su carácter en nuestras vidas, una pequeña exteriorización de la luz de Dios a través de nosotros, pero es nuestra responsabilidad que este carácter vaya madurando y que esta luz vaya creciendo; mientras más nos sometamos a su gobierno más nos pareceremos a Jesús y más luz manifestaremos.  Cada vez que decimos: amén Señor, lo voy a hacer, te voy a obedecer, estamos dejando que esta luz crezca y que este carácter madure.  El Reino de los Cielos no se va a conformar hasta que el Señor nos gobierne completamente, porque recordemos que nuestra desgracia vino cuando Adán salió de este gobierno, al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir,  del árbol de “yo pienso que esto es bueno” y  “yo pienso que esto es malo”, o dicho de otro modo, del árbol de la independencia.   Desechemos, por tanto, el árbol de la ciencia del bien y del mal y comamos de Jesús, que es árbol de la vida que está en el centro del huerto (Apocalipsis 2:7); entonces viviremos bajo su gobierno y todo nos irá bien.




Capítulo Quinto
LA RATIFICACIÓN DE LOS MANDAMIENTOS
JESÚS VINO A CUMPLIR LA LEY


No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.  Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.
Mateo 5:17-18.

Cuando la escritura menciona la “ley” en el antiguo testamento, usa la palabra “thorá” en hebreo  (Strong  H8451), que se traduce como: precepto, estatuto o decálogo; y cuando habla de “ley” en el nuevo testamento usa la palabra “nomos”, en griego  (Strong G3551) que se traduce como: cerco, corral, ley.   Es muy importante aclarar la mayoría de veces que Jesús citó la ley, hizo referencia al decálogo (Mateo 22:36-40, Marcos 10:19, Lucas 18:20) y no a las leyes rituales de sacrificios de animales, vestimentas, normas sociales o dietéticas que fueron entregadas a Moisés después de las tablas de la ley, ya que en ellas solamente habían 10 mandamientos (Éxodo 34:38) y fueron esos 10 los ratificados por Jesús, pero no como  instrumento de salvación sino como práctica de vida de quienes ya son salvos por medio de la fe en Jesús (Lucas 16:16-17).

Jesús es el cumplimiento de la ley;  Él no vino  para anularla sino para cumplirla, es decir para vivirla. Nosotros sabemos que es imposible para el hombre cumplir la ley de Dios, pero tenemos a Jesús viviendo en nuestros corazones por el Espíritu Santo, para cumplir sus mandamientos, de manera que ya no somos nosotros los que nos esforzamos por guardar sus mandamientos, sino que es Él en nosotros quien los cumple. Por eso Pablo dice: con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Gálatas 2:19-21).   En virtud de lo cual concluimos que nosotros no somos guardadores de la ley, sino que Jesús en nosotros es el cumplidor de la ley.   Si logramos vivir conforme a las normas de Dios, la gloria es de Él y no de nosotros pues no fue por nuestro esfuerzo ni empeño que lo logramos, sino que fue Él en nosotros quien lo hizo.    Ya no vivo yo,  mas Cristo vive en mí, significa que no soy yo quien lo hace sino que él lo hace en mí.  Jesús a través de su Espíritu Santo es quien nos guía a no matar, a no adulterar, a honrar padre y madre, a reposar en él, a no codiciar, etc.   Ya no es mi esfuerzo, porque la justicia de Dios no viene por la ley que yo trate de cumplir, sino por cuánto le permita a Jesús vivir dentro de mí. 

Ya no vivo yo, significa: “no soy yo quien lo hace”.   Cristo vive en mí, significa: “Jesús  cumple su ley en mí”.   Por eso nosotros no buscamos ni tenemos cuidado de cumplir la ley de Moisés, sino de vivir cerca del Padre, permitiendo que  Jesús viva su vida en mí;  Pero,  ¿Cuál es la vida de Jesús el Mesías?    Su vida es la Palabra.   Jesús es el Verbo, Jesús es el “Nomos”, Jesús es la “Thorá” viviente, Él es el cumplimiento de la ley, es el único que la ha cumplido y aún la cumplirá en nosotros.

Es necesario decir también que al permitir que Jesús viva su vida en mí, no se está anulando o menoscabando mi  voluntad, como ocurre en la posesión de un espíritu inmundo que anula las funciones volitivas normales del hombre, sino que por el contrario, el Espíritu Santo de Dios me insta a usar mi voluntad para adorarle y amarle mientras Él opera en mi interior logrando que su ley deje de ser una carga y se convierta en un deleite, para que su cumplimiento no sea un trabajo forzado sino un gozoso descanso, para que vivir su Palabra no sea fruto mío, sino de Él en mí. 

Jesús dijo que Él no vino a anular la ley, nosotros decimos lo mismo; Jesús no la anuló por tanto: la ley no está anulada.   Él vino para cumplir; nosotros decimos lo mismo, Jesús cumplió la ley, por tanto: la ley fue cumplida y aún la está cumpliendo, porque un verso más abajo dice que, estos mismos mandamientos seguirán siendo cumplidos  hasta que pasen el cielo y la tierra (Mateo 5:18).

Hasta que pasen el cielo y la tierra la ley de Dios, es decir los diez mandamientos,  tienen fiel cumplimiento.   No dice: “hasta que haya muerto y resucitado el Mesías”, sino hasta que pasen el cielo y la tierra.   No dice: “hasta que se haya manifestado la iglesia”, sino hasta que pasen el cielo y la tierra; no lo decimos nosotros, lo dice el mismo Jesús.   ¿Ha pasado ya el cielo y la tierra?   ¿Todavía tenemos cielo y tierra?   Entonces todavía tenemos ley.
  
La “iota” y la “keraia”  (Strong G2503 y G2762) que aquí se traducen como la jota y la tilde, son en verdad la letra y la marca más pequeñas del alfabeto griego, las cuales tienen su correspondencia en el alfabeto hebreo (entendiendo que la “Iota” griega es la misma “Yod” hebrea y se escriben con un signo similar, al igual que la “tilde” griega es muy similar a las marcas usadas en el pali hebreo para separar frases o palabras).  Por esto sabemos que todo tendrá fiel cumplimiento, incluidas la jota y la tilde, es decir, aún el mandamiento más pequeño del decálogo.

También cabe anotar que en Mateo 5:17, cuando Jesús dice: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”, la palabra “abrogar”  es la traducción de “katalúo” en griego (Strong G2647), la cual puede traducirse también como “deshacer” o  “destruir”, a la luz de lo cual queda ratificado una vez más que Jesús no vino a deshacer ni a destruir la ley, sino que, como ya hemos explicado, Él la vino a cumplir.

A pesar de esta contundente evidencia escritural, muchos autores cristianos aducen que, aunque los mandamientos estuvieran vigentes, es solo para los judíos, porque nosotros somos ministros de un nuevo pacto y este amerita una nueva ley, basándose en el pasaje que se encuentra en Hebreos 12:18-25; no obstante quisiera señalar que en ocho de los nueve pasajes del nuevo testamento en que se habla del “nuevo pacto”, se usa la palabra griega “Kainos” (Strong G2537), que significa “refrescado” o renovado, y una sola vez la palabra “Neos” que se traduce como “nuevo”, de donde entendemos que el llamado “nuevo pacto”, realmente es un “pacto renovado” o un “pacto mejorado”, ya que dice la escritura que es “el mismo pacto” que hizo Dios antes pero con mejores promesas (Hebreos 8:6) y con un mediador más eficaz (Hebreos 9:15).
  
¿Por creer que los diez mandamientos están vigentes, significa que nosotros somos guardadores del antiguo pacto?   De ninguna manera, porque el profeta Jeremías hablando del nuevo pacto dijo: haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. … daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón… (Jeremías 31:31-33).   Allí no dice Dios: “les daré otra ley en su mente”, sino que les daré “mi ley en su mente”, es decir la misma ley; la única diferencia entre el antiguo y el nuevo pacto es que antes la ley estaba escrita en tablas de piedra mientras que ahora Él la escribirá en nuestra mente y en nuestro corazón para que podamos cumplirla.   Entonces nosotros no somos guardadores del antiguo pacto sino del renovado y creer en los diez mandamientos no es una contradicción de este hecho sino la ratificación del mismo.  En el nuevo testamento, el escritor del libro a los Hebreos confirma esto, citando la misma profecía dada por Jeremías:  

Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel  Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré;  Y seré a ellos por Dios,  y ellos me serán a mí por pueblo… Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.
(Hebreos 8:10-12).

En este pasaje nuevamente, la escritura dice: mis leyes, refiriéndose evidentemente a sus leyes entregadas en el Sinaí y no a otras, pues la expresión “pondré” y “escribiré” hace clara alusión a las tablas dadas a Moisés en las cuales puso y escribió el decálogo.  Si a esto le añadimos que el mismo Señor Jesús hablo acerca de este nuevo pacto (Mateo 26:28, Marcos 14:24, Lucas 22:20), y cada vez que lo hizo usó la palabra “Kainos” (refrescado, renovado) y no “Neos” (nuevo),  lo menos que podemos hacer es prestar atención a lo que los escritores sagrados  querían decir y a lo que no querían decir en cuanto a este  tema. 

Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.
Hebreos 8:6 

Por otro lado, el nuevo pacto es mejor que el antiguo porque tiene “mejores promesas”; esto se refiere a que en el antiguo pacto quienes cumplían los mandamientos vivían por ellos y quienes los quebrantaban morían, en el nuevo pacto en cambio dice: seré propicio a sus injusticias, Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades, es decir que perdonará nuestros pecados; esa es una de aquellas “mejores promesas”.

Además, debido a que Israel no permaneció en su pacto, Dios se desentendió de ellos, o sea que los abandonó temporalmente;  en cambio en el nuevo pacto dice: ellos serán su pueblo y Él será su Dios;  he aquí otra de sus “mejores promesas”.

También vemos que en el antiguo pacto la ley de Dios había sido quebrantada mientras que en el nuevo pacto la ley de Dios, la misma ley del antiguo pacto, sería escrita en la mente y los corazones de su pueblo para que la obedezcan, o sea para que sea cumplida y no quebrantada.

En definitiva, ninguno de los párrafos de las escrituras arriba citados dice que la ley sería anulada, Jesús tampoco dijo eso. La bendición del nuevo pacto es que el cumplimiento de su ley no es para salvación, pues nosotros somos salvos por Jesús; tampoco viene de nuestro esfuerzo, sino que él la pone en nuestros corazones por el Espíritu Santo y la vivimos por la gracia de Dios, como dice el escritor a los hebreos: … haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo (Hebreos 13: 21).

Pablo ratifica lo anteriormente dicho, pues refiriéndose al mismo tema dice que la letra mata, pero que el Espíritu vivifica, hablando de la letra de la ley y del espíritu de esa misma ley; él no habló de otra ley sino del Espíritu Santo respaldando esta misma ley, la cual ya no sería escrita en tablas de piedra como con Moisés, sino grabada en el corazón de su pueblo (2Corintios 3:6-7. Hebreos 8:10).

La primera fiesta de Pentecostés se celebró cuando Moisés con su pueblo dejaron Egipto y llegaron al monte Sinaí; allí Dios les entregó  los 10 mandamientos escritos por su dedo en dos tablas de piedra; esta era una sombra o un preludio de lo que habría de venir.  El cumplimiento de esa sombra ocurrió aproximadamente 1250 años después en Jerusalén, igualmente en la fiesta de Pentecostés; Aquel día el Espíritu Santo descendió con fuego y escribió su ley en los corazones de los discípulos.  Estos fueron dos momentos paralelos en la historia del pueblo de Dios, los cuales representaban dos pactos (Gálatas 4:24-26): el primero hecho en el Sinaí con la ley de Dios escrita sobre tablas de piedra y el segundo realizado en el aposento alto de Jerusalén con la Palabra de Dios escrita en los corazones de los creyentes por el mismo dedo de Dios, es decir por el Espíritu Santo (Lucas 11:20, Mateo 12:28).

El Señor Jesús volvió a ratificar esto cada vez que le preguntaban los mandamientos, él les mencionaba el decálogo, pero en una ocasión le plantearon la siguiente pregunta:

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.   Este es el primero y grande mandamiento.   Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
Mateo 22:36-40.

Aquí Jesús nuevamente hace una alusión al decálogo o la ley de Dios, pero recurriendo a la costumbre rabínica de mencionar el resumen de las dos tablas recibidas por Moisés (Éxodo 31:18, 32:15, 34:1), ya que se entendía que la primera tabla hablaba de las normas para vivir en paz con Dios (los mandamientos del 1 al 5) y la segunda tabla de las normas para vivir en paz con los hombres (los mandamientos del 6 al 10).  Es por esta razón que Jesús habla de los dos grandes mandamientos, resumiendo ellos las dos tablas de la ley: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Era el resumen de la primera tabla, y Amarás a tu prójimo como a ti mismo, era el resumen de la segunda tabla.

Finalmente, aludiendo a este mismo tema, quisiera referirme a las siguientes palabras pronunciadas por Jesús mientras discutía con los fariseos: La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley (Lucas 16: 16:17).  Siendo este uno de los versos predilectos de quienes niegan la permanencia de los diez mandamientos como norma de Dios, debo aclarar lo siguiente: primero, en el verso original griego no existe el verbo “eran” (en la expresión: la ley y los profetas eran hasta Juan), de manera que Jesús no está diciendo que la ley y los profetas “ya no son más”, sino que “llegaron hasta Juan” y ya no tienen la misma función que antes (la cual era educar o guiar al pueblo y procurar salvación a quienes la cumplían o condenación a quienes no lo hacían), porque ahora ha llegado el evangelio que es predicado para llevarnos a Jesús, quien fue, es y será el único cumplidor de la ley; quién fue, es y será el único salvador.  Y como previendo que alguien podría torcer este significado, el Señor Jesús añade: Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley.  


De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.  Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Mateo 5:17-20.

Hoy en día hay maestros de la biblia que se jactan de enseñar que los mandamientos de Dios no deben tomarse en cuenta, que eran normas dadas para los judíos, mas no para nosotros.   En prevención de esto, el Espíritu Santo advierte a aquellos que así lo hagan y lo enseñen; que serán muy pequeños en el Reino de los Cielos.   Pero, ¿Quiere decir esto que aunque quebranten los mandamientos y así enseñen, serán salvos?  Porque dice que de todos modos, siendo pequeños o grandes, ¡ellos estarán en el Reino de los Cielos!   La respuesta es ¡sí!, porque nuestra salvación no depende de cumplir los mandamientos sino de aceptar al Señor Jesús como salvador, por eso Pablo dijo que si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor y creemos en nuestro corazón que Dios le levantó de los muertos, seremos salvos (Romanos 10:9). 

Concluimos entonces nosotros creemos en los diez mandamientos y dejamos que Jesús los viva en nosotros, ¡no para ser salvos sino porque lo somos!  ¡No para alcanzar vida eterna, sino porque ya la tenemos!


Capítulo Sexto
ESTÁNDARES DEL DISCIPULADO
LOS MANDAMIENTOS DE MOISÉS A LA LUZ DE JESÚS









Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.   Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
Mato 5:21,22.


A partir de este momento el Señor Jesús revela a sus discípulos quién era Él.   Les deja ver su talla y autoridad exponiendo el sentido de la letra de la ley.   Allí estaba el Verbo de Dios aclarando la Palabra que Él mismo le había entregado a Moisés.   Allí estaba la “Thorá Viviente” explicando la intención y el espíritu de sus mandamientos.  Lo más notorio dentro de este contexto es que Jesús eleva el estándar de los mandamientos de Moisés hasta un nivel espiritual evidenciando la diferencia entre el antiguo y el nuevo pacto.   Para el efecto  usa la expresión: oísteis que fue dicho… pero yo os digo,   poniendo su palabra sobre la de Moisés, yendo más allá de lo que este había exigido en el pacto del Sinaí, demostrando que su revelación era superior y que el pacto que vino a ratificar era mejor que aquel.  

El primer punto que Jesús trata es la inclinación humana hacia el homicidio y para esto, toma de la thorá el sexto mandamiento entregado a Moisés que dice: ¡no matarás!   En su explicación Jesús aclara la extensión de esas palabras; mientras Moisés dice: no matarás; Jesús dice no te enojarás, ni menospreciarás, ni maldecirás.   Las palabras que se traducen como necio y fatuo vienen del griego raka y moros (Strong G4469, G3474), cuyo significado primario es: despreciable y estúpido, de aquí que todo homicidio empieza en un enojo seguido de palabras de desprecio y maledicencia.   Entonces, a los ojos del Señor, el sexto mandamiento dado en el Sinaí, no solo significa que está prohibido quitar la vida a alguien, sino también enojarse, despreciar y maldecir, porque Jesús no se limita a prohibir un acto malo, sino   que va hacia el punto donde nace ese acto.   Ya que el homicidio nace en el enojo; está prohibido enojarse.   Al respecto el apóstol Pablo dice: Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo (Efesios 4:26,27).  Mucho se ha hablado respecto a que “podemos” enojarnos un día sin permitir que esto dure hasta el día siguiente ya que el texto dice que no se ponga el sol sobre nuestro enojo; pero cabe aclarar que aquí Pablo no está haciendo una concesión para “enojarse un poquito”, sino que demarca el límite en el cual el pecado de ira se transforma en una oportunidad para que satanás nos destruya.  “Enojarse un poquito” es pecado y enojarnos mucho, hasta el otro día, es un pecado que le provee a satanás un espacio para destruirnos.   Poco enojo o mucho enojo; el enojo de cinco minutos o de cuarenta y ocho horas, ambos son pecado y según Jesús, es un pecado de homicidio.


Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,  Deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.  Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.
De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
Mateo 5:23-26.

Ahora bien, los homicidios, aunque estén solamente en  la fase de enojo,  siempre afectan a nuestra devoción.  La expresión: Si traes tu ofrenda al altar, habla de nuestra adoración y alabanza.   Y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti; esto en cambio nos habla de lo que puede ocurrir durante la práctica de esta adoración y alabanza;  ¿Cuántas veces hemos recordado a alguien a quien no queremos ver mientras estamos con nuestras manos levantada hacia Dios? Y más aún, ¿Cuántas veces hemos recordado a alguien que no quiere vernos a nosotros, mientras estamos en esa misma actitud de adoración?   Yo creo que muchas, no obstante, cuando así ocurre simplemente echamos de nuestra mente ese mal recuerdo que interrumpe nuestra alabanza y seguimos tranquilos delante del Señor, como si nada estuviera ocurriendo.

Jesús dice que eso está mal.   Él afirma que en ese mismo instante, cuando venga a nuestra mente el recuerdo de alguien que está enojado conmigo, debo dejar allí mi ofrenda de adoración e ir a tratar de reconciliarme con esa persona.   Si somos consecuentes con el estándar de Jesús, debemos reconocer que la gran mayoría de la alabanza que se hace en la tierra es rechazada por Dios en el cielo.   ¡Cuán necios somos al creer que esto será pasado por alto!   Cuando en una congregación se oye de un pecado de adulterio o desfalco, todos se escandalizan y buscan la manera de que los culpables sean juzgados y sentenciados; cuando alguien se enoja contra su hermano, nadie dice nada.   ¿Qué gran pecado tiene la iglesia de nuestros días sabiendo que, por lo general cada denominación tiene conflicto con la de al frente?   ¿Cuánto juicio estamos acarreando, si sabemos muy bien que en nuestras asambleas, el chisme, la calumnia y la murmuración en contra de los propios hermanos son practicados cotidianamente desde sus más altos clérigos hasta los recién convertidos?    

Pero la norma del Señor abarca un aspecto más que por lo general pasamos por alto.  Si prestamos atención,  Jesús no está hablando de cuando yo tenga algo contra mi hermano, sino de cuando mi hermano tiene  algo contra mí.   A la luz de esto, debo decir que la mayoría de los creyentes estamos entendiendo al revés, porque cuando se toca este tema del enojo, la ira y el homicidio, la primera idea que viene a nosotros es la imagen de aquellos a quienes nosotros “no podemos ver bien”, de aquellos que “nos caen mal” o a quienes no amamos, pero ¡Jesús no está hablando de ellos, sino de los que no nos aman a nosotros!   El Señor no dice que nos reconciliemos con los que nos caen mal, sino con aquellos a los que les caemos mal.   No dice: si te acuerdas que tienes algo contra tu hermano; sino: si te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti.    Por supuesto que lo uno no excluye a lo otro, es decir: hay una falta grave si alguien tiene algo contra nosotros, ¡cuánto más si somos nosotros quienes tenemos algo contra alguien!

Debemos arrepentirnos por no amar, debemos perdonar a quienes no amamos, pero además, debemos buscar que quienes no nos aman nos perdonen y luego puedan amarnos; debemos buscar la reconciliación porque a eso se refiere la frase: ponte de acuerdo con él  en tanto que estás en el camino.   Si no lo hacemos, es probable que el Señor un día nos diga: ¡homicida, apártate de mí al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles! (Mateo 25:41).


Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.  Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.  Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.   Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Mateo 5:27-30.

El segundo punto que escoge Jesús para instruir a sus discípulos, al igual que  en el primer caso, lo toma de la Thorá, pero ahora es el séptimo mandamiento que dice: no adulterarás.

Siempre me preguntaré  ¿Por qué Él escogió este orden?   ¿Por qué primero habla del homicidio y luego del adulterio?  Tengo la idea de que se debe a que aquel es el pecado más practicado y luego este, es decir, que en su pueblo hay más homicidas que adúlteros; pero claro, eso es solo una idea ya que nada en la escritura lo ratifica y ¿Quién puede dar una estadística del pecado de su pueblo sino solo Dios?

La palabra hebrea naaf (Strong H5003), citada en el decálogo (Éxodo 20:14), al igual que la palabra griega moikeuo (Strong G3431) citada en el texto que estamos estudiando, abarcan la idea de adulterio y también apostasía o adulterio espiritual.   Un creyente no solo adultera cuando se llega a una mujer casada, sino también cuando adora a un ídolo, de ahí que en el antiguo testamento, sobre todo en los libros proféticos, leemos continuamente el reclamo de Dios por el adulterio de su pueblo.

Nuevamente, Jesús va más lejos que Moisés tratando el pecado y su causa, pues declara que el adulterio se produce desde  que alguien mira a una mujer para codiciarla, y mucho más si se llega a ella. La raíz del adulterio es mirar lo que no debemos y codiciar lo que no nos pertenece.   Si aprendemos a quitar nuestra mirada de los lugares prohibidos, habremos triunfado, pero si nuestros ojos no han sido disciplinados, tropezaremos continuamente en este pecado del cual las escrituras tiene mucho que advertirnos:

Serás librado de la mujer extraña, de la ajena que halaga con sus palabras, la cual abandona al compañero de su juventud, y se olvida del pacto de su Dios.   Por lo cual su casa está inclinada a la muerte, y sus veredas hacia los muertos; Todos los que a ella se lleguen, no volverán, ni seguirán otra vez los senderos de la vida.
Proverbios 2:16-19.

Aquí vemos que el arma de la mujer adúltera, más que su hermosura, son sus palabras.   Poco antes de que alguien caiga en adulterio, suele escuchársele decir: “me parece interesante conversar con ella… aunque no sea tan bonita”.   Cada vez que escuchemos esta frase entendamos que a esta persona, le gusta ella,  le gusta conversar con ella y es muy probable que termine adulterando con ella.  

En nuestros grupos de discipulado, debemos tratar de que sean las mujeres quienes ayuden a otras mujeres y los varones compartamos la Palabra con los varones; si fuere indispensable que uno de nosotros, ayudemos a una mujer, hagámoslo en presencia de nuestras esposas o, en último caso, si no está nuestra esposa cerca o si somos solteros, hagámoslo en presencia de todos en un lugar público.   ¡Nunca nos encerremos con una mujer con el pretexto de compartirle un consejo!   ¡Nunca hagamos una cita con alguien del sexo opuesto, sin que nadie más lo sepa!   Ellas, las mujeres casadas, pueden ser peligrosas para un joven soltero a quien le hacen confidencias.   Ellos, los hombres casados pueden ser peligrosos para una joven soltera si empiezan a desarrollar una estrecha amistad con ella. Todos ellos, los hombres y  mujeres casados que tienden a acercarse demasiado en amistad y confidencias, son peligrosos para los siervos y las siervas, seamos casados o solteros; por favor ¡Cuidémonos de esto y no nos confiemos!  No menospreciemos el atractivo del sexo opuesto ni digamos: yo tengo todo controlado; recordemos que esa fue la actitud de Sansón antes de sucumbir ante Dalila,  la de David antes de pecar con Betsabé y la de Salomón antes de llegarse a las mujeres paganas con quienes pecó; jamás olvidemos que ante el sexo opuesto sucumbieron los más fuertes, los más grandes y los más sabios. 


Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte; sus pasos conducen al Seol.   Sus caminos son inestables; no los conocerás, si no considerares el camino de vida.   Ahora pues, hijos, oídme,  y no os apartéis de las razones de mi boca. Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa; para que no des a los extraños tu honor, y tus años al cruel; no sea que extraños se sacien de tu fuerza, y tus trabajos estén en casa del extraño; y gimas al final, cuando se consuma tu carne y tu cuerpo, y digas: ¡Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón menospreció la reprensión; No oí la voz de los que me instruían, y a los que me enseñaban no incliné mi oído! Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación.
Proverbios 5: 3-14.

Una vez más se ratifica que el arma de la mujer adúltera son sus palabras y sus labios; su hablar hermoso.   ¡Cuánta insistencia de la Palabra de Dios, en lo referente a este pecado!  ¡Como redunda, insiste y confirma que debemos huir, rechazar y alejarnos de la mujer ajena!   No creamos que es casualidad.   Este pecado puede acabar con nuestros ministerios y con nuestras vidas; el adulterio puede matarnos.


Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo. ¿Se derramarán tus fuentes por las calles, y tus corrientes de aguas por las plazas? Sean para ti solo, y no para los extraños contigo.  Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo,  y en su amor recréate siempre.  ¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena, y abrazarás el seno de la extraña?   Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas. Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado.    El morirá por falta de corrección, y errará por lo inmenso de su locura.
Proverbios 5: 15-23.

Pero el Espíritu Santo de Dios no solo nos habla desde el lado negativo diciéndonos que no nos  acerquemos a la mujer ajena, sino que también nos abre una puerta en el aspecto positivo diciéndonos que debemos dedicarnos a nuestra propia pareja. Nunca deberíamos centrarnos en los “no” antes que en los “si” que Dios nos ha dado;  porque no es su voluntad que andemos paranoicos mirando con sospecha a cualquier mujer que se nos acerque, sino más bien que nos dediquemos a  “nuestro propio pozo”, a las aguas de “nuestra propia cisterna”, es decir: a nuestra pareja.   Los que somos casados, debemos dedicarnos a nuestras esposas, a ser cariñosos y tiernos con ellas, a cultivar nuestra amistad y alimentar el romance, a disfrutar de nuestra vida de pareja mientras vamos madurando y nuestro amor también va solidificándose, pasando de la pasión de la juventud a la ternura de la madurez, dándonos cada vez experiencias más y más gratas.

¿Y los solteros que aún no tienen pareja?
La verdad es que si la tienen, solamente que aún no la conocen; la tienen pero aún no ha aparecido en sus vidas.   Si creemos que Dios ya había preparado nuestra buenas obras de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10), es muy fácil comprender que en los planes de Dios hay una persona a quien usted va a conocer, de quien se va a enamorar para luego contraer matrimonio y tener hijos para Dios (Malaquías 2:15).   Y quiero decirle que, aunque aún no le conozca, ya debería serle fiel y sobre todo, debería prepararse, tanto física como emocionalmente para que el día en que se encuentren, mutuamente se lleven una agradable sorpresa, estando persuadidos de que aún antes de conocerse ya se dedicaron a cuidar las aguas de su misma cisterna y los raudales de su propio pozo.   Que romántico sería si el día en que se conozcan puedan decirse el uno al otro: te estaba esperando y  me he guardado para ti.  

Sea para los casados como para los solteros, la palabra es muy clara: cuidemos lo nuestro, lo que el Señor nos dio y no permitamos que nada se interponga entre nosotros y nuestra pareja.

   
¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan?    ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?   Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; no quedará impune ninguno que la tocare. No tienen en poco al ladrón si hurta para saciar su apetito cuando tiene hambre; pero si es sorprendido, pagará siete veces; entregará todo el haber de su casa.   Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada. Porque los celos son el furor del hombre, y no perdonará en el día de la venganza.   No aceptará ningún rescate, ni querrá perdonar, aunque multipliques los dones.
Proverbios 6:27-35.

De este tipo de pecados nadie puede salir impune; si no nos cobran los hombres, la vida si lo hace y quien se llega a la mujer de su prójimo, a la final lo paga.

Di a la sabiduría: Tú eres mi hermana, ya la inteligencia llama parienta; para que te guarden de la mujer ajena, y de la extraña que ablanda sus palabras.   Porque mirando yo por la ventana de mi casa, por mi celosía, vi entre los simples, consideré entre los jóvenes, a un joven falto de entendimiento, el cual pasaba por la calle, junto a la esquina, e iba camino a la casa de ella, a la tarde del día, cuando ya oscurecía, en la oscuridad y tinieblas de la noche. Cuando he aquí, una mujer le sale al encuentro, con atavío de ramera y astuta de corazón. Alborotadora y rencillosa, sus pies no pueden estar en casa; unas veces está en la calle, otras veces en las plazas, acechando por todas las esquinas.   Se asió de él, y le besó. Con semblante descarado le dijo: sacrificios de paz había prometido, hoy he pagado mis votos; por tanto, he salido a encontrarte, buscando diligentemente tu rostro, y te he hallado.    He adornado mi cama con colchas recamadas con cordoncillo de Egipto; he perfumado mi cámara con mirra, áloes y canela.   Ven, embriaguémonos de amores hasta la mañana; alegrémonos en amores. Porque el marido no está en casa; se ha ido a un largo viaje.   La bolsa de dinero llevó en su mano; el día señalado volverá a su casa.    Lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras, le obligó con la zalamería de sus labios.    Al punto se marchó tras ella, cómo va el buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado; como el ave que se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida,  hasta que la saeta traspasa su corazón.    Ahora pues, hijos, oídme, y estad atentos a las razones de mi boca. No se aparte tu corazón a sus caminos; no yerres en sus veredas.   Porque a muchos ha hecho caer heridos, y aun los más fuertes han sido muertos por ella. Camino al Seol es su casa, que conduce a las cámaras de la muerte.
Proverbios 7:4-27.

En este párrafo se describe a la persona y el proceder de la mujer adúltera y nos muestra que, primeramente, la mujer adúltera es muy religiosa.   Ella había pagado sus votos, es decir, se había presentado delante del altar de Dios e inmediatamente después estaba buscando a su amante.   También notemos que es muy sensual, tanto en su vestido como en el lugar donde habita.   Su semblante es descarado y por costumbre vive en rencillas y pleitos, siempre fuera de su casa.   A la luz de esto, conviene que las mujeres de Dios sean sencillas, sujetas a sus maridos (Efesios 5:24), que cumplan sus horarios, que estén donde deben estar y que se vistan decorosamente (1 Timoteo 2:9), para glorificar a Dios y no para atraer la mirada de nadie.  

Todos estos textos, además de muchos otros, están registrados en las escrituras para advertirnos, alertarnos y también para inspirarnos temor a este pecado, el cual no solo  nos afecta a nosotros sino a nuestra familia y a nuestra congregación.   Para mantenernos limpios escuchemos lo que tiene que decir el escritor de los Proverbios:

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.   Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios.   Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.   Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal.
Proverbios 4:23-27.

En otras palabras, debemos estar atentos a nuestro caminar.    Si nosotros siendo solteros o casados, tratamos con personas del sexo opuesto, el mismo momento en que alguna nos llame la atención y parezca interesante, buena conversadora o atractiva,  debemos quitar nuestra mirada de allí y poner distancia de una manera drástica e inmediata; por favor no juguemos con esto ni olvidemos la amonestación que nos da Pablo:

Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca.
1 Corintios 6:18.

El Señor Jesús finaliza su amonestación contra el adulterio graficándonos cuál es la intensidad de rechazo que debemos tener hacia este pecado.  Tu ojo derecho y tu mano derecha, son hebraísmos que denotan la importancia de estar dispuestos a perder lo más útil, con tal de no pecar.   Según Jesús, no debemos limitarnos a estar apenados por el pecado, sino que debemos dolernos al punto de estar dispuestos a perder un miembro, y aún el principal miembro con tal de evitar caer; a esto se refiere el ojo derecho y la mano derecha.   Aquí no caben pequeñas aversiones hacia el pecado sino que debemos ser absolutamente radicales.   Discrepo con los muchos autores que afirman que en este pasaje Jesús no está diciendo que nos mutilemos; yo leo español y griego también y en ambos idiomas Jesús está diciendo que es preferible mutilarse a ser condenado, mostrando un absoluto desprecio por la vida terrenal en comparación con la vida celestial.   Si sabemos que el pecado puede llevarnos a la condenación, es mejor alinearnos con el estándar de Jesús.


También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.   Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.
Mateo 5:31-32.

Jesús continua hablando acerca del adulterio, pero en estos versos se refiere a los divorcios producidos por cualquier pretexto, problema que parece haberse generalizado en aquel tiempo.   Para el Señor la única opción de divorcio es por causa de fornicación.   Ahora bien, la palabra griega  porneia (Strong G4202), que aquí se traduce como fornicación, significa relación sexual ilícita, lo cual incluye adulterio,   incesto y también la idolatría o adulterio espiritual.   Es de esta palabra de donde se derivan los términos, porno y pornografía, que tan frecuentemente se usan en nuestros días.   Solamente por causa de relaciones sexuales ilícitas el hombre puede divorciarse; nunca por incomprensiones o diferencias de carácter. 

En el siguiente pasaje del libro de Mateo, el Señor contendió con los maestros de la ley por este tema, y aprovechó esa oportunidad para aclarar varios puntos:

Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?    El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo,  y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?  Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.    Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?   Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así.  Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.    Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado.    Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba.
Mateo 19:3-12.

Primeramente, aquí nuestro salvador les aclara que el plan de Dios no ha cambiado; como fue al principio así es hoy.   El Señor hizo  de Adán y Eva uno solo; en sus planes no habían terceros.   Como el matrimonio es para toda la vida, el momento de elegir a nuestra esposa, preguntémosle a Dios, pidámosle confirmación y obedezcamos; con esa persona tendremos que compartir hasta nuestro último día sobre la tierra.   Si nos divorciamos por causa de fornicación, debemos quedarnos solos (1 Corintios 7:11); esa es la norma de Dios.   Si nos divorciamos y nos casamos con otra persona, cometemos adulterio; el que se casa con el otro cónyuge divorciado, también comete adulterio.  Y ¿Cuál es la situación de tantos hermanos que se han divorciado y en sus segundas nupcias han tenido éxito en su matrimonio e inclusive le sirven al Señor?   La verdad es que esos casos que salen de la norma deben ser juzgados solamente por el Señor; si Él ha decidido usar a estas parejas, nosotros no los vamos a descalificar, pero nos limitamos a decir lo que él ha dicho.  

La segunda aclaración del maestro, es que Moisés permitió algunas cosas, no porque ese era el deseo de Dios sino por la dureza del corazón del hombre; he aquí un punto de controversia: ¿Cuántas normas de Moisés fueron dadas por nuestra dureza y no porque Dios lo quiso?   Nadie tiene la respuesta, pero la norma de Dios es: ¡Igual que en el principio!   Dios quiere que volvamos al Edén, a las reglas del principio; si mantenemos en mente esto, sabremos discernir cuál es su voluntad.   En el Edén había un hombre para una mujer: Adán y Eva; había una comunión íntima con Dios: conversaban con él al aire del día; Había una autoridad instituida por Dios que gobernaba sobre la tierra: el hombre;  Había un árbol que representa a Jesús, el cual estaba en el centro del huerto: el árbol de la vida.

En tercer lugar Jesús dice que los únicos que pueden permanecer sin casarse son los eunucos; sea porque así nacieron, porque así les hicieron los hombres o porque el Señor les dio ese don; todos los demás deberían casarse (1 Corintios 7:9).


Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.   Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;   ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.   Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.   Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
Mateo 5:33-37.

Indirectamente nuestro salvador está haciendo referencia aquí al tercer mandamiento del decálogo: No tomarás el nombre de Yahweh tu Dios en vano; porque no dará por inocente Yahweh al que tomare su nombre en vano (Éxodo 20:7).

Tomar su nombre en vano se refiere a usarlo para algo que Él no ha ordenado;  vamos a tratar acerca de dos cosas que caen esa categoría: los juramentos y las falsas profecías.

Empiezo señalando que  los juramentos eran comunes en el argot de aquel tiempo y servían para respaldar y robustecer alguna afirmación u ofrecimiento; siempre se juraba por algo o por alguien, según sea la importancia de la afirmación a la que querían dar realce (1 Reyes 2:42; Hebreos 6:13).   Pero el Señor nos dice que este deseo de realzar una u otra afirmación procede del mal; cuánto más si tomamos en nuestros labios el nombre de Dios o de las cosas santas.   Ni siquiera por nosotros mismos podemos jurar porque no somos los dueños de nuestras vidas.   La frase: no puedes hacer blanco o negro un solo cabello, habla de nuestras limitaciones y pequeñez.   Solo un prepotente  hace juramentos o toma el nombre de Dios para ofrecer cosas, pues queriendo hacer oír su voz a toda costa cae en pecado y rebela el orgullo y falta de temor que tiene en su interior;  nosotros en cambio, debemos decir o no, nada más.   El realce a nuestras declaraciones tiene que darla el Señor mismo a través de la unción del Espíritu Santo.   Quienes predicamos la Palabra sabemos que ni nuestros gritos, ni gesticulaciones, ni dramatizaciones pueden realzar nuestro mensaje, peor aún un juramento, en cambio el Espíritu Santo de Dios puede abrir los corazones de las personas para que nos escuchen (Hechos 16:14).     Como predicador de años, admito que muchas veces en nuestras disertaciones, prédicas o conferencias nos emocionamos y levantamos la voz queriendo impresionar a nuestros oyentes, sin embargo debo testificar que los mejores mensajes, los que más efecto tienen,  son pronunciados tranquila y confiadamente, solo esperando en el respaldo del Señor para que los corazones de nuestros oyentes escuchen.   Predicar es mucho más que el arte de hacerse escuchar; es el arte de confiar en que Dios usará las palabras que salen de mis labios, las cuales Él mismo nos las confió para que nosotros las transmitiéramos; prediquemos con fe en el poderoso Dios que nos acompaña antes que en nuestra capacidad, elocuencia o tono de voz (1 Corintios 1:17).

Por otro lado, las falsas profecías eran pronunciadas, como es obvio, por falsos profetas, quienes tenían pena de muerte en Israel (Deuteronomio 13:1-5) y sus profecías eran susceptibles de juicio (Deuteronomio 18:22).   Tomar vanamente el nombre de Dios diciendo que Él ha dicho, sin que Él haya dicho nada, era un grave pecado que, en el mejor de los casos hacía perder la reputación del profeta y en el peor, le costaba la vida.   Jesús  dice que no hace falta un juramento, basta con una sencilla afirmación de la verdad que hemos recibido y lo demás lo hará el Señor; de igual manera, no necesitamos interponer a todas nuestras afirmaciones, por más solemnes que sean, la frase: ¡Dios me ha dicho…! conformémonos simplemente con decirlo y confiemos en que Dios lo respalde ante los hombres. Si Dios le ha dicho algo, Él confirmará que se lo dijo respaldándole con poder y señales, no hace falta que usted insista tanto en que Él se lo dijo.  Quienes hemos estado inmiscuidos en el ministerio desde hace dos o tres décadas podemos dar fe de la virulencia con la que las afirmaciones “proféticas” han subido de tono los últimos años.   Antes se esperaba la frase “Dios me ha dicho…”,  de labios de creyentes con cierta experiencia, quienes en virtud de su insistente búsqueda y consagración creyeron oír u oyeron realmente la voz de Dios, pero ahora es normal escuchar esa misma frase en boca de casi todos los creyentes, sean nuevos o experimentados, jóvenes o ancianos: ¡Dios me dijo…!   ¡Dios ha dicho…!   ¡Dios dice…! Esa es la frase de este tiempo y el mandamiento: No tomarás el nombre de Yahweh tu Dios en vano, ha quedado relegado  tras la cortina de nuestra religión y el vehemente deseo de manipular a las personas para que teman nuestros dichos.    Bueno, y ¿Qué hacemos en el caso de que Dios en verdad haya hablado?  Pues, caminemos a la luz de la Palabra; nosotros sabemos que Dios habla; él nos ha hablado muchas veces, pero lo ha hecho conforme a la Palabra (Isaías 8:20) y nosotros no decimos: ¡Dios nos ha dicho!, preferimos decir: ¡escrito está!   los profetas en el antiguo pacto hablaban y completaban el canon de las escrituras, en el nuevo pacto los profetas hablan y confirman la Palabra ya escrita, pues está completo el canon; ya no necesitamos nuevas revelaciones ni añadir nada a la Palabra (Apocalipsis 22:18-19).  

Para terminar este asunto, y arriesgándome a juzgar a algunos inocentes, creo que tanto los juramentos como las falsas profecías, tienen como objetivo primordial (aunque no siempre evidente, ni siquiera para quien los pronuncia) el manipular a las personas para que escuchen su voz y hagan lo que ellos dicen; si este es el caso debo aclarar lo siguiente: en el antiguo pacto los profetas dirigían, en el pacto renovado ellos solo confirman la Palabra que el Señor ha hablado a cada uno en su interior.   Tal fue el caso de Pablo que siendo advertido por los profetas que no suba a Jerusalén porque le esperaban grandes tribulaciones, no obstante él, ligado en espíritu, iba a Jerusalén (Hechos 20:22-24; 21:9-14). ¿Pablo estaba contrariando a los profetas? ¿Caminando en desobediencia? ¡No! El simplemente tenía la guía de Dios y los profetas confirmaban los hechos que iban a suceder.  En el antiguo pacto la ley y los profetas guiaban a los hombres, hoy nos guía el Espíritu Santo trayendo a nuestra mente y corazón esa misma Palabra hablada en la ley y los profetas (Juan 16:13).     Antes los hombres enseñaban ahora el Espíritu del Señor es quien enseña (Hebreos 8:10-11.; 1Juan 2:27);  antes hacía falta el ¡Dios ha dicho! o ¡Así dice el Señor!, hoy nos conformamos con el ¡escrito está! (Mateo 4:4, 6, 7, 10; 21:13).   Valga la aclaración que cuando en el nuevo testamento se menciona la frase: Así dice el Señor, se está haciendo referencia a algún pasaje del antiguo testamento (Hechos 7:49; 15:18.  Romanos 12:19; 14:11. 1Corintios 14:21. 2Corintios 6:17,18. Hebreos 8:8-10. 10:16, 30).


Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.   Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;  y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.   Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Mateo 5:38-42.

La denominada ley del talión (del latín talis = idéntico o igual) por la cual el hombre sufría idéntico dolor del que había causado, lejos de ser una barbarie, fue más bien un enorme adelanto en las normas jurídicas de su época, ya que era la costumbre en aquel tiempo que cualquier falta civil se pagaba con la vida.   No obstante, la norma de   Ojo por ojo, diente por diente y herida por herida, nunca produjo arrepentimiento en los homicidas ni disminuyó la incidencia de este pecado en el pueblo, porque el problema del hombre no está en la legislación que aplican sus gobernantes sino en el corazón.   Hay algunas naciones en el mundo que aplican la pena de muerte a sus reos por determinadas causas, pero no han podido erradicar la brutalidad, el abuso y la crueldad; la gente sigue matando, robando y violando aunque eso les cueste su propia vida.   La ley del talión no fue suficiente, así que Jesús nos muestra su norma para poder vencer: no resistáis al que es malo.  

Tengo la experiencia de haber salido bien librado en muchas situaciones difíciles que se han presentado durante las cruzadas evangelísticas que el Señor me ha permitido realizar al interior de las prisiones de mi país durante más de veinte años; en todas ellas hemos tenido cuidado de aplicar este principio: No resistáis al que es malo.

En julio del 2005, cuando fui a realizar una cruzada evangelística organizada por las congregaciones cristianas de la Penitenciaría del Litoral del Ecuador, me encontré con un paro carcelario que se ganó la fama de haber sido el más violento del país (el día anterior había sido acribillado a balazos el director de penitenciaría en su propio domicilio, hecho presumiblemente ordenado desde el interior de esa cárcel); la élite de la policía nacional vigilaba solamente los exteriores porque los cinco mil internos se habían amotinado y tomado el interior del penal.  Contra todo lo que podía pronosticarse, en medio de un hermetismo casi absoluto, la policía impidió el ingreso de mi equipo de alabanza y los jóvenes del grupo de drama, pero me permitió entrar a mí, pues adentro estaba ya reunidos más de trecientos hermanos esperando la predicación de la Palabra de Dios. Mientras atravesaba la aglomeración de internos que ocupaban el primer patio, en un ambiente frenético, lleno de gritos y consignas, sin un solo guía, policía o agente del orden que los disuada de cualquier cosa que quisieran hacer en contra mía, me parecía entrar en un mundo surrealista donde el humo espeso de la marihuana y la base de coca eran el perfecto ambiente para ser secuestrado o tomado por rehén, pues a estas alturas del paro ellos ya tenían algunos rehenes civiles en su poder.  Entré orando, muy asustado y saludando a todos inclinando la cabeza; mientras avanzaba paso a paso, ellos iban abriéndome camino y devolviéndome el saludo: — Bienvenido varón de Dios , me decían. 

Prediqué aquel primer día con mucho respaldo del Dios poderoso a quien sirvo, el segundo entré con un compañero pastor y al terminar mi mensaje se me acercó un interno con aspecto desesperado y me pidió que ore por su hija que estaba enferma en uno de los pabellones aledaños; en ese momento me acordé cuando un hombre le pidió a Jesús lo mismo y él le dijo: Yo iré; así que también yo fui y mientras iba comencé a razonar: este es un paro carcelario, aquí hay solo presos, y ¡solamente hombres… no hay mujeres y menos niñas! Ore por mi niña… había dicho el reo.  Casi entro en pánico, pensé en salir corriendo, pero ¿A dónde?, también pensé gritar, pero ¿A quién? traté de regresarme pero ya era tarde.  Salimos del patio y estando en uno de los enormes corredores que dividen los patios  me interceptó un grupo de al menos diez reos armados.  Uno de ellos, el más alto y fornido,  se acercó a mí, lleno de joyas en las manos, muñecas y cuello, con un aire inconfundible de autoridad y maldad; entonces comprendí que estaba hablando con uno de los jefes de la mafia local.   Con enfado me dijo: ¿Por qué viniste a predicar solo en el patio de ellos y no en el mío?  Yo le dije: porque no me has invitado al tuyo…  si me invitas, mañana voy a tu patio y predico .  Al decir eso sentí el apoyo inconfundible del Espíritu Santo de Dios, recibí fuerza, me sentí gozoso y decidí no resistir y mostrar la otra mejilla si me hieren la una… de todas formas no tenía otra alternativa.   Súbitamente el semblante del hombre cambió  me dijo que le siga y toda la comitiva de él se puso al costado y detrás de mí; ¿Me estaban custodiando hacia algún lugar o me estaban secuestrando? Sin respuesta.   Caminé tras de ellos y mientras lo hacía vi al enorme hombre levantarse la camisa y sacar detrás de su pantalón dos pistolas y se  las entregó a sus guardaespaldas; el hermano coordinador de la cruzada, que para este momento ya se me había unido, seguramente viendo mi angustia se acercó a mi oído y me dijo: tranquilo pastor, él está entregando las armas a sus guardaespaldas porque quiere que usted ore por él y para eso debe estar limpio.   Cuando llegamos al segundo piso de su bloque al lugar señalado por mi anfitrión, en medio de un amplio corredor semi oscuro, el cayó de rodillas diciéndome: pastor ore por mí porque siento que voy a morir.   Él entregó su vida a Jesús y un minuto después se abrió la puerta de una celda y allí estaba una preciosa niña de cinco años con aspecto de convalecencia y al lado su madre esperando a que yo orara. Siete días después aquel reo fue trasladado a otra prisión y en esa misma semana lo asesinaron.   Esa fue la última oportunidad que él tuvo de recibir la salvación de Jesús y la recibió.

No resistáis al que es malo; esa es la única forma de lograr que el malo cambie.  Cuán poderosamente actúa el Espíritu Santo en nuestros adversarios si nosotros les mostramos la otra mejilla; esta es un arma que no solo destruye a mi enemigo sino que lo puede transformar en mi amigo; no resistamos al que es malo.  

Cada vez que resistimos al hombre malvado, nos sometemos a él y nos revelamos contra Dios, por lo cual ese hombre puede de alguna manera dañarnos; en cambio sí evitamos resistir, nos estamos sometiendo a Dios y Él va a tener a aquel hombre bajo control.   Si en los planes del Padre está que padezcamos de alguna forma, lo haremos, pero bajo su autoridad y no bajo la del maligno; fue por esta razón que nuestro Señor Jesús le dijo a Pilatos: ninguna autoridad tendrías sobre mi si no te fuera dado de arriba (Juan 19:11).   Jesús nunca se acobardó ante Pilatos, ni le resistió; no le rogó por su vida ni pidió clemencia, pues el Señor estaba sometido a la autoridad de su Padre y no bajo el capricho de Pilatos.

¿Significa esto que si alguien quiere matarme o violarme o matar a mi familia se lo voy a permitir? La verdad ¡no!  ¿Qué hizo Jesús cuando quisieron apedrearle o despeñarle?   Él sabía que aún no era su tiempo y no le dio gusto a esa multitud asesina; la biblia dice que pasó en medio de ellos o que se escondió de ellos (Juan 8:59. Lucas 4:29-31. Juan 10:31-39).   Entonces, no les resistió y tampoco dejó que le hieran porque esa hubiera sido la ocasión para que le maten,  Jesús simplemente huyó de ellos.

¿Cómo podemos saber cuándo aplicar lo uno o lo otro? ¿Cómo sé cuándo debo quedarme y mostrara la otra mejilla y cuando debo esconderme o huir? Eso no lo sabemos nosotros, ni usted ni yo, pero lo sabe Él, su eterno acompañante, el Espíritu Santo y él le guiará a lo uno o a lo otro.

Los tres ejemplos que cita el Señor, se refieren a la vida civil del pueblo de Israel, el cual estaba bajo el dominio de Roma: la herida en la mejilla, las requisiciones antojadizas y la obligación de llevar carga, era la experiencia diaria de un pueblo colonizado.   Los opresores practicaban estos abusos a diario y Jesús dice que la única manera de vencerlos es sometiéndonos.   Ellos eran la autoridad civil en aquellos días y los creyentes debían someterse a ella porque no hay autoridad sino de parte de Dios (Romanos 13:1).   Si esto era correcto en aquellos días de abuso y brutalidad, ¿Cuánto más en nuestros días con nuestros gobiernos democráticos?

¿Es este un llamado al servilismo? ¡No! Este es un llamado a la obediencia.   Si nosotros dejamos de resistir a los hombres malos, el Señor podrá extender su mano para hacernos justicia.   Si les resistimos, el maligno basado en nuestra desobediencia tendrá derecho de hacernos daño. Recordemos las siguientes promesas:

Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.
Génesis 12:3.

Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida.
Isaías 43:4.

Si alguno conspirare contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá.    He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para destruir.   Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.
Isaías 54:15-17.

Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os toca, toca a la niña de su ojo.
Zacarías 2:8.

Como última recomendación (y tal vez la más importante) déjenme decirles que en lugar de cuidarnos de los malos, debemos cuidarnos de hacer siempre la voluntad de Dios y estar en sus caminos porque la historia de nuestra desgracias y derrotas es la historia de nuestra desobediencias; si satanás nos encuentra en el lugar y en el momento equivocado, en caminos que Dios nunca nos mandó, experimentaremos pérdidas y derrotas.   Andemos en sus caminos y nos irá bien, no nos desviemos ni a derecha ni a izquierda y seremos librados.   Por experiencia sabemos que aun cuando nos equivocamos y a veces salimos de sus sendas el Señor es bueno y nos da tiempo para retornar al camino seguro, pero cuando insistimos en lo malo y perseveramos en rebelarnos a la final sufrimos el daño y podríamos hasta  perder la vida.   Pero si estando en el camino de Yahweh somos perseguidos y asesinados, entendemos que esa ha sido su voluntad perfecta y la sufriremos con resignación y amor.   Acaso ¿Ese no ha sido el desenlace de miles de mártires del evangelio?  Jesús fue crucificado, Pablo decapitado en Roma,  Andrés murió en Grecia, crucificado en una cruz en forma de x, Tomás, luego de predicar en Siria fue a la India en donde fue martirizado hasta morir, Bartolomé desollado en Armenia.   Santiago fue pasado a filo de espada en Jerusalén,  Santiago el menor  lapidado en Jerusalén, Felipe fue martirizado y muerto en Hierápolis, Judas Tadeo  apaleado en Persia,  Juan estuvo desterrado en la isla de Patmos y murió en Éfeso.   Llenaríamos libros hablando de los mártires de la iglesia primitiva, de la edad media, de la inquisición, de la edad moderna y del tiempo actual, sin embargo permítanme citar las últimas palabras de la biografía de un sacerdote católico que cometió el delito de haber hablado la verdad de Jesús: “… al final John Huss fue condenado y quemado vivo como hereje. Murió cantando el 6 de julio de 1415”.



Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo,  y aborrecerás a tu enemigo.    Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?  Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
Mateo 5:43-48.

La expresión: aborrecerás a tu enemigo, no se encuentra en el pentateuco; solamente en Esdras 9:12 hay un pasaje que puede aproximarse a esta extraña declaración de Jesús.  Saliéndose de sus referencias sucesivas a los diez mandamientos, aquí el Señor parece que está hablando de una norma posterior acuñada por los sacerdotes y ancianos de Israel y elevada a la categoría de mandamiento.   Hay críticos literarios y biblistas que creen que la frase aborrecerás a tu enemigo fue añadida por alguno de los muchos traductores antisemitas del griego, para dar a entender que los judíos odian a sus enemigos, lo cual es falso ya que la escritura habla desde los días de Moisés de ayudar, bendecir y perdonar a nuestros enemigos (Éxodo 23:4; 2 Reyes 6:20-23). 

Aunque este es un pasaje bastante controversial, si podemos comprender que para el Señor Jesús no es suficiente ayudar, bendecir o perdonar  a nuestros enemigos sino que debemos amarlos.

¿Cómo puedo amar a quien me hace daño?   ¿Cómo puedo sentir algo bueno por alguien que lo único que hace es levantar sentimientos malos en mí?   Si estuviera hablando del amor sentimental que nosotros conocemos, esta declaración sería ridícula, pero aquí se está refiriendo al amor bíblico, al amor sacrificial o al verdadero amor si cabe la expresión.    Esta es una gran evidencia de que el amor que Dios pide es mucho más que un sentimiento; el verdadero amor es una decisión que nace en nuestra voluntad.   Nosotros no deberíamos tratar de amar o esperar a que venga el amor sino que debemos tomar la decisión de amar y entonces todo nuestro ser responde generando simpatía y afecto hacia la persona a la que hemos decidido amar, independientemente de que ella pueda hacernos bien o mal.   Ya que Dios ha amado a un mundo enemigo (Juan 3:16), nosotros debemos vivir bajo el mismo estándar.    

Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;  Si prestamos atención al orden en que el Señor menciona las frases bendecir, hacer bien y orar, veremos que es directamente proporcional a la medida de maldad de nuestros adversarios y de la agresividad que presentan en contra de nosotros, ya que ellos primero nos maldicen, luego nos aborrecen y finalmente nos persiguen o ultrajan.   En concordancia con esto, nuestra respuesta debe considerar un aumento paulatino de la distancia frente a estas personas.   ¡Cuán sabio es Dios!   Debemos bendecir a quienes nos maldicen; esto es cara a cara, frente a frente.   Debemos hacer bien a los que nos aborrecen; esto es a cierta distancia, lo suficientemente lejos como para que su odio no nos haga daño.   Debemos orar por los que nos persiguen y ultraja; esto es a la mayor distancia posible, tan lejos de ellos que no sepan dónde estamos y que lo único que pueda llegarles de nosotros sean nuestras oraciones.

Una vez aclarada la distancia que nos conviene tener entre nuestros adversarios y nosotros, quisiera explicar otro aspecto de esta misma enseñanza:   Está claro, que en términos generales debemos amar a nuestros enemigos, pero las siguientes declaraciones de Jesús nos explican tres circunstancias que es necesario tomar en cuenta.

Debemos bendecir a quienes nos maldicen; Jesús dijo bendecir, no dijo: reprender al diablo o gritarles frases bíblicas de juicio, ¡no!   El Señor dijo que les bendigamos, o sea que, hablemos bien de ellos, en su ausencia, y si están presentes, que les hablemos palabras buenas, conciliadoras, sin reclamos ni acusaciones, sin defendernos ni argumentar a nuestro favor. 

Debemos hacer bien a los que nos aborrecen; ya que ellos nos odian, nuestra respuesta no debe limitarse a bendecirles sino a hacer buenas obras a favor de ellos; ya que su maldad ha subido en contra nuestra, nuestra bondad también debe subir en relación a ellos.  


Finalmente el Señor dijo debemos orar por quienes nos ultraja y persiguen; estas son las personas que están  dispuestas a matarnos; su odio ha crecido tanto que pasó de los sentimientos a las acciones y el día en que nos encuentren procurarán destruirnos.   El único bien que podemos hacerles es cubrirles con nuestra oración, la misma que contempla dos aspectos: primero, la petición de perdón y misericordia para ellos, y segundo, la protección para nosotros, para ser librados de ellos.   

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